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Los más de mil días en la vida de Roland Carreño

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Cuenta Francisco Suniaga que para el bautizo de su novela, Adiós Miss Venezuela, su editor, Sergio Dahbar, le propuso que Roland Carreño hiciera la presentación. Francisco asociaba a Roland con la farándula y la moda, y pensó que entre el título de la novela y la imagen pública del presentador la ceremonia iba a lucir frívola, superficial. Sergio insistió y Francisco quedó agradecido para siempre, impresionado por la inteligencia y humanidad de las palabras de Carreño.

Ciertamente es mejor transitar de lo frívolo a lo profundo que partir de apariencias serísimas a un vacío trillado e insulso.

Varias veces vi el programa de Globovisión Buenas Noches, protagonizado por Carla Angola, Kico Bautista y Roland Carreño. Eran diálogos cruzados, ingeniosos, divertidos. Una vez le escuché decir a Antonio Gala: “Me gusta que me distraigan, pero que también me traigan de vuelta”. Esa sensación la tenía al escuchar a Carla, Kico y Roland. Me divertían y revertían, me refiero a que me hacían reír y también pensar.

La nostalgia que ahora siento es doble, o cuádruple. Ya no existe unas “Buenas noches”, ya no existe para mi Globovisión, ya la televisión venezolana no nos congrega y Ronald Carreño tiene más de 1.000 días preso.

Recuerdo cuando Carreño empezó a aparecer cada vez más serio y comprometido con la causa del partido Voluntad Popular, convirtiéndose gradualmente en un político a tiempo completo. Ciertamente siempre será un buen comunicador, pero yo añoraba sus intervenciones sonrientes, incluso su elegancia un poco exagerada. Y, de pronto, estaba preso y sometido al despiadado cinismo de Jorge Rodríguez.

Cuando Leopoldo López, dirigente de Voluntad Popular, abandona la residencia del embajador español y logra llegar a España, el gobierno reacciona apresando, entre otros, a la mujer que le cocinaba a Leopoldo y le llevaba la comida todos los días, y también a Roland Carreño. ¿Por qué a Carreño? La única respuesta que puedo imaginar es porque era la figura más pública, con más rating. Necesitaban un reo bien conocido.

Desde el principio Jorge Rodríguez utiliza la ficha de la homosexualidad con giros impropios de un psiquiatra:

-Nosotros no tenemos nada que ver con la vida privada de la gente, la elección de género sexual es de cada quien. Claro, luego hay quienes se rasgan las vestiduras en la Conferencia Episcopal, pero en el fondo tapan estas situaciones.

Es el clásico: “Nada tengo contra los homosexuales, pero de que vuelan, vuelan”.

Luego presenta con deleite y fruición grabaciones sobre un romance de Roland, fragmentos tan clásicos y predecibles que saben a montaje y nada añaden al caso sino el evidente e inhumano propósito de humillar.

El lance más rocambolesco es la detención. Lo interceptan saliendo de su casa y encuentran en su carro un fusil digno de Rambo, dólares y un mapa donde aparece la ruta de escape: Caracas-Maicao.

El imaginar semejante fusil en manos de Roland ya suena inverosímil, pero aún más irracional es el mapa. Para inventar la historia de una huida precipitada, el sembrarle un mapa con una línea roja que atravesará 821 kilómetros de ciudades y fronteras parece un contrasentido inaudito. ¿Quién viaja hoy en día con un mapa teniendo a Google Maps? Se trata de una farsa tan evidente y caduca que debemos preguntarnos cuál fue la razón de añadir semejante ingrediente. Supongo que en estos asuntos de plantarte o implantar la idea de que eres culpable conviene recurrir a imágenes arquetipales, y el mapa es uno de esos objetos milenarios y románticos que cautivan la imaginación. En este caso, es una prueba gráfica, palpable, incluso plegable, de que se pretende huir y, por lo tanto, eres sin duda culpable.

En el siguiente episodio aparece Roland Carreño, ya detenido, con una mascarilla bajo la barbilla (imagino que con la venia de quien dirigió la filmación para darle un aire entre contagioso y desenmascarado) hablando sobre cómo manejaba los fondos de Voluntad Popular. Nos explica que recibieron 34.000 dólares de la Fundación Simón Bolívar de Citgo, que se repartían entre las 12 secciones que el partido tiene en el país para sustentar todas las actividades, foros, cursos, comunicación, rentas, etc.

La actitud de repudio de Jorge Rodríguez ante esta confesión es fundamentalmente desproporcionada, si la situamos en el país donde los robos continuos al tesoro nacional llegan a la decena de miles de millones dólares. La desproporción es de tal magnitud que debemos, como en el caso del mapa, revisar su lado oculto.

Resulta curioso que en el caso Carreño de los 34.000 dólares se refiera a Citgo y, en el otro extremo, el caso Tareck el Aissami, el saqueo de 23.000 millones de dólares, se refiera a Pdvsa. Es un asunto de perspectiva: 34.000 dólares es una cifra imaginable para un venezolano; nueve ceros ya es demasiado, se trata de una cantidad inimaginable que pertenece al reino de la fantasías y los mitos.

