Vicente Lecuna Torres es médico y profesor universitario. Un día pasó frente al edificio de la Electricidad de Caracas que levantaron en San Bernardino los arquitectos Sanabria y Carbonell en 1951 y no vio el reloj que se encuentra casi imperceptible en el séptimo piso. Volvió a pasar y entonces lo vio, pero lo comentó a sus amigos y negaron haberlo visto nunca. Comprendió que para los caraqueños lo que no se ve es lo que realmente existe y a partir de ese momento, Vicente comenzó a ver relojes en Caracas y en todas partes. San Gregorio en Falcón, San Miguel Arcángel en Monagas, en la Basílica de la Chiquinquirá, en El Moján, en Carúpano, Maracay, San Cristóbal, Cabimas… asegura que un reloj que estuvo alguna vez en Güigüe tenía termómetro, barómetro, leyenda y maldiciones.
El primer reloj público de Caracas fue el de la Catedral, pero no fue el único porque sucesivamente tuvo siete y a mediados del siglo XIX Federico G. Vollmer compuso un vals para piano titulado «El reloj de Catedral» y después muchos compositores le han dedicado bellas canciones.
Sabemos las historias de los relojes porque Vicente nos regaló una estupenda conferencia con diapositivas en la Fundación Herrera Luque y mostró fotos del reloj de la iglesia San José, el del antiguo edificio de la Universidad Central, hoy Palacio de la Academias. En la iglesia de Petare hay dos relojes y en Nuestra Señora de la Encarnación en El Valle hay un reloj en la parte alta del campanario izquierdo y hay dos, uno en el este y otro en el oeste de la iglesia de la Divina Pastora en La Pastora. Hubo relojes guzmancistas y crespistas hoy desaparecidos, el más famoso se erguía entre el hotel Majestic y el Teatro Municipal y otro, a la entrada de Bella Vista pero subsiste uno en El Calvario y en el Museo del Transporte, que dirige Alfredo Schael, puede verse un reloj supuestamente crespista rescatado de la avenida San Martín severamente dañado porque lo embistió un autobús. Tiene dos esferas y su base fue modificada utilizando granito de Petare.
Vicente resultó un ser incansable y recorrió Caracas y medio país descubriendo y observando relojes. Por ejemplo, las dos caras del reloj del Grupo Escolar Gran Colombia diseñado por Carlos Raúl Villanueva (el de la Ciudad Universitaria pertenece a la leyenda urbana). El del Mercado de Quinta Crespo es un reloj que nadie ve; el del colegio Santo Tomás de Aquino en Campo Alegre tampoco se ve y el que se encuentra subiendo hacia el Club Hípico no resulta fácil verlo porque está medio escondido, carga con el inexplicable nombre de «Baruta» y aparece encaramado en lo alto de una rara estructura metálica. En Los Palos Grandes, en la tienda del Rey David hay un reloj detenido como si estuviera en algún lugar de Europa y hay otro en el mercado de Chacao, pero a Vicente Lecuna Torres le llama más la atención el reloj que se encuentra en la planta baja del Centro Comercial Las Mercedes, un reloj Omega clásico, bien conservado y sostenido por un pedestal delgado y alto de tres metros, pintado en negro, pero muy triste y solitario rodeado de palmeras. La gente pasa a su lado como si no existiera.
Es asombrosa la capacidad visual de Vicente y su tenacidad para descubrir relojes que no existen como el que está frente a la Clínica Ávila que nadie ve.
En Guatire, dice Vicente, hay una torre gruesa con cuatro esferas cardinales y, de haberlo visto habría sido una enorme satisfacción para los surrealistas franceses porque en lo alto un gallo negro se mueve en el viento de alguna extraña nostalgia.
Vicente va más allá y escribe sobre temas diversos como el Grupo Teatral Osiris, en torno a épocas de nuestra historia y sobre venezolanos irrepetibles. Es de desear que algún día aparezca un editor y se ocupe de tan apasionados textos.
En todo caso, Vicente Lecuna Torres es el único venezolano que ha descubierto que los caraqueños no ven pero tampoco escuchan el paso del tiempo.