Un día después de la muerte de Tibisay Lucena, un iracundo Jorge Rodríguez sugirió (sugerencia que suena a una orden) que a “cualquier solicitud de esos bastardos sobre la primaria, el poder electoral, en homenaje a Tibisay Lucena, le exija como primer documento una carta de disculpas a la expresidenta del CNE” (el documento que todos los venezolanos esperamos de ella pidiendo perdón a todos por los fraudes amparados y dirigidos por ella). Dijo, además, que con Tibisay Lucena “los muertos dejaron de votar en las elecciones” (por supuesto, que voten los muertos nunca le ha hecho falta al oficialismo, pues unos miles de vivos, muy vivos, han votado por ellos más de una vez, más de dos veces, más de tres veces… por elección).

Finalmente, el fiscal Tarek W. Saab calificó de lamentable “los discursos de odio” (el fiscal Tarek W. Saab ignora la carga de odio de la expresión “bastardos”) que se ventilaron en las redes, que celebraron o manifestaron satisfacción por la muerte de la exrectora del CNE. Incluso, hubo quien pidió sanción para quien lo hiciera o ya lo había hecho.

Bueno, los venezolanos no celebramos la muerte como, por ejemplo, los mexicanos. Pero una vez que alguien muere, solemos reescribir su biografía y por muy detestable que hubiese sido la vida del que ahora es un muerto, todos decimos que era una buena persona. Es más, hay quienes llegan a calificar al muerto de “una gran persona en vida”.

Por lo general, la gente -al menos antes de la pandemia- cumplía rigurosamente el protocolo del velorio: ponían cara en modo de seriedad, llegaban vestidos de sobrios grises, blanco, negro y hasta el muy serio marrón; hablaban en voz baja, daban las condolencias con voz algo quebrada, digamos que con voz de dolor.

Pero en un rincón, no tan apartado, se reunía el grupo que hacía del velorio una reunión de encuentro de los viejos amigos del muerto, donde se contaban anécdotas del fallecido y una cantidad de chistes que hacía del velorio una reunión, por decir algo, divertida.

De verdad, había echadores de los mejores chistes que provocaban que las risas y carcajadas de los que participaban de los mismos, bien como oyentes o cuenta chistes, rápidamente, acallaban los llantos y los ¡ay! de dolor de los deudos del muerto:

Una mujer le dice a su marido:

─Jesús, vos tenéis la barriga como una mata de cementerio.

─¿Y cómo es eso?

Y ella le responde:

─Bueno, Jesús, dándole sombra a un muerto.

Pero, ojo, más allá del enorme repertorio de chistes, risas y carcajadas ruidosas, del muerto o muerta se decía, como muestra de respeto, que había sido una persona respetable, honorable y excelente persona.

Sin embargo, a lo largo de estos veintitantos años de régimen chavista las cosas han cambiado mucho, especialmente con la larga lista de dirigentes del régimen que han muerto (que ya son muchos) por diferentes causas. Solo para nombrar los más representativos: Hugo Chávez, el más ilustre de los muertos chavistas; Eliecer Otayza, Luis Tascón, Willian Lara, Lina Ron, Danilo Anderson, Robert Serra, Darío Vivas, José Vicente Rangel, Kalinina Ortega, Carlos Lanz, Carlos Escarrá, Aristóbulo Istúriz y ahora, Tibisay Lucena. La lista es más larga (me perdonan los muertos olvidados), pero son de los que me acuerdo por su relevancia.

Todos ellos, sin excepción, fueron para el oficialismo chavista dignos de honores y héroes de una épica inexistente, a pesar de que la muerte de algunos de ellos fue por causas poco honorables. Muy distinto el sentimiento en el resto de los venezolanos.

Con esas muertes no hubo esa consideración que solemos decir al final del velorio de cualquier allegado e incluso de personas que casi no conocíamos: “Era muy buena persona, respetable y honorable”.

Y no es que los venezolanos nos hayamos olvidado de que “la muerte es la más grande de las desgracias humanas, por el simple hecho de que con ella se acaba la vida”; es que el daño y el dolor producido por cada uno de los que forman parte de esta luctuosa lista ha sido demasiado grande para cada uno de los venezolanos que lo hemos padecido.

Algunos pueden considerar que lo malo y escabroso de los comentarios sobre la muerte de cada uno de los nombres que forman esta lista son producto del odio que se ha entronizado en el alma de los venezolanos, es posible que eso sea así, pero no juzguemos severamente esa actitud, pues, en todo caso, les sirve a los venezolanos para drenar su malestar con un régimen que nos ha destruido el país y comprometido el futuro de quién sabe cuántas generaciones futuras.

Creo que los venezolanos, como bien lo expresó en un tuit la esposa del cantante Nacho, no pueden evitar recordar cualquier diciembre que haya transcurrido desde 2006 hasta 2020, durante 18 elecciones, la figura de la rectora que ahora está muerta, bajando por las escaleras del CNE, para informar que los resultados eran irreversibles y que, una vez más -aun cuando en algunos comicios esos resultados fueron contrarios al chavismo-, ellos habían ganado, lo que significaba que la historia de la destrucción del país no tendría fin.

Seguramente no habrá en un rincón apartado del velorio de Tibisay algunos maracuchos reunidos con un vasito plástico de café contando un chiste (los chistes están prohibidos):

Un jobitero le dice a la esposa:

─Mi amor, abrí las ventanas y la puerta pa’ ver si entra Dios.

A los cinco minutos se estrella una gandola y se mete hasta la sala de la casa, y dice el jobitero:

─Ooooh… llegó a pie.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!