Los secretos actúan como raros insectos capaces de derrumbar un árbol centenario con la misma facilidad con la que lo hacen crecer. Tienen cuerpos y miradas variables: son enormes y de físico ingrato o pequeños y propagadores de júbilo y prosperidad. Sus ojos pueden ser redondos pero sus miradas son torvas, felinas o, contrariamente, almendrados y de apacibles miradas. ¡Por eso son secretos! Se ocultan en lugares insólitos y desconcertantes: detrás de las puertas, detrás de sus propios ojos, en los más oscuros rincones del alma, en los sótanos mal iluminados.
El secreto es lo oculto, lo ignorado, lo siempre silencioso; es la policía al acecho, el escondrijo, el asunto político en absoluta reserva, el nombramiento in pectore, la maledicencia agazapada a la espera del escándalo final o la noticia esperanzadora y jubilosa mantenida hasta el último momento fuera del conocimiento de los otros. Puede destruir una vida presuntamente honesta o devolver la felicidad a una familia sumergida en el deshonor.
Sin buscarlo, conocí uno de los secretos que desde hace años permanece oculto en El Buscón, una de las librerías más amables y prestigiosas de la ciudad. Como suele suceder en las librerías, allí solo hay libros, pero El Buscón ofrece una característica sorprendente. Reúne libros decididamente «nuevos» con libros «viejos», es decir, libros provenientes de bibliotecas ajenas como la de Edoardo Crema (1892-1974) , escritor, poeta y ensayista italiano que vivió años en Venezuela y fue profesor mío en la Universidad Central, libros que Katyna Henríquez la prodigiosa dueña de El Buscón, ordena, selecciona y pone a vivir con las nuevas y atractivas adquisiciones. La viva y estimulante relación de libros que conocen larga experiencia de vida con libros que apenas la inician hizo exclamar un maravillado asombro a legendarias figuras como Mario Vargas Llosa. Y el secreto que se mantuvo oculto está en uno de los libros «viejos», de título algo críptico o enigmático en italiano: La quadratura del ideale porque es un poemario original de Crema. Obsesionado, quise aprender el idioma para leer a Montale y a otros poetas y escritores italianos, pero fui mal alumno y deserté porque Crema era exageradamente académico y padecí la certeza de que me resultaba catedrático a la antigua, severo e intransitable. Años más tarde, viví en Italia un par de años, mascullé el idioma y logré satisfacer la obsesión que me ataba a Montale. Recuerdo que una tarde sus alumnos de la Central reventamos de risa al escucharlo decir que los Césares en la Roma imperial eran recibidos y agasajados «con vítores y con dones» y nuestro grosero humor adolescente ofendió al Maestro. Pero Edoardo nos tenía guardado su mayor secreto: una culebra aplastada por la cuadratura de su más ilusorio ideal.
Cuando Katyna revisó los libros de Crema con el propósito de constatar su entereza como objetos descubrió, atónita, espantada que entre las páginas de uno de ellos permanecía inmóvil e intacta una pequeña culebra con la cabecita aplastada. No otro es el secreto que Katyna Henríquez mantenía oculto en algún rincón de su magnífica y prestigiosa librería en el Trasnocho Cultural hasta que decidió revelarlo para dejarme igualmente consternado.
La propia Katyna revela que en efecto El Buscón es un lugar mágico donde ocurren cosas mágicas. Hay quien jura, dice, «haber visto a Ramos Sucre asomado entre sus estantes y nadie entiende cómo un día apareció un gato gris que convivió entre libros hasta que un día desapareció tan misteriosamente como llegó». O ese libro, «que desde una esquina de la librería caía desde la altura cada noche y encontrábamos en la mañana, siempre abierto en la misma página».
No se sabe qué ocurrió con aquella culebra pero quedó abierto un amplio espacio por el que han desfilado diversas teorías y suposiciones unas tan desechables como las otras. Se mantenía el misterio del enfrentamiento de una culebra y un escritor. Varios biólogos y expertos en serpientes fueron consultados para determinar cuándo y cómo pudo entrar la culebra en el libro de Edoardo Crema y todos se extraviaron en intrincados manglares de hipótesis y conjeturas. Mi primera y única impresión al ver aquella culebrilla tan lastimosamente delgada o anoréxica encerrada o aplastada dentro de un libro de filosóficos poemas italianos fue que siendo descendiente de aquella serpiente que en el Edén ayudó a descubrir la alegría vaginal de nuestra primera Madre, la culebra de Edoardo quiso enterarse qué significaba alcanzar la «quadratura del ideale» porque en nuestro universo todos sabemos «cercare la quadratura del círcolo» que equivale a desear lo imposible, es decir, subir al escritorio de Edoardo Crema, reptar y escudriñar en el libro que el autor se complacía en releer. Seguramente, Crema la vio moverse y avanzar sobre el escritorio y sin pensarlo dos veces le aplastó la cabeza y creyéndose el Ángel bíblico blandiendo una espada de fuego y creyendo que así encontraba la cuadratura de sus mejores ideales le dijo: «¡Ya que quieres saber qué contiene este libro, dejo que a partir de este momento vivas muerta en él!». Y la clausuró para siempre dentro del ideal de su cuadratura proporcionando a la librería El Buscón, a Katyna y a mí, un desprevenido pasante, el misterioso secreto del viejo libro de poesías de un italiano severo y académico y su inesperada relación con una culebra de aplastada cabeza que parece estar viva dentro de él porque aún persiste en sus páginas el ingrato olor de su desventura, ya que permanece abrazada definitivamente a la muerte dentro de la cuadratura de un inalcanzable e inútil ideal!
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