En Venezuela el gobierno está lleno de monstruos. Bueno, eso lo sabemos todos. Pues, como monstruos, monstruosos, capaces de cualquier monstruosidad, califican: Nicolás Maduro, Cilia Flores, Diosdado Cabello y los Tarek (el fiscal y el otro, tristemente famoso, pero inmensamente rico, después de meterse en el bolsillo 23.000 millones de dólares desfalcados a Pdvsa), Elvis Amoroso, los hermanos Rodríguez y Padrino López, por supuesto, y un, no tan largo, etc. que conforma la nomenclatura madurista en el poder.
La oposición también tiene sus monstruos, por ejemplo, la integrada por los llamados “alacranes”, quienes se autodefinen como oposición y ya sabemos que traicionan por vocación y conforman un grupo de cínicos y aventureros, allí están: José Brito, Luis Parra, Conrado Pérez, solo para nombrar algunos, de los que se dice recibieron un buen dinero del régimen (eso lo sabemos, también, pues uno de ellos la tomó por contar el dinero en los baños de las discotecas).
En la oposición, organizada en el llamado G4 o G3, ya no sabemos por qué G van, también los hay, de eso no hay duda, solo que por la necesidad de salir de la claque que nos gobierna le dejamos pasar algunas cuestiones no muy santas, pues dada las circunstancias nos hemos hecho seguidores del refrán “En el camino se enderezan las cargas”. Aquí, también hay traidores, solo que lo hacen por, esa, necesidad (aunque, algunos pocos, lo hacen, hay que decirlo, por infamia).
En esta oposición que, sin lugar a dudas, sí es la verdadera, hoy prolifera el llamado “cualquerismo” (cualquiera le gana a Maduro, así dicen algunos representantes de la “oposición verdadera”) tomando la experiencia de Barinas como modelo, llamado eufemísticamente “el protocolo de Barinas”. ¿Por cierto, alguien puede informar que ha sido del gobernador de Barinas? ¿Ustedes saben que él lleva por nombre Sergio Garrido?
Qué mala onda eso de ser invadido por el escepticismo y el negacionismo, y bajo el imperativo de que hay que ser realista se comienza a materializar la idea de: “A falta de pan, buenas son tortas”, es decir, en caso de ganar las primarias uno de los inhabilitados, lo sustituye el siguiente que esté habilitado… Total, con cualquiera ganamos, eso repiten como un mantra una buena parte de la oposición.
Es una mala onda hoy, digo, porque tal apreciación significa aceptar la candidatura que el régimen a la larga quiere imponer.
Se olvida que la crisis que sufre el país tiene el carácter de ser nacional general, algunos teóricos dirán que es una crisis orgánica, estructural, en el sentido de que no hay dimensión que no se encuentre en franca disolución. A diferencia de lo que ocurre en América Latina, donde la democracia ha sido desplazada por los populismos y autoritarismos que se han instalado en el poder en la última década. En Venezuela, donde hace 25 años la democracia sucumbió ante los encantos populistas de Chávez, lo que está en crisis es el régimen chavista, que devino en dictadura, que fracasó, primero con el mismísimo Chávez y, estruendosamente, después, con Maduro por incompetencia, abuso y corrupción.
Obviamente debemos pensar que “el cualquerismo” no es la solución, pues, presumo, que no con cualquiera se le gana al chavismo-madurismo hoy, a pesar del rechazo que tiene Maduro, el cual, según las encuestas es superior al 80%. Pero los aparatos autoritarios de poder no han cambiado de manos y el chavismo tiene el control del TSJ, la AN 2020, la FAN, el CNE, más que nunca. Instituciones que, como ya ha ocurrido, pueden cambiar los resultados que vayan dirigidos en su contra. Aspecto este que, incluso, haciendo abstracción de la represión que el régimen ejerce, lo califica de dictadura.
Además, seamos sinceros, no todos los candidatos que se presentan en la primaria pueden, por múltiples razones, hacerse cargo del hartazgo que el régimen ha producido en los ciudadanos.
Candidatos que no han podido superar la condición de prisioneros de la profunda crisis de representación partidaria de finales de los noventa que le permitió al chavismo llenar el vacío que los partidos políticos dominantes y el liderazgo político de entonces dejaron.
Hoy todavía ese liderazgo no ha sido capaz de captar el sentido y el sentimiento de los ciudadanos ni encarnar “el sentido de su vida y de su historia” y por supuesto, aún presos de las viejas maneras de hacer política, no pueden expresar un proyecto de orden que se aboque a la construcción de un “espacio institucional nuevo” diferente, obvio, al orden chavista, pero al mismo tiempo que supere el modelo preexistente a la llegada del chavismo. En fin, un nuevo acto fundacional que no corrija, sino que reemplace lo que hemos tenido hasta ahora.
Afortunadamente hay excepciones, solo que todos esperamos que “el trapiche” que hasta ahora ha sido la dirigencia opositora, especializada en demoler a sus propios líderes, no consuma una nueva fagocitosis.