En Venezuela todos pasamos por sentirnos presos y torturados. Porque quienes detentan el poder manejan las llaves de nuestras mazmorras y literalmente hacen lo que en ganas le viene con nosotros, los sometidos. Así atropellan los derechos laborales, educativos, imponen los controles que les provoca, cierran emisoras, se cogen empresas; en un país donde no hay ley. Ellos son jueces y partes y todo. Al punto que, desde la asamblea nacional que se inventaron, un energúmeno grita y desaparece el Consejo Nacional Electoral, vuelve a guturalizar y ya no hay observación internacional de las posibles venideras elecciones. Esta es la «República» que tenemos.

Esta donde si alguien como Javier Tarazona denuncia que hay guerrilleros diseminados en todo el país, lo apresan con daños y perjuicios porque ellos no quieren que se sepa. O al menos que no se sepa asi. Pero aquí siguen los guerrilleros. Y se mueren o los matan, para comprobación de la palabra emitida, y actúan bajo protección del Estado, en libertad, mientras el colega Tarazona sigue preso, porque así ellos lo quieren. Por más que rechiste la ONU. Y se creen con el poder suficiente para suspender la primaria por órdenes de tribunales que ni tribunales son, porque ni a parapetos de eso llegan. Pero mandan secuaces a actuar allí. Todo un entramado que parece ficción, pero ficción no es.

En esta republiqueta con dueños hay presos que nadie nombra, porque parecen que están libres. Solo parece. Son miles y allí están. Silentes. Porque si hablan para exponer sus casos pueden resultar más perjudicados. La jueza Afiuni alguna vez afloró algo sobre sus condiciones. Y cesó pronto el intento de alboroto del tema. Delicado, por supuesto. Nadie quiere volver a sufrir físicamente, más profundamente, psicológicamente, el hecho de estar entre rejas, malos olores, gritos, mal comer, donde la sobrevivencia se remarca con más énfasis en cada respiración. Pero allí están y son miles.

Casa por cárcel. Prohibición de salida del país. Prohibición de moverse más allá de algún demarcado territorio. Imposibilidad de acudir a algún medio o por redes sociales referirse a algo de sus límites para la existencia. Presentación ante el juez en periodos cortos. Para medir sus pasos. Para evaluar si se han portado bien según manda la autoridad. La autoridad es un cúmulo de esbirros que se gana los churupos trabajando para lucirse con quienes desde arriba los observan en su canallesco accionar. Miles, repitamos, miles de venezolanos que no están en las cárceles. Pero que están en prisión. Que no son libres. En Venezuela son solo verdaderamente libres los que vislumbran la escapada.

Libertad condicional. En estos días le pregunté a un amigo que no tiene casa por cárcel, pero sí presentación hace casi diez años, por su condición. En oportunidades hablo con ellos por las redes. Con algunos en realidad. Es difícil saber quiénes son. Identificarlos. Nadie los refiere. Ni una cifra son ya. El informe de la ONU acerca de los derechos humanos continuamente los ignora. La relatoría de las ONG premiadas o no, los borra. Son imperceptibles. Pero ahí están sufrientes. Más que los demás presos de esta enorme cárcel sin derechos, con tantos alcahuetes dentro y fuera. Hasta los periodistas, siempre tan cuidadosos algunos de llamar las cosas por su nombre suelen decir y titular: salió en libertad… Cuando no es así. Salió, pero no anda en libertad. Porque aquí no hay libertades y ellos, con sus condiciones, la tienen tan limitada que parecen fantasmas ambulantes.

Atendamos también, hasta que consigan su libertad y hasta que consigamos la nuestra en general, a esos miles de conciudadanos que llevan a cuestas libertades condicionales. Exijamos, porque ellos no pueden, su plena libertad. También, por supuesto, la de los casi trescientos compatriotas que nos recuerdan día día que sí, que esto donde estamos es una cruel dictadura criminal, sin ley.

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