OPINIÓN

Los subestimados

por Antonio Ledezma Antonio Ledezma

Si se revisa el origen de eso que llaman chavismo, que ahora asume otra connotación en la pila bautismal del madurismo, tendremos una explicación que nos ayudará a comprender la verdadera caracterización de ese régimen que impera en Venezuela.

La figura de Chávez se monta sobre los fracasos de dos intentos de golpes de Estado, representando la extravagancia del vencido que luego aparece adornado con laureles de victoria. ¡Insólito! Desde entonces ese militar que incumplió su juramento constitucional fue subestimado por los padres que disfrazaban a sus hijos con la boina roja y el típico uniforme verde oliva, encarnando la figura del Chavecito. Es como si a un pedófilo se le encumbra en la dirección de un parvulario. Así fue Chávez subestimado por millones de venezolanos, comenzando por poderosos empresarios, editores de medios de comunicación, defensores de los derechos humanos, sacerdotes, artistas y curtidos dirigentes políticos, que le tendían la cama a ese trastornado personaje para que se acotara, nada más y nada menos, que en el lecho presidencial de Miraflores.

Lo subestimaron, a Chávez, desde que se le otorgaron poderes absolutos para manejar el Estado que venia calculando destruir, desde que se inscribió en la Academia Militar. Los parlamentarios (1999) que han debido ser una barrera para impedir que ese dictador, disfrazado de demócrata, se apropiara de las instituciones del Estado, se rindieron, junto a una Corte Suprema de Justicia sumisa que cedió a los delirios constituyentistas del “comandante golpista”, que había salido “con el rabo entre las piernas” de las instalaciones del Cuartel de La Montaña, una vez que el presidente Pérez, al que pretendió asesinar en su despacho miraflorino, le infligiera una soberana derrota el 4 de febrero de 1992.

A Chávez los subestimaron los que llegaron a decir que “no había que pararle a sus locuras, que ese era un dicharachero, que no se pasaría de la raya”. Pues estaban equivocados “de banda a banda”. Ese autoritario, sociópata a todo trance, no solo se tragó las líneas amarilla y roja, sino que enrolló la Constitución Nacional y la convirtió en papel sanitario ante la mirada de todo el mundo que esquivaba admitir esa seria amenaza, riéndole sus gracias y resignándose a comentar “su carisma y sus políticas sociales para sacar a la gente de la pobreza”.

Desde entonces los subestimadores eran a la vez irresponsables. Se negaban a ver al urdidor del plan invasor de países latinoamericanos desde la agenda del Foro de Sao Paulo, no le daban significación a su alianza con Fidel Castro, ni a su entente con la narcoguerrilla colombiana y los puentes que tendía con factores del Medio Oriente, con Rusia y con China. Desde que Chávez cumplía su primer mandato, ya era público el funcionamiento del Cartel de los Soles, con lo cual era más que evidente su intención de desnaturalizar el carácter institucional de las Fuerzas Armadas de Venezuela que pasaron, efectivamente, a ser una guardia pretoriana del bodrio del socialismo del siglo XXI.

Chávez fue desmontado el entramado institucional para desbaratar el Estado de Derecho. Convirtió los tribunales en un aparato represor judicializando la política y dio rienda suelta a un ruidoso esquema de persecución contra la disidencia, violando sin contemplaciones los más elementales derechos humanos, mientras arrasaba con la propiedad privada y silenciaba a los medios de comunicación. Todo ese aparatoso proceso de barbaridades lo hacía impunemente, ante la mirada complaciente, o por lo menos incrédula, de la comunidad internacional que se limitaba a recomendar salidas electorales y dosis de diálogos para superar desventajas. Era una visión reduccionista de nuestro drama y a la vez la ceguera para no ver ese espantajo geopolítico armado con petróleo, droga y minerales preciosos de gran valor económico y estratégico.

A Nicolás Maduro lo escogieron los hermanos Castro para proseguir con ese plan. Profundizó la represión, a tal extremo que la expresidenta Bachelet ha confirmado más de 7.000 ejecuciones extrajudiciales de seres humanos. Por eso y mucho más, me cuento entre los venezolanos que jamás cometió la estupidez de subestimar a Maduro. Siempre me esmeraba en describir su verdadero rostro cicatrizado por los crímenes de lesa humanidad que ha cometido y por los que debe ser juzgado en la Corte Penal Internacional. Maduro nunca dejó de proteger a sus camaradas de la narcoguerrilla, al colmo de resguardarlos en las guaridas que les proporciona en territorio venezolano. En esos enroques radica el poderío de Maduro, no se trata de que sea un estadista, ni un estratega aventajado. Tiene poder de fuego, es inescrupuloso para articularse con las mafias de la corrupción, por eso cuenta con cuantiosos recursos financieros que se derivan de las operaciones oscuras, como la del tráfico de estupefacientes y de metales valiosísimos. Es sanguinario a la hora de ordenar torturas, como lo hicieron con el capitán Rafael Acosta Arévalo y con el concejal Fernando Albán, por citar solo esos dos ejemplos.

A este régimen lo ha enfrentado un pueblo muy valiente, que en más de una oportunidad se alistó para celebrar la caída del tirano, desgraciadamente esa ciudadanía se quedó vestida y desencantada con su bandera adormitada sobre sus espaldas y con los pitos silenciados por la frustración y el desencanto producido por las traiciones recurrentes, de quienes secuestraron las tomas de decisiones, arrogándose la conducción opositora. La ciudadanía nunca lo subestimó, sabía que se enfrentaba a un sátrapa capaz de arremeter salvajemente en su contra, tal como lo hizo en varias ciudades en las que ordenaba a sus esbirros “apagar candelitas”, que no era otra cosa que cegar vidas.

Maduro no tiene nada que lo haga presentable como generador de progreso, de éxitos, de avance de ningún tipo. No tiene legitimidad de origen, no tiene gestión que mostrar, sino un fardo pesadísimo de ruinas sobre su obesa humanidad. La economía postrada, en bancarrota. La pobreza que iguala a más de 94% de la población, una inflación desatada, sin signo monetario que valga, los servicios públicos destartalados y más de 7 millones de venezolanos espantados por sus locuras, ahora padeciendo los rigores del destierro. Maduro es repudiado adentro y afuera, en todas partes. En cualquier otra parte del mundo, cualquier tiranuelo, por mucho menos, ya hubiese desaparecido de los poderes que usurpa. Lo que ocurre es que se ha beneficiado de los errores y traiciones que lo sostienen en sus andanzas. Y aquí cabe una observación para decir que algunos enclaves internacionales cometieron la equivocación de sobrestimar a un cenáculo opositor que redujo la lucha digna de los venezolanos a unos diálogos y operaciones en las que se cuenta de todo: desde insurrecciones chapuceras a ententes con el dictador de marras. Todo pareciera indicar que los subestimados fueron los alacranes, infiltrados y timadores de oficio.

Pero esta desgracia no será eterna, caerán, ¡claro que se derrumbará ese poderío montado sobre bases putrefactas! Pero hay que desmoronar primero a quienes subestimaron la capacidad de resistencia de un pueblo que no se rendirá jamás, mientras haya la más mínima posibilidad de luchar por la libertad de Venezuela.

@Alcaldeledezma