Predicando lo contrario, no solemos abordar con frecuencia los problemas fundamentales del país que nos afectan con un sordo y profundo impacto en la vida cotidiana. Preferimos el bullicio de los más simples y simplistas, facilitadores del estigma político de extraordinarios dividendos digitales en tiempos de (auto)censura y bloqueo informativo.
Nada gratuito el fenómeno, deforestada la opinión pública, el régimen ha logrado construir y afianzar en década y media, una aldea monotemática en la que, colocando un par de temas de interés, a lo sumo, sucesivamente descarta los más sentidos y presentidos por la población, al mismo tiempo que impone un enfermizo dilema existencial para la vida del país. El control absoluto de los medios públicos, permite la reiteración del ciclo semanal o quincenal de falsificación y banalización de las realidades. Y es que ni siquiera, en el curso de la consabida pandemia permitió que polemizáramos en torno a su origen, control, tratamiento y soluciones, criminalizando el ejercicio mismo de la medicina; por radical que fuesen sus consecuencias, tragados los más altos funcionarios del área por el anonimato, difuminó toda responsabilidad gubernamental, y, convengamos, corrió con mejor suerte la convocatoria de un diálogo en México que, no por accidente, se diluyó.
Compárese una primera plana de antes, o de muy antes, con la de los periódicos oficiosos del régimen que circulan todavía en papel, excepcional y precariamente exhibidos en los kioscos de una recurrente conversión (bazares de frituras, golosinas, agua mineral). De aquella variedad de asuntos que obligaban a una especialización de las fuentes y de la vocería política, hábilmente segmentada la audiencia, hemos pasado a un culto extremo de la simplicidad, destacando por siempre Nicolás Maduro, porque –es la intención y la situación obliga– un periodista puede cubrir eficazmente todas las áreas al igual que un médico cubano atiende convincentemente toda suerte de padecimientos. No obstante, un poderosísimo prejuicio ayuda en todo esto: el común de las personas, no sabe, no conoce ni conocerá jamás la complejidad de los problemas que fundamentalmente nos aquejan.
En efecto, así como hay académicos que trillan las más gastadas nociones, distrayéndonos con sus comentarios en torno a lo que ocurre y transcurre, conocemos a dirigentes opositores que desconfían de la sensatez del otro y de los otros, e, incluso, emplean hasta los propios giros verbales del oficialismo. Ciertamente, ha sido intenso e inclemente el esfuerzo de analfabetización cívica de los venezolanos, pero no les hemos dado alternativas para una distinta y creativa comprensión de esas realidades que siguen su imperturbable marcha subterránea, inundada la superficie de fuegos fatuos.
El problema petrolero, educativo, sanitario, deportivo o eléctrico, por supuesto, cuenta con grandes complicaciones, matices y enredos, que no están antropológicamente vedadas a las personas que cargan con la responsabilidad del hogar, varios desempeños de supervivencia, buscan o luchan por preservar un empleo, intentan superar sus limitaciones académicas, o las cultivan exitosamente. Por supuesto, nadie pretenderá que sean expertos en las más variadas materias, como tampoco los políticos de oficio que se esfuerzan por un planteamiento sobrio o profundo a la espera del aporte y la aclaración del académico con el que no pocas confrontaciones tiene, pues, todo el mundo está convencido que la política es de un fácil ejercicio que no exige demasiado ni acumula experiencia alguna, orgullosamente improvisada, fría e insensible.
Sorprenderá a todo aquel que revise la prensa y los diarios de debate del parlamento en los tiempos de la nacionalización petrolera, a mediados de los setenta del siglo XX, una materia que supo de honduras, hoy, inconcebibles, y no sólo porque legos y entendidos se hicieron de un mínimo lenguaje técnico que daba soporte a la discusión pública y sus estereotipos, sino por la literal movilización de los más variados sectores sociales, a favor o en contra de una medida que algunas veces suscitaba la violencia callejera. Probablemente, ahora, agudizado el utilitarismo socialista, habrá quienes desprecien todo gesto altruista, gratuito y desinteresado que se afiance en convicciones, principios y valores, pregonando y moviéndose contra la desnacionalización de la industria.
Pareció tan efectivo y eficaz el cuestionamiento de la política petrolera, educativa, o urbana del faraónico Pérez Jiménez, como el señalamiento personal y directo de sus crímenes, sin ambages. Luce importante refutar al actual régimen a través de sus evidentes fracasos petroleros y petroquímicos, agropecuarios, o industriales, auspiciando una reflexión y un compromiso respecto a las nefastas consecuencias del modelo que doctrinaria e ideológicamente ha pasado porb debajo de la mesa, quizá con el agradecimiento de sus adversarios tan ignorantes como los más destacados propulsores del marxismo que no se discute.
Por supuesto, Maduro Moros carece de toda legitimidad, pero ello no puede relevarnos de examinar lo que ha hecho junto a sus socios para reforzar la herencia. Insistir que él sólo explica el universo tenebroso del socialismo del siglo XXI, además de suponer que la política es un vulgar compendio de vedettes, en pugna permanente, constituye una insulto a la inteligencia. Trastocando la teoría establecidísima del Big-Bang, el telescopio James Webb recientemente descubre seis nuevas galaxias que se consideraban imposibles: ¿acaso se necesita jugar al ajedrez debajo del puente de la avenida Fuerzas Armadas para apreciar y prever los acontecimientos en uno y otro cosmo?
Las elecciones primarias que comprometen afortunadamente a toda la oposición constituye una magnífica oportunidad para la propuesta y el debate de los asuntos públicos, concretándose en sendos programas de gobierno con decidida vocación de consenso para la transición. Es necesario recuperar el terreno de la sensatez, el de la consideración de los problemas fundamentales del país, en un esfuerzo que no es otro diferente al de una militante pedagogía ciudadana.