En los últimos años, sobre todo desde que las redes sociales facilitan la forma de hacerse mediático, han salido a la palestra personas con el deseo ferviente de ser protagonistas, de saberlo todo, de incluso jactarse de ser expertos en cualquier cosa que se les ocurra, pero en el plano urbano, esto suele ser aún más delicado, porque pudiera incidir de forma negativa en la participación ciudadana, desvirtuando su sentido de involucramiento per se de las personas que hacen vida en una localidad.
A mí en lo particular me parece que el dar importancia a quien no la tiene es la clave de convertir a estas personas en “opinadores de oficio”, que el problema es que, aunque puedan exhibir credenciales académicas, no necesariamente tienen la experticia, pues pocas veces coincide que estas personas también en la práctica sepan hacer gestión. En mi país, a estas personas se les llama popularmente “habladores de paja”. Pero pueden llegar a ser tan famosos –e incluso bien pagados, monetizando de todas las maneras posibles-, que hasta son invitados de lujo a cuanto seminario, congreso o foro se haga, y hasta pueden llegar a ser prepotentes, tanto que pueden desmentir y hacer quedar mal a quienes sí pudieran hacer aportes de calidad.
Si somos puristas, es interesante definir la participación ciudadana, y es que ella se asocia con mecanismos de democracia directa, por ejemplo, iniciativas de ley, referéndum, plebiscitos, consulta pública, revocación de mandato, así como la integración de consejos ciudadanos en organismos públicos para el diseño o reorientación de políticas públicas.
En la actualidad, en la sociedad podemos notar que cada vez más hay problemas que surgen en nuestra comunidad y que se hacen visibles, desde un bache sin reparar, un semáforo descompuesto, o incluso un delito que nadie reporta y que no sabemos cómo encauzar eso, para que esta situación sea atendida finalmente por quien tiene la responsabilidad directa de hacerlo.
Es en los temas ciudadanos justamente, que se dan mayormente en las ciudades, en los que hay que hacer foco de cómo podemos combatir estos problemas y más allá de eso, aportar ideas bien fundamentadas para ello, para convertirnos en parte de la solución y no simplemente desmeritando todo lo que se hace a nivel de gestión pública, por simple desconocimiento. Es en ese tipo de incógnitas en las cuales podemos hacer uso de la participación ciudadana y encontrar caminos de concertación para dar solución, sin necesidad de que haya voces altisonantes que pretendan que con más decibeles se consigue más rápido la solución. Porque el tema es que las soluciones van más allá del hecho de hacer, primero hay que planear para luego ejecutar, y en ese camino se encuentran muchos entuertos que debemos enderezar para que se haga una gestión eficiente y limpia, que solucione estructuralmente y no mientras tanto. Esto va más allá de aprenderse al caletre un tutorial de YouTube.
Solo para complementar esto, con algunos enfoques de la participación ciudadana, es posible que todos como ciudadanos, de alguna u otra forma, opinemos, e incluso cuestionemos lo que se hace, porque eso al final es deber de un buen ciudadano, porque asumir que todo es correcto y funciona a la perfección, sería tener una actitud conformista y por ende, dejarían de ser territorios donde se den acciones que propicien la mejora del espacio urbano y colectivo, de forma permanente.
Pero, eso es una cosa, y la otra es tratar de desvirtuar realidades y obnubilar a la opinión pública en las ciudades, porque eso derivaría en finalmente no hacer nada, sino más bien sabotear lo poco o mucho que se hace, y quienes terminan perdiendo son los ciudadanos en colectivo.
Hay formas de participar sin protagonizar, sin descuidar el incentivo al liderazgo comunitario que es vital para que la gente se apropie –en el buen sentido de la palabra- de lo público y lo cuide como si fuera suyo. Dentro de la participación ciudadana, existe la participación privada, que es la que realizamos a nivel personal, en la cual tenemos deberes y responsabilidades que debemos cumplir constantemente, como lo es el pago de impuestos, el respeto de las leyes, contar con un empleo digno, entre otras. La participación social es aquella que realizamos en nuestro entorno geográfico inmediato, en el cual se procura mejorar las condiciones de vida, como por ejemplo que seamos partícipes en juntas vecinales, sindicatos, grupos ecológicos, colegios profesionales, sociedad de padres y representantes en las escuelas, comités de salud, entre otros, es decir, ser la voz de muchos a los que podemos representar. Y finalmente, la participación política, es la que realizamos por nosotros mismos o por medio de nuestros representantes, donde se busca hacer uso de los canales institucionales para poder lograr influir en la toma de decisiones gubernamentales, con el propósito de lograr beneficios para la comunidad en obras y servicios públicos.
Entonces, evitemos los liderazgos tóxicos y seamos capaces de asumir que la participación ciudadana no amerita tener “opinólogos”, sino más gente comprometida con las soluciones a las problemáticas. Criticar es bien fácil, ejecutar no tanto. Entonces, si no sabes lo que implica hacer gestión, mejor es no hacer juicios de valor. Pide lo que requieras, con la insistencia que ello amerite, y si ves que el camino se tuerce por quienes tienen la responsabilidad de hacer, porque violan la ley y las normas vigentes, porque no practican el escuchar en vez de oír, porque hay malas prácticas, entonces se más que un opinador de oficio, conviértete en la piedra de tranca, pero con justificación. No hay razón que pueda ser entendida como tal si no hay datos ni evidencia, para que pueda ser creíble el reclamo y la lucha por el bien hacer en la gestión urbana. Participemos sin detener, porque eso nos convierte en verdaderos ciudadanos. Opina, pero procura participar.
Espero haberles contribuido, ¡hasta la próxima entrega!
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