OPINIÓN

Los ovarios de Ayuso

por Antonio R. Naranjo Antonio R. Naranjo
Isabel Díaz Ayuso, la presidente de la Comunidad de Madrid

Foto: EUROPA PRESS

Ayuso tiene un par de ovarios, una condición femenina que despierta más recelos que los mismos atributos testiculares en el hombre. Si un tipo planta, se encara, desdice y se enfrenta a Sánchez, es un valiente. Pero si lo hace una mujer, se buscan contextos psicológicos para explicar la reacción, como si fuera un sofoco menopáusico o un efecto secundario del ciclo menstrual.

Les pasa en general a las señoras con éxito, que son observadas, juzgadas y sentenciadas con más severidad que los hombres, a quienes siempre favorece el factor genital pese a que está detrás de alguno de los grandes dramas de la humanidad.

Ayuso no desprecia a Sánchez porque esté alterada, busque protagonismo o quiera zamparse a Feijóo, como dicen siempre las izquierdas, con machismo infinito: lo hace porque, desde la lógica, no cabe otra respuesta a la cadena de desprecios, acosos y decisiones contrarias al sentido común, al interés general y a la simple decencia.

Sánchez es igual de machista y señoro que Pablo Iglesias, un macho alfa de saldo, pero algo más perfeccionado en las formas, que añade a ese empadronamiento anímico en un harén repleto de concubinas ideológicas como Pilar Alegría o Isabel Rodríguez, un sectarismo impropio de un hombre de Estado.

A Madrid la confinó en pandemia con un estado de sitio bélico, la insultó por insolidaria pese a ser la única que ayuda de verdad al resto de comunidades, le negó la financiación mínima necesaria para que los Cercanías no fueran a pedales y la ha asediado como si fuera Kiev y él mandara desde el Kremlin.

Y además le añadió una caricatura obscena de Ayuso, presentada como una loca; le cargó el asesinato de casi 8.000 ancianos mientras censuraba una auditoría global de la gestión de la pandemia que le hubiera sentado a él en un banquillo y le achuchó al fiscal general del Estado y a toda la Selección Nacional de Opinión Sincronizada para presentarla como una mezcla de fascista y zumbada sin parangón en la política contemporánea.

Poco ha hecho Ayuso por defenderse de un rival que se sirve de sus poderes y sus lacayos para derribar con malas artes a quien gana en las urnas una y otra vez y soporta, por ello, el acoso a su familia y sus seres queridos, vivos o muertos, desde las mismas trincheras enfermas de odio que buscan argumentos parvularios para defender a la esposa, el hermano o los amigos del ínclito, por la parte sanguínea; y a un etarra, un golpista y un prófugo por la política; promocionados todos ellos al calor del poder tiránico de un Calígula de medio pelo.

Que ahora se permitan decir que Ayuso denigra la liturgia institucional por negarse a rendir pleitesía en La Moncloa a un tipo que la persigue e insulta mientras maniobra para tapar sus vergüenzas personales solo puede pasar en un país desbordado de idiotas a sueldo.

Los mismos que, cuando un maquinista estrelló un Alvia en Santiago y mató a decenas de personas por correr al doble de velocidad de la permitida, echaban la culpa a ADIF y, ahora que la tiene, señalan al azar como causa del colapso ferroviario inducido o tolerado por el Oscarlopitecus que dirige los transportes españoles a título de ministro.

Ayuso, más que presidenta madrileña, es un símbolo de la resistencia, imperfecto pero honesto, que planta cara a un sátrapa de mercadillo con más ínfulas que talento, votos, ideas y energía. Cuando caiga Sánchez llegarán otros a colgarse su cabellera del cinto, incluidos algunos cobardicas del PSOE, pero solo la presidenta madrileña y pocos más podrán decir, sin ofender a la verdad, que ese duro trabajo fue cosa suya.

Posdata. Feijóo ha estado hábil y los presidentes autonómicos también, entendiendo su postura la compartan o no. El debate no es por qué Ayuso no va a La Moncloa, sino por qué Sánchez sigue allí.


Artículo publicado en el diario El Debate de España