Me gusta la historia desempolvada y enjabonada.
Mario Briceño Iragorry
La política es un quehacer de angustias, advertidas por Maquiavelo en su Príncipe, mas no de las tropelías en que ha devenido. Antes calificada como “arte” en labrarla en la antigua Grecia, a base al diálogo y no de traiciones, engaños, corrupciones, narcotráfico, lo más parecido a la caída del Imperio romano, por lo que el humanista Mariano Picón Salas escribiera en Tres Mundos que: «En la utopía de un Estado perfecto, para que el hombre se liberara de la política hay que desintoxicarse de ella», que es lo estamos obligados a hacer, a propósito de la defenestración del presidente Carlos Andrés Pérez y la poliratería, si cabe la palabra, en ese desborde cloacal de la política venezolana del siglo XXI, donde se ha perdido la conciencia cívica, valores y principios democráticos, en manos de testaferros que han hecho del militante partidista un becerro –métete por aquí, camina por allá– transformándolos en “clientela”, a la imagen de los antiguos comerciantes árabes, con el beneficio de cuotas a todo esfuerzo y lealtades.
Pues bien, el ciudadano Carlos Andrés Pérez fue uno de los principales políticos del país en el siglo XX -gústele a quien le guste-, presidente de la República en dos períodos constitucionales, con las más altas votaciones que se recuerden, dictando políticas públicas que tuvieron aciertos y desaciertos, a lo que deben responder, las personas facultadas para ello, desde unas instituciones llamadas “Academia”, que a nuestro juicio, en algunos de los discursos de incorporación a las mismas se destacan interpretaciones históricas discutibles y apreciaciones, de acuerdo con las responsabilidades de algunos académicos. Manuel Caballero se cuenta entre otros, a regañadientes y no dejó de tener razón, y convencimiento, a propósito del centenario del presidente Rómulo Betancourt, al afirmar que: «La historia está demasiado cerca de la política como para que no se sienta la tentación de cruzar la frontera».
Negándosele ahora, sin el beneficio de una patología histórica forense, a Carlos Andrés Pérez, no solo militante del partido Acción Democrática que liderara Rómulo Betancourt, con abierto mensaje a los historiadores, porque “nace para hacer historia” (1941), con ello no pretendemos buscar exaltaciones, menos comparaciones, sino opiniones de los más llamados a hacerlo, nuestros historiadores y politólogos, que con sus excepciones, han negado a “sottovoce” una sesión para indagar en la vida y obra de Pérez, como se hiciera con Betancourt, Caldera y deberán ir pensando a su tiempo, en el centenario de Chávez, mutatis mutandis este como todo tirano pretendió fusilar históricamente al general independentistas José Antonio Páez en su propia tumba. Al respecto, criticamos la cobardía intelectual de no juzgar a un hombre como Carlos Andrés Pérez, porque según el mesurado Discurso de Incorporación a la Academia de la Historia, del doctor José Luis Salcedo Bastardo:“Despolitizar la historia: Una tarea para el desarrollo”…
La despolitización que planteamos, y que, en la medida de nuestras fuerzas, hemos emprendido en el libro, la cátedra y el ejercicio cívico, o se inspira en un mero prurito de reacción contra lo harto habitual sino en el objeto de alcanzar la perspectiva integral, no la unilateral ni la estrecha y menguada que obedece a un exclusivismo anacrónico. Es una despolitización hasta el justo punto que reconoce en la política un quehacer sustancial de la comunidad, en ocasiones el más importante pero nunca el único. La acción política, dentro de un país y de un sistema normales, es un capítulo del esquema general y complejo de una sociedad, trozo notable de la cultura, jamás el único.
Al buen decir del sabio Salomón “Todo tiene su tiempo” y Agustín de Hipona le tomó la palabra calificando el tiempo histórico “en presente pasado, el presente del presente y el presente del futuro” si nos ajustamos a ello. Carlos Andrés Pérez incursionó en ellos y su don de hombre democrático estuvo, en no dejarse derrocar por un militarismo bandolero, delatado a la fecha y entregar el poder que legítimamente ostentaba, por respetar la Constitución de la República que pondría en bandeja de plata, una conspiración civil que deambulan como fantasmas, en esos templos académicos de Venezuela.
Nuestro gran Andrés Bello, en su ensayo “Cómo escribir la historia», cita al historiador francés Prospere de Barante, para quien: “Estamos cansados de ver la historia transformada en un sofista dócil y asalariado que se presta a todas las pruebas que cada uno quiere sacar de ella. Lo que se le pide son hechos. Como se observa en sus pormenores, en sus movimientos, este gran drama de que somos actores y testigos, así se quiere conocer lo que era antes de nosotros la existencia de los pueblos y de los individuos. Se exige que la historia los evoque, los resucite a nuestra vista”.
Vistas así las cosas, el problema histórico de Carlos Andrés Pérez no está en las academias, sino en los historiadores, que es otra…, por lo que es bueno recordárselos con el viejo refrán «Ya se dónde espantan para pasar rezando».