OPINIÓN

Los mayas y el poder de la ficción

por Ernesto Andrés Fuenmayor Ernesto Andrés Fuenmayor

De los retos que se presentan al tener a la historia como objeto de estudio, uno de los más grandes es comprender las mentalidades que dominaron ciertas épocas y civilizaciones. Es decir, entender cómo percibían y procesaban el mundo las poblaciones a las que se estudia, basándose para ello en la revisión de documentos, descubrimientos arqueológicos y demás. El objetivo sería entonces sintetizar el conocimiento que se tiene acerca del sistema político en cuestión, la religión, la economía, los modos de producción y el arte, entre tantos otros componentes de la cotidianidad. La memorización de fechas y datos pareciera entonces una tarea mecánica, monótona e insuficiente a la hora de adentrarse en otro universo temporal.

Entre los elementos que componían la mentalidad de los mayas en el período clásico (del siglo IV al X d.C.) la religión se eleva sobre los demás, ya que influenciaba cada uno de los aspectos de la vida. Aunque estos no tuvieron nunca unidad política, los nexos culturales entre las distintas ciudades y poblaciones permiten hablar de los mayas como una civilización; la religión siendo quizás el más evidente de dichos nexos. Un complejo panteón con diversidad de deidades dio pie a una cosmovisión que determinaría en gran medida el orden social. Entre los mayas la religión permitió que se llevase a cabo una jerarquización teocrática, con el grueso de la población asumiendo la divinidad de una élite sacerdotal.

La estructura de poder maya solía presentar a un Estado dominante, sustentado por la explotación de comunidades agrícolas aledañas. Esto significaba que el común denominador trabajaba la tierra, esforzándose no solo para si mismo y su familia, sino también para el sustento de los sacerdotes, quienes dominaban la mayoría de los aspectos de la vida colectiva. Entre otras cosas, los estos eran responsables de rendir justicia, determinar fechas religiosas, transmitir tradiciones, educar, escribir los códices, etc. Nace la pregunta: ¿qué le daba el derecho a unos pocos individuos de controlar la vida de tantos otros miles?

Increíblemente, fue el conocimiento científico convertido en ficción lo que permitió que esta estructura se desarrollase. Los sacerdotes eran la élite culta, a partir del estudio de los astros y la observación sistemática de los fenómenos naturales lograron desarrollar sistemas de cálculo que les permitían predecir la llegada de los tiempos de lluvia y sequía, así como eclipses y demás eventos celestiales. Esto les dio un poder ilimitado sobre el resto de la población, ya que dichos conocimientos dieron pie a la creencia de que las élites estaban conectadas con la divinidad. Podemos imaginar la inconmensurable importancia que el conocimiento de los fenómenos climáticos debía tener en sociedad agrícolas como esta, en las que el éxito del cultivo era vital. La observación científica se convertía entonces en una conexión con deidades ficticias.

La materialización de dicho saber en complejas herramientas, la más conocida de las cuales es el célebre calendario maya, permitió que este sistema de dominio se estableciese y perdurara durante siglos. Dicho brillante instrumento no era solo  efectivo en su papel de calculadora astral, además permitió un nivel de control social que difícilmente hubiera sido posible sin él. El monopolio del conocimiento científico protegía a los sacerdotes de rebeliones y demás turbulencias: quien no apoyase el orden establecido iba en contra de la voluntad divina. La consecuencia era una veneración generalizada, incluyendo el pago de tributos.

La religión determinaba la estructura lógica del mundo exterior y, consecuentemente, la mentalidad de los individuos. La línea entre la realidad y la ficción fue eliminada por un saber que al grueso de la población se le presentaba como metafísico, incomprensible a partir del razonamiento y por lo tanto vinculado a otros mundos.

Esa habilidad que tiene el hombre de actuar en base a ficciones le ha traído inmensos beneficios, como indica repetidamente el célebre historiador Yuval Noah Harari. Nos permite organizarnos en grandes números, llevando a cabo sociedades complejas y naciones enteras en base a religiones e ideologías que no tienen ningún sustento empírico.

Harari argumenta que es por este hecho que pudimos elevarnos sobre el resto de los animales. Crear un orden colaborativo entre miles o millones de seres humanos es un gran logro evolutivo. En este contexto, el valor biológico de la religión se hace evidente, ya que permite estructurar las mentalidades a nivel colectivo en base a una misma cosmovisión y un orden moral deseado. Controlar impulsos de violencia, apetitos inmorales y comportamientos erráticos se hace más fácil al creer en la omnipresencia de un dios que castiga el comportamiento nocivo y premia el beneficioso. Independientemente de las críticas que el pensamiento moderno haga a la superstición, la religión cumplió un papel de homeóstasis sociocultural absolutamente invaluable en el pasado.

La ficción con frecuencia determina la realidad, y los mayas son un ejemplo maravilloso de ello. La complejidad de esta civilización y su riqueza intelectual-cultural la hacen un objeto de estudio único: sus desarrollos y mentalidades se convierten una ventana fascinante hacia las complejidades y contradicciones de la condición humana.