Cuando el generalísimo Francisco de Miranda zarpó de Nueva York el 2 de febrero de 1806, en el Leander, un bergantín de 180 toneladas, armado con 18 cañones y provisto de toda clase de suministros, incluso una imprenta, llevaba cerca de 200 hombres reclutados en Estados Unidos, para una empresa conocida por pocos: la liberación de la América hispana comenzando con Venezuela.
Por supuesto, la aventura de Miranda tenía la venia –no oficial–, del gobierno norteamericano gracias a la relación que cultivaron el generalísimo y Thomas Jefferson, que sería el comienzo de la diplomacia y las relaciones bilaterales entre la futura Venezuela y la ya vigente nación norteamericana.
Como ayudante de Miranda formaba parte de la tripulación un hijo del coronel William S. Smith, sobrino del presidente John Quincy Adams y nieto del presidente John Adams.
Para aquellos años de la expedición, una norma legal impedía que de puertos norteamericanos partieran barcos con armas destinadas a ser vendidas a países en conflicto con naciones que tuviesen buenas relaciones con Estados Unidos.
Por tanto, para evadir dicha jurisprudencia, los negociantes de pertrechos y otros enseres, buscaban un tercer puerto, razón por la cual el generalísimo arribó oficialmente al puerto de Jacmel, Haití, el 19 de febrero, en donde días después, el 12 de marzo, enarboló su nueva bandera amarilla, azul y roja, como símbolo de la nueva República que se fundaría.
A la nave capitana le secundaron dos goletas: Bacchus y Bee que Miranda arrendó en el puerto haitiano.
La aventura del demonio
En la costa venezolana, ya el ejército de la corona esperaba el arribo de la aventura expedicionaria, pues resulta, que el proyecto de Miranda se conoció en Nueva York, escenario que generó un ambiente de tensión entre el gobierno norteamericano y el representante diplomático de España, el marqués de Casa-Irujo, cuyos espías acechaban al generalísimo.
Pese a que Casa-Irujo hizo hasta lo imposible moviendo sus tentáculos diplomáticos para paralizar el proyecto de invasión, las autoridades norteamericanas hicieron caso omiso a las continuas protestas de este marqués, por lo que decidió entonces enviar a La Guaira, en una nave rápida, un pliego que revelaba -en detalle-, «la aventura del demonio Miranda».
Muerte para los implicados
El generalísimo fue derrotado en Ocumare de la Costa cuando al amanecer del 28 de abril, cayeron bajo la acción de dos buques españoles: Argos y Ceres, al mando del teniente de navío Agustín Blanco. Después de un breve combate, fueron capturadas las goletas de Miranda tomando como prisioneros 60 de sus hombres, los cuales fueron trasladados a Puerto Cabello.
Miranda logró huir en el Leander a Bonaire, y de allí pasó a Granada y luego a Barbados. En cuanto a los prisioneros mayores de 17 años, el fiscal militar al servicio de don Manuel de Guevara Vasconcellos, capitán general de Venezuela y brigadier de los Reales Ejércitos, pidió la pena de muerte.
Según anota el historiador Tomás Polanco Alcántara, el capitán general al conocer la sentencia contra los enjuiciados colaboradores de Miranda no se atrevió a confirmarla, más bien en su sentencia del 12 de julio de 1806, ratificó la pena capital, pero para los oficiales, marineros y sirvientes mayores de 25 años, calificándola como «triste, aunque indispensable ejemplo de severidad». El resto de la tripulación fue condenada a prisión en diversos castillos.
La sentencia especificaba que, una vez ejecutados los reos, fueran decapitados y sus cabezas expuestas en los «sitios más notables y más permanente y visibles de Ocumare, La Guaira y Valencia y en los términos acostumbrados».
Ninguna gestión pudo salvarlos
Y la sentencia se cumplió el 21 de julio de 1806 cuando los reos norteamericanos fueron conducidos hasta el cadalso, con las cabezas cubiertas por un asfixiante paño negro, y luego de leerles la resolución condenatoria, se les ejecutó «con rigor».
Entre los ejecutados destacaban Francis Farquharson, 30 años, teniente de artillería y de profesión encuadernador; Charles Johnson, 30años, teniente de artillería y militar de profesión; Miles L. Hall, 30 años, primer teniente; Thomas Billopp, 40 años, capitán; Gustavus A. Bergud, 34 años, capitán de caballería; Daniel Kemper, 20 años, teniente de infantería; John Ferris, edad no definida, oficial asistente; James Gardner, 30 años, capitán de la goleta Bacchus; Thomas Denohue, 31 años, mayor; y Paúl T. George, de origen portugués, edad no identificada, era teniente.
Acota Polanco Alcántara que, como símbolo de humillación, se instaló en cada horca la bandera tricolor tomada a Miranda, «colocada en un palo sin labrar y torcido, mirando hacia arriba la asta y hacia abajo la bandera».
Una vez ejecutados por ahorcamiento, a los reos les cercenaron las cabezas y éstas colocadas en barriles y trasladadas a los destinos antes señalados, despojos que fueron exhibidos en jaulas de madera fijados en altas picas.
Cita Polanco Alcántara que estos jóvenes norteamericanos fueron los primeros hombres que murieron por la causa independentista de Venezuela, y ninguna gestión pudo liberarlos de la muerte, pese a que la hubo y fue enérgica, pero no más rápida que la ejecución de la sentencia.
William S. Smith y Samuel S. Ogden, fueron enjuiciados por una fiscalía en Nueva York por supuesta colaboración en las actividades ilegales del general Francisco de Miranda. Smith, además, fue separado de su cargo de administrador del puerto de Nueva York. Las repercusiones políticas por el desembarco y las ejecuciones a ciudadanos norteamericanos fueron severas.
La prensa, por su parte, dudó siempre que una expedición de esa envergadura hubiese podidos realizarse sin la anuencia del gobierno. El Congreso intervino tras acalorados debates y la mayoría votó por eximir al gobierno de responsabilidad en la empresa de Miranda. Los dos enjuiciados que estaban en prisión, fueron liberados y absueltos.
Fuentes: Héctor Bencomo Barrios. Expedición de Francisco de Miranda. Diccionario de Historia de Venezuela. Fundación Empresas Polar. Caracas, 1988.
Tomás Polanco Alcántara. Venezuela y Estados Unidos a través de dos siglos. Cámara Venezolana-Americana de Comercio e Industria. Editorial ExLibris. Caracas, 2000.
IG/TW: @LuisPerozoPadua
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