Suena a ciencia ficción. Pero esto es real
Muchas personas no toman en serio el coronavirus
Los seres humanos somos seres sociales emocionales y la cuarentena impuesta en todo el mundo por el coronavirus obliga a las personas a permanecer en sus casas sometidas a la incertidumbre y al desgaste emocional. El coronavirus es tan poco visible como el aire que respiramos e inevitablemente habrá gente incrédula, recelosa de la crisis actual. Pero con vidas en juego, simplemente no podemos permitirnos el lujo de negar el peligro que representa la actual pandemia. Aún con información certera de más de medio millón de muertos, los negadores se rebuscan sus propias fuentes de información que refuerzan sus particulares prejuicios.
Hasta la fecha, no hemos presenciado la pandemia con la intensidad vista en otros países de Suramérica. Aquí, en el Caribe, algunos dirán que tenemos suerte porque “se agarró a tiempo” y que nuestras estadísticas son por lejos mejores que las de Italia o Brasil. Indudablemente, para el virus no importa tu clase social, ni la plata que tengas, si viajaste o no viajaste, entre otras necedades. Simplemente, el virus tiene una compleja y apretada agenda en su visita a Latinoamérica, cual gira oficial, tal vez dejando a nuestro querido país entre sus últimos encuentros.
El peor virus es la combinación de negación, miedo, ignorancia y la necesidad biológica innata de subsistencia. En la realidad actual se entrelazan variadas combinaciones. Lo cierto es que la pobreza explica la gran necesidad de salir a buscar el sustento a como dé lugar, pero en las imágenes vistas de las celebraciones típicas con bailes y tambores en las vísperas del Día de San Juan en el litoral central, en medio de la “cuarentena radical”, los tapabocas y la sugerida distancia no formaban parte del sarao.
Otro grupo de negadores lo conforman aquellos en la “edad de oro” o del “divino tesoro” de la juventud. Estudiantes universitarios han hecho «fiestas covid-19″ para infectarse intencionalmente entre ellos, con un “pote en efectivo” como premio, para aquel que se infecte primero. “Si me da corona, me das una corona (cerveza)”, chillan. Estas personas no deberían engañarse a sí mismas con la idea de que, como son jóvenes, no serán hospitalizadas si están infectadas. En el otro extremo de la vida, tenemos la fiesta de cumpleaños de la abuelita nonagenaria, a la que hay que celebrar porque no sabemos cuánto más vivirá. Solo pidamos que ese amor no se convierta en tragedia.
La falta de sensatez no es ajena a la ciencia clínica. En Italia, médicos milaneses aseguran que el susodicho bicho perdió su virulencia inicial y los asintomáticos ya no contagian la enfermedad. Múltiples virólogos han salido al paso diciendo que no hay evidencia de que el virus esté perdiendo potencia en ninguna parte y que es peligroso pedirle a los políticos italianos volver a la normalidad con base en estos datos preliminares.
De singular interés son las protestas de sectores conservadores en otros países, frecuentemente politizadas, sin máscaras faciales ni distanciamiento social, ignorando descaradamente las pautas de salud pública. “Es hora de recuperar nuestra libertad”, vociferan los que defienden su derecho de trabajar, viajar, reunirse, socializar e ir a la iglesia. La ira es absolutamente real y repiten hasta el cansancio que “los expertos continúan equivocándose en el análisis del virus”.
Existen otros “refutadores profesionales”, antiguos manifestantes contra el cambio climático, que ahora mutaron a oponerse a la epidemia.
Algunos presidentes parece que no ven la gravedad de la situación que todo el mundo ve y son señalados en sus respectivos países como negadores del virus, priorizando la economía ante la salud. Un líder que no cree en una medida de protección básica influirá con su comportamiento inadecuado en sus seguidores, con sus consecuencias negativas. Según los medios, ya se enfermó el primero de ellos.
En Chiapas, México, turbas de incrédulos manifestaron en las afueras del hospital porque “el covid-19 es una mentira”. Arremetieron, de forma insólita, contra los profesionales de la salud en la vía pública, culpándolos de la situación pandémica. Según otras notas de prensa, narcos han amenazado a los doctores: “Por cada muerto de nosotros de coronavirus mataremos a 10 médicos”.
En la vereda opuesta a los avestruces no creyentes que hunden la cabeza, están los practicantes del catastrofismo, que con su tono profético meten miedo de los males por venir y fabrican predicciones desoladoras merecedoras de un Plan Marshall tropical.
Las teorías de la conspiración de los escépticos acerca del coronavirus son peligrosas y todos debemos contribuir a evitar que este tipo de desinformación no se propague en las redes sociales. La locura actual con la red 5G no es nueva, desde la histeria contra los judíos en la peste negra, las pandemias han sido un medio de cultivo para estas prácticas. Cuando las personas sufren una pérdida de control o se sienten amenazadas, son más vulnerables a creer en conspiraciones.
Esta batalla contra el virus, aunque muchos no lo vean, no se libra exclusivamente en el hospital, sino realmente en todo el espectro de la sociedad civil. La mejor medicina es la preventiva y “más vale prevenir que curar”. En este caso, triunfaremos si logramos mantener la afluencia de enfermos al hospital en niveles manejables. Un hospital por más bien preparado que esté, tiene una capacidad de atención sanitaria fácilmente desbordable si las medidas adoptadas fuera de sus paredes no logran contener la masa crítica de enfermos. Llegar a necesitar una cama con ventilador en la unidad de cuidados intensivos y encontrarse que la sala está copada ha sido un fenómeno global de profundas implicaciones éticas en los profesionales de la salud.
Esto es algo completamente nuevo, totalmente sin precedentes y muchas personas descreídas están teniendo problemas para entenderlo. Es comprensible la frustración general ante la resignación de un nuevo estilo de vida. Todos queremos volver a la normalidad cuanto antes, pero la prioridad para 2020 será “la supervivencia». Cuídate a ti mismo y a tus seres queridos. Sin duda, al final recuperaremos la capacidad de socializar de manera segura.
Por ahora, lograr que los líderes generen confiabilidad para toda la población en la gran incertidumbre reinante constituye un creciente desafío en el lidiar con la pandemia del siglo XXI.
@santiagobacci
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