El Estado de Israel fue proclamado en el año 1948, y desde entonces, ya pasados más de setenta años, varias generaciones de palestinos han vivido como extraños en una región donde nacieron ellos y sus ancestros. En la actualidad Israel es el único país del mundo donde la mayoría de la población es de religión judía, que alcanza el 75%. Allí también está una minoría musulmana palestina de 16%, una minoría cristiana palestina de 2% y el resto son drusos o de otras religiones.
La preocupante situación de los palestinos de Israel es analizada por Ilan Pappé en las páginas de su libro Los palestinos olvidados, fuente de este artículo. Ilan Pappé es un profesor judío nacido en Haifa, Israel. Catedrático de historia en la Universidad de Exeter, Reino Unido. Fue profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Haifa y director del Instituto Emil Touma de Estudios Palestinos de Haifa.
Los primeros colonos sionistas de principio del siglo XX, cuando llegaban a Jaffa, en Palestina, eran recibidos con los brazos abiertos. En la mayoría de los casos, los palestinos del lugar les ofrecían alojamiento y les enseñaban a cultivar la tierra. Esta hospitalidad nunca fue retribuida, ni siquiera en sus inicios, puesto que los colonos judíos en sus primeros apuntes describían a los palestinos del lugar como extranjeros que vagaban por las tierras del pueblo judío, dado que llegaban con la idea preconcebida de Eretz Israel (la Tierra de Israel). Ya lo había sembrado a finales del siglo XIX Theodor Herzl, fundador del movimiento sionista, al reconocer que Palestina era una tierra donde vive un pueblo nativo no judío, pero creía firmemente que podría “hacerlos desaparecer (a los palestinos) para que los judíos pudieran regresar y recuperar la tierra de Israel”, (Diario de Herzl, 12 de junio de 1895, traducido del alemán por Michael Prior, “Speaking the Truth about Zionism and Israel”, 2004).
Informes continuos desde inicio del presente siglo declaran reiteradamente que “a las instituciones estatales israelíes les preocupa terriblemente que haya cada vez más (ciudadanos) árabes que compran tierras en Néguev y Galilea”. (Informe del Centro de Seguridad Nacional, Universidad de Haifa, 2007). Así, el árabe que decida comprar tierras, aunque sirva en el Ejército de Israel, se convierte inmediatamente en un enemigo interior.
Ser un extranjero y vivir en forma hostil en su propia patria no solo implica tener que enfrentarse a retos diarios relacionados con el derecho a la propiedad de tierra; condiciona además las personas con las que se puede contraer matrimonio y formar familia. Desde 2002 el ministro del Interior, Eli Yishai, impulsó esta política contraria a las parejas con esposas procedentes de los territorios ocupados, dado que en su opinión esos matrimonios representaban “un peligro demográfico que amenaza la existencia de Israel”. (Publicado en Haatetz, 9 de enero de 2002). Para 2007 las esposas palestinas casadas con israelíes fueron obligadas a marcharse o separarse de sus parejas.
Otra restricción a la que se encuentran sometidos los palestinos de Israel es la negación del derecho de manifestación y reunión. Innumerables operaciones de la policía israelí, como parte de la campaña de leyes y detenciones, arrojan desde el año 2000, miles de detenciones y un preocupante número de palestinos asesinados. “Cuando un ciudadano o un policía atacan a un palestino, nunca acaban en los tribunales”. (Informe Anual sobre el Racismo en Israel, ONG palestina Musawa, 2008).
El gobierno de Israel aprobó el 23 de noviembre de 2014 una legislación que estableció a Israel oficialmente como el Estado nacional del pueblo judío, provocando en su momento las críticas de las organizaciones de derechos humanos, porque enfatizar el carácter judío del Estado de Israel podría a la vez perjudicar los derechos de las minorías étnicas religiosas del país. Ha sido etiquetado de racista y peligroso porque justifica la discriminación ante la ley: la valida. (Alexandra Von Schelling, El Mundo, Madrid. 2014)
A pesar de los inconvenientes, y luchando en contra del sistema, un muy reducido número de destacados ciudadanos palestinos han logrado triunfar en el Estado judío como empresarios, jueces, profesionales médicos, escritores, profesores, e incluso futbolistas (aunque a los palestinos convocados para la selección nacional les resulta difícil entonar el Himno Nacional), superando elevadas barreras discriminatorias y restrictivas. Estos triunfos individuales han favorecido el incremento de la confianza en los miembros de la comunidad palestina. Sin embargo, no asombra equiparar la situación de los palestinos en Israel a la situación de los pueblos colonizados en el siglo XIX, o a los inmigrantes que trabajan en la Europa actual. La diferencia es que en Israel el Estado es un inmigrante que se ha convertido en autoridad, y sus políticas aplicadas a los autóctonos palestinos son mucho más críticas, no son comparativas con las políticas aplicadas a los inmigrantes en otros lugares. La discriminación es un fenómeno latente y oculto, el sistema educativo en su totalidad, desde la educación básica hasta la universidad, es un sistema totalmente segregado. Aun cuando viven en una nación que se autodefine como la única democracia de Oriente Medio, son negados sus derechos humanos y civiles elementales como individuos y como colectivo. Ilan Pappé lo define “Estado opresor”. Es la crónica increíble de una maltratada comunidad que ha conseguido surcar a duras penas las aguas del colonialismo, del chovinismo nacionalista, del fanatismo religioso y de la indiferencia internacional. Es un desafío al multiculturalismo y al intraculturalismo, cuestiones que no solo son fundamentales y relevantes para Israel y para Palestina, sino para otras sociedades, pues afectan al destino de la relación entre Oriente y Occidente en toda la región de Oriente Medio.
La historia que en la actualidad viven los palestinos en Israel se está escribiendo marcada por la discriminación y la expropiación. Pero también es una historia de autoafirmación y constancia. Se identifican como una orgullosa minoría nacional, conformada por una comunidad heterogénea en la que los islamistas, cristianos y laicos, conviven en su mayoría en los mismos pueblos que sus antepasados levantaron hace cientos de años, negándose a abandonar su tierra, su moral y su identidad.