Cuando la humanidad parece preparada para afrontar nuevos escenarios posteriores la pandemia del covid-19, podemos constatar que las consecuencias extienden y profundizan situaciones existentes antes de la aparición del virus en febrero de 2020. La vicisitud acabó por incrementar problemáticas socioeconómicas en gran parte del planeta; los efectos devastadores de la crisis relacionada con el coronavirus acentúan las ya amenazadas condiciones de bienestar de unos 3500 millones de seres humanos. Lo más alarmante de esta serie de secuelas, es que se consolidan una serie de obstáculos para el crecimiento humano y, en algún momento en la línea del tiempo serán una cruenta realidad que afectará al 90 % de la población humana de la Tierra.
Los recursos existentes en el mundo son finitos, lamentablemente el modelo de desarrollo apuntalado luego de la Segunda Revolución Industrial y el cual se ha asumido como estándar del progreso, es absolutamente inviable; se ha comprobado científicamente que es insostenible. El castigo sometido al medio ambiente enciende alarmas desde hace décadas, la omisión y negación al cambio de paradigmas nos conduce a un desenlace nada favorable. Otra de las consecuencias de este patrón son las cada vez más grandes diferencias. De acuerdo a OXFAM (Comité de Oxford de ayuda contra el hambre, según sus siglas en inglés), el 10 % de la población mundial está en control del 85% de la riqueza, dejando solo un 15% de la misma al resto del 90 % de personas.
En no más de 250 años el 70% de las especies van a estar extintas producto del los cambios climáticos. Los errores nos llevan por un camino que resulta un largo e imperceptible proceso para la mayoría de los hombres,quienes ignorando la problemática se convierten en parte del problema. Las consecuencias son la sumatoria de pequeños y drásticos impactos en el medio ambiente. La FAO indica que entre los años 2015 a 2020 fueron deforestada 10 000 000 de hectáreas por año, a ese ritmo la cantidad de terreno forestal será una mínima parte del planeta. Corregir esa ruta es sin duda de lo más urgente que demande atención e urge la implementación de soluciones. Debemos comprometernos en una real reprogramación en la forma como vivimos, concientizar sobre nuestro rol en el planeta y estableciendo relación armónica con el resto de la vida natural.
La guerra y el armamentismo son amenazas que se ciñen sobre los humanos. En la actualidad más allá del escandaloso conflicto existente entre Rusia y Ucrania, hay confrontaciones bélicas que a pesar de no contar con la atención de los medios de comunicación no dejan de ser cruentas y el saldo de fallecidos es pavorosamente alto. Como lo indica el Consejo de Relaciones Exteriores, organización creada en 1921, actualmente estudios del Global Conflict Traker nos permiten conocer detalles sobre la magnitud de las guerras en Yemen, Burkina Faso, Mozambique, Congo, Etiopía, Siria, Sudán, Burundi, Uganda y otros diez territorios. Estados como Haití, El Salvador, Brasil, Colombia y Venezuela arrojan números preocupantes por la acción de la delincuencia, estos indicadores resultan inquietantes ya que el volumen de violencia y el conteo de víctimas se asemeja a la realidad de países con fuerzas militares en pugna. Sin paz nuestras sociedades estarán privadas de evolución y estaremos sucumbiendo a indignas restricciones de vida.
Cuando se observa en conjunto a todos los habitantes del orbe, la desigualdad económica salta a la vista como un rotundo indicador del descalabro en que viven las personas, desgraciadamente hay brechas que estratifican las categorías de vida y condenan a una enorme cantidad de seres humanos a sobrevivir con carestías y privándonos del potencial de cientos de millones de individuos, quienes no pueden explotar sus habilidades. Existen indicadores del Banco Mundial que demuestran que en todo el tiempo transcurrido durante la pandemia, quienes más dinero tenían solo vieron reducido su patrimonio en un 3 %, mientras el 40 % de toda población mundial vio drásticamente reducir sus ingresos en un 7 %. Nada más en el 2020 un número cercano a los 10 millones de personas murieron por el consumo de aguas no aptas para el humano, algo que parece ilógico en la actualidad cuando los conocimientos y recursos tecnológicos deberían estar en función del bienestar de todos. En países con altos niveles de bienestar económico se han visto en la obligación de destruir vacunas para el covid-19 que han expirado, hecho que contrasta con la realidad en África, el 90 % de las mujeres, niños y hombres del continente no han recibido vacunación.
Hay que diseñar y poner en práctica planes que eviten que la mitad de las personas del globo continúen sin Internet; que un 15 % de individuos no tengan servicio eléctrico o peor aún, la mitad de todos los humanos no cuenten con una asistencia médica realmente eficiente. La tecnología debiera estar puesta al servicio de salvar los impedimentos que mantienen atrasados y condenados a más de un tercio de los hombres y mujeres, mientras la inventiva solo rija primordialmente la búsqueda del entrenamiento y el comercio, olvidando la salud, la educación y sustentabilidad, estaremos marchando por una ruta que no conduce a nada.
Paradójicamente, el hombre ha podido crear obras demostrativas de su ingenio, producto de su capacidad intelectual ha llenado la historia con descubrimientos que sin lugar a dudas son fascinantes, pero, al mismo tiempo hemos dado muestras de las más obcecada condición al borrar distintivas características que ennoblecen nuestro existir y tomando un cariz ominoso como especie. El único camino que nos queda es el de superar los desafíos que hoy ponen en riesgo nuestro futuro.
La unión de voluntades y una reorganización de las sociedades debería ser el inicio para mejorar las condiciones de vida, la búsqueda de la simetría entre el hombre y el medio ambiente debe orientar mucho en la planificación del futuro inmediato. Entendiendo que, estamos vinculados como hermanos y que las diferencias nos engrandecen como especie, solo así tendremos alternativas. Somos responsables de prolongar nuestra huella en la vida, asumiendo los nuevos retos que surgen luego de meses condenados a la incertidumbre. En lo individual nuestra fragilidad es evidente, pero la suma de nosotros invariablemente puede marcar la diferencia, el mañana ya ha llegado.