Esa mala palabra
Tovar está claro, nuestro diálogo íntimo, ultrapersonal, delirante para algunos, egocéntrico para otros, es el resultado incontrovertible de que nadie escucha en la histeria colectiva venezolana. Si nadie escucha, Tovar prefiere ensimismarse y hablar consigo mismo, aunque a veces también lo haga conmigo. Yo lo entiendo, lo abrazo y permito que se exprese con libertad. Por eso cuando escribió la palabra “putitas” en el título de este suelto, se lo permití.
El lenguaje es el lenguaje, y si raperos, reguetoneros o especialmente traperas y traperos dicen lo que les da la gana, ¿por qué no habrá de hacerlo por escrito un poeta?
¿Putitas? La moda es el lenguaje de la estupidez.
La sofisticada fealdad
Una bella niña que sabe usar cubiertos en la mesa, educada en lo más selecto y acartonado de la escolaridad social e intelectual venezolana, culta, hija de la sofisticación y el decoro,formada en la reflexión y la lucidez, decide chabacanearse, banalizar su bella figura y rellenar –afeándolo– su resplandeciente rostro con silicona, para ofrecer su culo en todas las posiciones y de todas las maneras, seis, siete veces, las que sean, mientras apacigua al macho con sexo del bueno.
Ni a Tovar ni a mí, en eso coincidimos, nos ruboriza la sexualidad, todo lo contrario, la enaltecemos, pero la pornografía barata no es lírica, es mediocre.
¿No hay posibilidad para crear ni una buena metáfora?
La prostitución de lo lindo
Tovar me apunta que no hay espacio para la poesía en Venezuela porque el chavismo ha banalizado, afeado, prostituido y pervertido hasta lo más lindo de nuestra cultura. Putitas, cabrones, regordetes, pedófilos, monstruos humanos e inhumanos, perico, ácido, crack, hongos, piedra, bazuco, nuevos ricos, malandros, traficantes, socialistas y el zoológico metafórico que compone la dictadura: ranas, arpías, hienas, zorrillos, mapanare, xoloescuincles, cerditos, etcétera.
El chavismo desapareció a Venezuela, lo que queda es un mosaico de mediocridad, podredumbre, banalidad y chatarras humanas que retozan en el estiércol, eso sí, bien drogados.
¿Perreamos mientras el país se devasta?
Perrearle a la calamidad
Tovar se dobla a carcajadas. ¿Qué le pasará? ¿Qué transitará su mente? Espero que me diga algo pero calla. Se ensimisma y apunta al aire con su índice derecho. Comienza a contorsionarse, ¿será que está bailando? Lo observo con curiosidad: sí, baila a su modo torpe. “¿Qué celebras?”, le pregunto. “¿Por qué bailas?” Responde mientras perrea solo: “¿Las élites putrefactas, la animalia chavista no se la pasa bailando? Hay que ponerse en sintonía con la niña bella, seamos perras y perros. Es lo que vende.”
Bares, restaurantes, hoteles, burdeles, pocilgas, coca, éxtasis, joropo, reguetón, trap, mansiones, Las Mercedes, Altamira, el Lamborghini del militar.
¿Cómo se llama la obra?
El asco chavista
Tovar culmina: “Y la sociedad en vez de diferenciarse del chavismo se aproxima a él, se le asemeja, es como Chávez y Maduro, la niña linda imita a Delcy, el político de “oposición” se corrompe como Cabello, los íconos son impresentables malandros, los patrones a seguir son vulgares nuevos ricos, aberrados mentales y pedófilos, ascos andantes, las modelos, las actrices y las animadoras se venden –barato, muy barato– a los gordos billetes”.
Creo que Tovar tiene razón, no ha dejado de bailar mientras reflexiona, es un escritor trap, un reguetonero de opinión, otro más en el sistema cultural de la decadencia.
Un delirante en el país de los regordetes y las putitas.
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