En el año 1972, un avión de la Fuerza Aérea Uruguaya con 45 pasajeros a bordo se estrelló en la cordillera andina, entre Chile y Argentina. Inicialmente, muchos sobrevivieron, pero el sitio del accidente era tan intrincado que no fue detectado por los equipos de búsqueda y después de un tiempo prudencial las labores de rescate fueron suspendidas.
Al final de esta tragedia sobrevivieron 16 personas. Existen libros, documentales y películas que narran la insólita odisea de estos seres humanos abandonados en la nieve durante 72 días. La fatal historia se hizo muy conocida porque para lograr vivir durante 2 meses en condiciones infrahumanas, los accidentados tuvieron que comerse a quienes habían muerto.
De acuerdo con los sobrevivientes, en algún momento de su difícil convivencia, entre ellos y al mismo tiempo, todos fueron buenos y malos, generosos y egoístas e incluso, compañeros magníficos y poco solidarios hasta que se dieron cuenta de que solo había una forma de conservar la vida en ese desierto helado.
Ellos sabían lo que tenían que hacer para seguir vivos, pero nadie se atrevía a dar el primer paso. De pronto, alguien planteó el canibalismo. Nadie dijo que no, nadie dijo que sí, pero la única alternativa era transformarse en caníbales de amigos, familiares y compañeros de vuelo.
Los cadáveres congelados fueron cortados en tiras y con ellos hicieron bolitas o paqueticos que ingerían como si fuesen pastillas. Cuando ya tenían casi dos meses en la montaña, solo quedaban los cuerpos de dos mujeres: la mamá y la hermana de Roberto Canessa, uno de los sobrevivientes.
En circunstancias tan adversas surge un líder, quien ofrece la única manera para salir con vida de aquel desierto de hielo y montaña. Su nombre: Fernando Parrado, conocido como Nando. Ante lo inminente de una muerte segura, la solución era buscar ayuda. Aquí ocurre un hecho interesante, Nando como líder, solicitó voluntarios que lo acompañaran en tan peligrosa aventura. Solo dos aceptan participar en esa solución desesperada y casi suicida.
La propuesta de Nando era tan arriesgada que, iniciado el trayecto, uno de los voluntarios perdió la fe en la idea y regresó con sus compañeros.
Roberto Canessa y Nando, a pesar de las terribles adversidades que imaginaron yendrían que enfrentar, emprendieron la travesía. Llevaron consigo una bolsa de dormir cosida con alambres, reforzaron los zapatos y para no morir de hambre, guardaron una ración de carne humana. Diez días después y ya al borde de la muerte llegaron a Chile e inmediatamente, con sus indicaciones y para asombro del mundo, fueron rescatados sus compañeros de penuria.
En momentos realmente difíciles los seres humanos tienen comportamientos diversos. La emergencia hace que aflore lo mejor o lo peor de cada uno de nosotros y el instinto de supervivencia nos puede transformar en egoístas o en héroes.
En cada ser humano, la maldad y la bondad luchan para imponerse. Literalmente tenemos a un diablo y a un ángel soplándonos en el oído. Nuestro pedacito o pedazote de maldad es reprimido por aquello que hemos aprendido en la casa, en la calle y en la escuela. Si en nuestro hogar nos quisieron, aprendemos a querer y al llegar a adultos, ese sentimiento rige nuestra forma de actuar. Igual, aunque con pocas excepciones, ocurre cuando se presentan situaciones contrarias: un ambiente malo podría volvernos malos y si por mala suerte nos encontramos con un diablo que aúpe la maldad y en ocasiones pague y ofrezca poder, aflorará como normal solo la parte mala.
Lo que quiero decir con esta historia es que es importante aceptar que, cuando aparentemente una situación está perdida, de la adversidad puede nacer un líder que a pesar de tener todo en contra persevera para alcanzar el objetivo que todos creían imposible.
Cuando queremos lograr algo, lo único que puede detenernos es la pérdida de la confianza. Si un hombre valiente y con buenas intenciones nos guía y ofrece una solución donde no había esperanzas, confiemos en él, total, no tenemos nada más que perder. Apoyemos su estrategia y es muy probable que logremos el éxito.
Los venezolanos somos los sobrevivientes de un gobierno que se ha estrellado. De los restos de Venezuela ha surgido un líder, quien en contra de obstáculos y venciendo montañas heladas de incredulidad, vilipendio, escepticismo y apatía, logrará sacarnos del canibalismo político en el que nos encontramos.
Nunca perdamos la esperanza. No nos resignemos a esperar la debacle final, criticando y entorpeciendo la labor de quien intenta salvarnos.