En tierras llaneras se libra una dura y crucial batalla por la libertad de toda América Latina. Es parte de la guerra permanente contra los proponentes de la servidumbre y enemigos de la condición humana. Verdadera serpiente cuya cabeza regional reside en La Habana, pero es Venezuela donde se pelea ahora.
La lucha comenzó a finales de 1998 cuando Hugo Chávez Frías, autor de una sangrienta intentona golpista en 1992, torpemente liberado por el presidente Rafael Caldera, ganó las elecciones presidenciales. Prometió el oro y el moro y que gobernaría democráticamente. Ja, ja, ja.
Los venezolanos o un importante porcentaje de estos (en Venezuela la votación es voluntaria) se dejaron convencer. La clase política se había desprestigiado, con dos partidos políticos Copei (socialcristianos) y AD (socialdemócratas) que se alternaban el poder. En los años ochenta y noventa el precio del petróleo cayó, limitando la capacidad de gasto del gobierno, factor que contribuía a mantener las cosas tranquilas.
La intentona golpista de Chávez vino después del Caracazo de 1989, violenta asonada cuyo saldo fue de 275 muertos. En esa oportunidad, al presidente Carlos Andrés Pérez, que había gobernado en la década de los setenta cuando sobraba el dinero, le tocó realizar un duro ajuste.
El hecho es que Chávez fue arrestado pero pasó a simbolizar el hartazgo de la población con el status quo. Algunos años después, un Caldera (que también había gobernado en tiempos mejores) viejo y semisenil, liberó a Chávez, que desde entonces empezó a cabalgar a un segura y abrumadora victoria electoral.
La mayoría de venezolanos en ese momento no entendieron que Chávez era un leninista, carismático, pero convencido. Su meta era destruir el sistema para implantar el comunismo. Lo primero vaya que lo logró. Como leninista, valores como respetar la vida o decir la verdad, son sólo pelotudeces burguesas, parafraseando a Bermejo.
Una vez en el poder, Chávez empezó un lento proceso de acumulación de poder y de derribamiento de instituciones. El año 2002 se produjo un punto de inflexión cuando debido a fatalidades durante una ola de protestas de la clase media, se produce un golpe o quizá falso golpe, durante el cual Chávez es brevemente arrestado por el ejército. Al cabo de unas horas oficiales de menor grado lo liberan y lo restauran al poder.
A partir de ese momento se aceleró la consolidación de su poder personal y capturó la gestión Pdvsa, el gigante petrolero estatal venezolano. PDVSA, a pesar de todos los defectos de la situación política venezolana, era una empresa bien gestionada y con buenos profesionales. Pues bien, todos estos fueron apartados y reemplazados por adeptos al régimen. Pdvsa se convirtió en la caja chica personal de Chávez. Coincidentemente, los precios del petróleo empezaron a subir, exponencialmente.
Chávez se convirtió en un enviado del cielo para Fidel Castro cuya tiranía estaba débil y sin recursos. En su megalomanía, decidió solventar a Cuba a la par que, por la admiración personal que le tenía, se sometía ideológica y políticamente a Castro.
Chávez toleró un cierto nivel de protestas para dar apariencias democráticas, pero no pasaba de ser un engaña muchachos. Las toleraba en buena medida porque entonces era popular, aún había dinero en la economía, y se beneficiaba de una aureola carismática que lo acompañó hasta el final.
Luego de morir en 2013, se orquestó una sucesión en la que el favorecido fue Nicolás Maduro. Se impuso en la interna a los otros rufianes del régimen (Diosdado Cabello, Adán Chávez, Jorge Rodríguez). Dicen que el factor determinante fue que en La Habana se le consideró más manejable.
Maduro no sólo no tenía el carisma de Chávez sino que se empezaron a sentir los efectos de catorce años de despilfarro, expropiaciones e irresponsabilidades. Para 2017 la situación del país era ya dramática, produciéndose el éxodo del que somos testigos en nuestro país, gracias al cual 8 millones de venezolanos escaparon de su tierra.
Hasta entonces, sin negar las trampas generalizadas, había una mayoría pro chavista que les permitía ganar elecciones, con cierta ayuda tramposa claro está. Pero en esos últimos años, esa mayoría se esfumó. Lo único que sostiene al régimen ahora es la violencia desenfrenada y la tortura.
Las fuerzas armadas y policiales, en su alta oficialidad al menos, están absolutamente cooptadas por el régimen, fungiendo parte de ellas de cartel del narcotráfico y de minería ilegal. El gobierno también armó “colectivos” que aterrorizan a la población con crímenes de todo tipo y que sirven de brazo ejecutor para matar opositores en la calle, con completa impunidad.
Luego la tortura. Buenos aprendices de Cuba, el régimen aplica las más crueles torturas de manera generalizada. La más leve y menos dañina de estas es sofocar a las víctimas en bolsas de plástico. Luego vienen las simples pateaduras. Aplicar electricidad en los genitales. Violaciones anales con palos de madera u otros materiales. Esto es una práctica macabra y generalizada.
Leyendo la crueldad de las torturas y la indiferencia con la que matan a sus conciudadanos, no podemos sino admirar la valentía de quienes todo arriesgan total de librarse de esta horrenda satrapía.
En estas circunstancias, la derrota electoral de Maduro aunque importante no es para nada determinante. El aspecto crucial es la obediencia del aparato represor. Mientras esta se mantenga, Maduro o alguno de sus secuaces seguirán al mando. Ninguna condena y ninguna sanción los hará cambiar de parecer.
Como decía al empezar estas líneas, no sólo está en juego la libertad de Venezuela, porque dicho país ahora es la gran cabeza de puente del totalitarismo en nuestro continente. China y Rusia le brindarán todo el apoyo que puedan (ojo aquí, embobados por Putin). Esperemos que el coraje de los venezolanos quiebre la unidad de las fuerzas armadas de Venezuela y que esa fractura traiga el colapso del gobierno. La única vía alternativa sería que una fuerza militar externa lo derribe, algo muy improbable en estos momentos.
Artículo publicado en el diario El Reporte de Perú