OPINIÓN

Los miopes del relativismo

por Hamid Ramos Hamid Ramos

Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, pretencioso o estafador«.

Enrique Santos Discepolo

La miopía es una afección ocular que impide la nítida visión de objetos no cercanos. El rango visual se vuelve tan limitado que hay quienes son incapaces de ver más allá de la nariz.

Juan Pablo II, en su encíclica del 6 agosto de 1993, reveló su preocupación por el auge del relativismo. Esta forma de pensar plantea al individuo como un inadaptado frente a Dios y pretende que el Todopoderoso se adapte al individuo mediante la inflexión de la normativa dogmática. La Santa Iglesia vive hoy ese dilema, pero ese no es el objeto de este texto.

El relativismo extraviado de algunos sectores políticos pretende que los electores se adapten a los aspirantes y no al contrario. Cada día son más escasos los comprometidos a enarbolar causas sociales y son pocos los interesados en establecer una conexión real con esa ciudadanía huérfana de propuestas. Aun así, cuentan con recursos ilimitados que permiten la simulación de apoyos inexistentes, lo cual les provoca la mortificación de aparentar ser o tener lo que no son ni tendrán.

Y mientras los relativistas autoestimulan su ego contando retuits y creyéndose sus propios embustes; los malandros que dirigen el país abren un hueco profundo en las finanzas públicas, basados en un gigantesco esquema de corruptela que los miopes no lograron ver.

Los códigos civiles europeos establecen responsabilidad para las culpas “in vigilando”, los cuales imponen penas para quienes tienen el deber de velar o vigilar los bienes del Estado por su complicidad u omisión. Entonces, ¿qué forma de oponernos es esta en la que nos pasa por enfrente un elefante morado y nadie se da cuenta?

Lamentablemente, el tesón dedicado a atender las dinámicas intestinas de una oposición encerrada en sus propios intereses, conflictos, fantasmas e intrigas han mermado las energías de los llamados a vigilar las acciones de quienes saquean el país.

En nuestro singular sistema político contamos con una Asamblea Nacional de 2015 que supuestamente sigue en funciones y otra de 2020 con algunos que se dicen opositores. En su momento Guaidó nombró un equipo de contralores, sin contar a quienes están en campaña. Es inaudito que NADIE haya advertido el descomunal latrocinio develado por un bando del chavismo en pugna con otra facción en una suerte de ajuste de cuentas. Lo vergonzoso es observar a una parte de esa oposición boba como mirones de palo y managers de tribuna. La miopía que padecen es demasiado severa.

Algunos esquiroles habían asumido el discurso oficialista, que señala como culpable de los graves problemas del país a las sanciones o los recursos retenidos en entidades financieras del extranjero. No sé si lo decían por ingenuidad o por cálculo político, pero espero que los defensores de ese libreto gobiernero se retracten y empiecen a señalar a los verdaderos responsables de la catástrofe que vive Venezuela. Que digan a viva voz que el sueldo de 4 dólares mensuales que perciben los docentes no es por culpa del oro retenido en Inglaterra, sino del saqueo de los bandidos que gobiernan. Que repitan hasta el cansancio que los servicios públicos deficientes tampoco son culpa de la protección de Citgo, sino porque los ingresos ordinarios que devenga la República se extravían hacia las cuentas de jerarcas del PSUV y sus socios. Que griten en sus alocuciones que los niños descalzos que piden en los semáforos no están allí por las cuentas bloqueadas a algunos delincuentes, sino porque el dinero para salvarles la existencia sufraga la opulencia y los extravagantes placeres de quienes parecen no tenerle temor a Dios.

Con franqueza: La buena noticia es que aún se está a tiempo de construir una propuesta que vaya a tono con las demandas ciudadanas, hemos evidenciado el esfuerzo de algunos en ser partícipes de la edificación de un plan nacional que sea capaz de tributar en favor de las urgencias de los venezolanos. Para este fin es imprescindible que quienes aspiran a formar parte de la administración pública no vean el acceso al poder como un fin en sí mismo, sino como un instrumento de las apremiantes transformaciones que debemos procurar para el país.

La noticia no tan buena es que esto requiere mucho trabajo, hacerse acompañar por personas probas e instruidas, con la suficiente honestidad intelectual para no atenuar posturas de acuerdo con el flujo temporal de la corriente. Es decir, hacer oposición real con los riesgos que esto implica, la oposición de la denuncia certera, la oposición que se constituye como una alternativa de transparencia administrativa y sobre todo la oposición de liderar desde el ejemplo testimonial de la propia forma de vida y no desde la demagogia o la crisis de valores con la que tantos han tropezado.

Estamos seguros de que en este país hay gente calificada con disposición a asumir ese desafío.