Además tienes a Carreño filmado, hablando de frente, explicando. Puedes juzgarlo, repetir el video y examinar sus gestos, y además con la ayuda de un psiquiatra experto en corrupción. En cambio Tareck el Aissami nadie sabe dónde está, se va poco a poco diluyendo, esfumando, como una ficción inabarcable, incalumniable.

El personaje más corrupto en la historia de Venezuela reside en un limbo evanescente, mientras Roland Carreño continúa recluido en el ya mítico Helicoide. Lo están acusando de lavado de dinero, tráfico ilícito de armas de guerra y municiones, conspiración y financiamiento al terrorismo. Ya han pasado más de mil días y mil noches; más de mil veces ha cerrado los ojos y los ha abierto bajo el mismo techo y sin ninguna esperanza de ser juzgado, de llegar a un veredicto.

¿Por qué una crueldad tan absurda, tan estancada, tan inhumana?

En la pregunta está la respuesta. Este gobierno, lejos de combatir el absurdo lo promueve, y la razón es sencilla, siendo parte integral de su estructura puede y debe usarlo en provecho propio, llevarlo a niveles antes desconocidos. Siendo una verdad irrefutable y estruendosa que constituye un gobierno dañino, depredador, la solución consiste en asumir el mal de una manera sistémica, consustancial, operativa; es decir, convirtiendo la maldad en parte integral de su naturaleza y esencia. Ha llegado el momento en que su único propósito es existir, persistir. No hay ningún esfuerzo en ser mejores, se trata tan solo de continuar siendo como son y permaneciendo donde están.

Debemos preguntarnos entonces por qué la gran mayoría del país acepta, convive, con casos tan injustos e humillantes para la condición humana como lo que está viviendo hora tras hora Roland Carreño.

Anoche escuché en Youtube una charla de Julián Marías donde hablaba de la importancia de la opinión, de ser capaces de generar un punto de vista e incluso un juicio sobre algo. Tu opinión va tomado fuerza a medida que la asocias con la de otros seres, y comprendes que los demás también saben lo que tú sabes. Así llegamos a la opinión pública. Pero hace falta un paso más. Ese saber compartido necesita ser asentado, escrito, convertido en un instrumento que podemos usar para actuar, avanzar, evolucionar sobre una base compartida.

Recuerdan cuando la opinión pública contaba con el apoyo de periódicos como El Nacional y El Universal, canales de televisión como Radio Caracas Televisión, Venevisión y Globovisión (parece un recuerdo banal, pero era tan grato compartir visiones, pareceres, opiniones), y con aquellas convocatorias políticas a las que acudíamos con fe y en plazos establecidos con regularidad, sin inhabilitaciones ni retrasos. Ahora nada nos congrega, nada nos estructura. Las opiniones y lo público se han desperdigado en una red sin trama, una red que tiene más de colador que de sustento. Vivimos en una sumatoria de aislamientos, de compartimientos estancos, de soledades.

Los beneficios de la opinión pública y lo que es capaz de generar se entienden mejor cuando deja de existir. En las situaciones de opresión -propone Marías- no hay nada público y nada es cierto, ni siquiera las declaraciones del propio gobierno, porque no están creadas para unir, para ser recordadas, para medir y profundizar, para creer en ellas y en la existencia de un futuro compartido. El pasado solo tiene la función de pasar como si nada hubiera pasado y así los ciudadanos terminamos desperdigados formando una sumatoria de opiniones aisladas, y sometidas a la sensación creciente de vivir una eternidad que no evoluciona. La única salida para este tipo de gobierno es la inanición, y Venezuela es quizás demasiado rica y opulenta para permitirlo.

Ahora imaginen este estado de inercia y paralización clavada en el alma de un preso sin juicio. El diccionario tiene dos acepciones contundentes a esta palabra:

Estado de sana razón opuesto a locura o delirio.

Acción y efecto de juzgar.

En el caso de Roland podemos integrar ambas acepciones:

Acción y efecto de enloquecer al no juzgar con justicia.

Aprovechando (y maltratando) su inteligencia, don de gente y popularidad han convertido a Roland en un símbolo de cuánto son capaces de hacernos, de enloquecernos, de hacernos perder la salud y la razón. Esa es la egoísta y aislante opinión que nos han sembrado: “Si le hicieron eso a Carreño, imagínate a mí”.

Lo que me lleva a una pregunta íntima y punzante. ¿Al escribir estas líneas lo estoy ayudando? Yo no quiero describir su tragedia sino acortarla. Debería tener fe en que revelar un absurdo (insisto en esta palabra) puede servir para darle un final, incluso una finalidad. Creo que solo está en mis manos pedir piedad, humanidad. Recordemos las palabras que Mateo le escuchó a Jesús: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De este mandamiento depende toda la ley.

Artículo publicado en La Gran Aldea

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