Vladimir Putin promueve un mundo paralelo en el que ya no es el feo estado paria condenado al ostracismo por la invasión ilegal de Ucrania. Al imponerle sanciones, excluirle de todas las grandes cumbres mundiales y emitir una orden de detención internacional contra él, que en teoría le impide viajar al extranjero, las potencias occidentales intentaron dejarle fuera de juego. Y de alguna manera (y por un tiempo) lo consiguieron. Hace un año, en la cumbre de los Brics en Sudáfrica, Putin fue el gran ausente. El jefe del Kremlin solo pudo intervenir por pantalla. Como signataria del estatuto por el que se establece la Corte Penal Internacional, Sudáfrica habría tenido la obligación de detener al presidente ruso, acusado de crímenes de guerra en Ucrania. Quedó retratado como un fugitivo escurridizo. Un año después las potencias del Sur Global han acudido a él en Kazán, Rusia.
Sin embargo, la cumbre no tendría mucho peso si los líderes, reticentes a asociarse con un país agresor, se mantuvieran al margen. Por desgracia, la asistencia del socio «sin límites» Xi Jinping, presidente de China, la de Narendra Modi, primer ministro de la India, dejando de lado la cumbre de la Commonwealth en Samoa, del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, a pesar de ser socio de la OTAN, o del presidente sudafricano, Cyril Ramaphosa, halagaron profundamente al presidente ruso. También estuvieron presentes otros dirigentes más dudosos como el venezolano, Nicolás Maduro, o el iraní, Masoud Pezeshkian, empantanado en una guerra cada vez más abierta con Israel. Pero fue un europeo, concretamente un político portugués, quien elevó el estatus de la cumbre. António Guterres, secretario general de Naciones Unidas, también estuvo en Kazán, prestando su legitimidad a un dictador y contribuyendo a la rehabilitación de la Rusia imperial de Putin en una potencia global. Las televisiones públicas rusas emitieron en bucle las imágenes del secretario general de Naciones Unidas degustando platos locales. Cuesta entender cómo Guterres se ha prestado a semejante trampa del Kremlin. Los partidarios del secretario general de la ONU aseguran que la organización necesita mantener abiertos los canales de comunicación con Rusia, miembro además del Consejo de Seguridad Nacional, ante la posibilidad de que en un futuro cercano tenga que mediar en un acuerdo de paz entre las partes. Pero incluso aceptando este supuesto, no resulta necesaria ni imprescindible su participación en el teatro de Kazán, una cumbre convertida en un vehículo de la propaganda del Kremlin.
La bofetada es doble para Ucrania puesto que el secretario general de la ONU declinó su asistencia la cumbre de la paz convocada este pasado mes de junio en Suiza por el presidente Volodimir Zelenski. No estuvo entonces con el país víctima y ahora se deja agasajar por el agresor. Sorprende además de un político al que no le tiembla la voz cuando tiene que señalar los crímenes de Israel en Gaza. ¿Qué pasa con los de Rusia en Ucrania? La imagen, sin embargo, simboliza el desenganche de la comunidad internacional con el futuro de Ucrania que puede tener su último capítulo en las elecciones estadounidenses en las que Donald Trump ya ha insinuado que quiere su rendición, para más gloria de Putin.
Artículo publicado en el diario La Razón en España