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Los ucronistas revolucionarios 

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La palabra ucronía la acuñó en 1876 el filósofo francés Charles Renouvier. Algunos especialistas de ciencia ficción la utilizan, al igual que historiadores. La ucronía especula sobre realidades alternativas, en las que los hechos de la vida real ocurrieron de manera diferente o simplemente no ocurrieron jamás.

“Con las cosas de comer no se juega” era una extraordinaria frase que decía nuestro historiador Guillermo Morón. Me inclino hacia Guillermo Morón, debido a que él decía que en Venezuela, un país sorocho, no podemos meternos o modificar nuestros símbolos nacionales, es decir, la bandera, el himno nacional y el escudo. Morón tenía toda la razón, aunque no se imaginaba que con la llegada de Chávez al poder, Venezuela iba a presenciar múltiples actos ucronistas, para el favor de una cúpula cegada por el resentimiento y la venganza, como lo ha dicho la señora Delcy Rodríguez, hoy vicepresidenta de la república.

Como todos sabemos, Hugo Chávez comenzaría por el nombre de Venezuela y el escudo. Luego vendría el cambio de hora y, poco a poco, fue modificando la historia de cuando dio el golpe de Estado, matando a centenares de venezolanos. Pero todo no acabaría allí, ya que se atreverían en cadena nacional exhumar el cuerpo de Simón Bolívar, por un “supuesto” estudio, para saber cuál sería el verdadero rostro de Bolívar, ignorando las palabras que el general le dijo al pintor peruano José Gil: “Guarda de mí la mayor exactitud y semejanza”. Todos sabemos el resultado de aquella profanación: un Simón Bolívar amulatado, con rasgos a lo Hugo Chávez. Luego vendría el cambio del nombre del cerro Ávila y en 2019 modificarían el nombre del estado Vargas.

Los libros de la historia moderna de Venezuela, distribuidos en las escuelas por el régimen, son una cosa que inquieta; y deberían asustar a cualquier padre. Cada vez que se refieren a Chávez, lo titulan como el “comandante supremo de la Revolución Bolivariana”; y explican que este, por ser el defensor de los pobres, sufrió un golpe de Estado de parte de los estadounidenses. Dichos textos también ponen a Chávez en un pedestal, inalcanzable incluso para Simón Bolívar. Y otros libros de historia que edita el régimen incluso justifican la alianza con la dictadura de Cuba, debido a que Bolívar fue amamantado por una cubana.

Están convencidos de que la historia de Venezuela es errónea, diciendo que Cristóbal Colón sabía muy bien adónde iba a llegar, y preparaba el saqueo de las riquezas; además, llegan a afirmar que Colón trajo las enfermedades del mundo civilizado para matar a los indios. Si esto lo dijera un individuo o un profesor alocado por una ideología, no haría mella, ya que no tienen los medios para llevar a cabo la tarea de propagar la mentira: pero para un régimen es muy fácil y allí es donde está el peligro.

El régimen, que comenzó con Chávez y ahora es seguido por su heredero Nicolás Maduro, no se conforma con controlar la libertad de expresión, la libertad personal y el futuro incierto; también quieren controlar a toda costa el pasado, poniendo como regla que si el camarada que tiene el poder dice que tal o cual acontecimiento no ha sucedido, es que no ha sucedido.

Negar la historia es ignorar quiénes somos. Todos sabemos los logros y las victorias en el campo de batalla que realizo Simón Bolívar; pero no podemos olvidar lo que dice Henri Louis Ducoudray, amigo, confidente y jefe de Estado mayor, gracias a lo cual se permitió escribir un libro sobre la vida de Bolívar, publicado en 1828. No podemos ignorar, decía, que Simón Bolívar era un hombre igual que todos, con ambiciones, errores y defectos; es ignorar al propio hombre.

Henri Louis Ducoudray señala en su libro y cito: “Simón Bolívar mide cinco pies y cuatro pulgadas de estatura, sus mejillas hundidas, y su tez parduzca y lívida; los ojos, ni grandes ni pequeños, se hunden profundamente en las orbitas; su cabello es ralo. El bigote le da un aspecto sombrío y feroz, particularmente cuando se irrita. Todo su cuerpo es flaco y descarnado. Su aspecto es el de un hombre de 65 años. Al caminar agita incesantemente los brazos. No puede andar mucho a pie y se fatiga pronto. Le agrada tenderse o sentarse en la hamaca. Tiene frecuentes y súbitos arrebatos de ira, y entonces se pone como loco, se arroja en la hamaca y se desata en improperios y maldiciones contra cuantos le rodean. Le gusta proferir sarcasmos contra los ausentes, no lee más que literatura francesa de carácter liviano, es un jinete consumado y baila valses con pasión. Le agrada oírse hablar, y pronunciar brindis le deleita. En la adversidad, y cuando está privado de ayuda exterior, resulta completamente exento de pasiones y arranques temperamentales. Entonces se vuelve apacible, paciente, afable y hasta humilde. Oculta magistralmente sus defectos bajo la urbanidad de un hombre educado en el llamado beau monde, posee un talento casi asiático para el disimulo y conoce mucho mejor a los hombres que la mayor parte de sus compatriotas».

La vida es una operación que se hace hacia delante con el conocimiento del pasado; si no entendemos nuestro pasado, si ignoramos quiénes somos, nuestra historia seguirá siendo el juguete perfecto para cualquier populista de turno que tome el poder.

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