En 1955, Rosendo Ruiz Quevedo compone este sabroso chachachá y su sabor llega hasta marte. No se sabe a ciencia cierta si es un llamado a seres verdes de otras galaxias o si es una metáfora sobre el hecho de la llegada al poder del finado Castro y sus milicianos o si, sencillamente, es un clásico pegajoso que para el gozo de bailadores y bailadoras compuso Don Rosendo después del avistamiento de unos platillos voladores con enanitos verdes allá en la Cuba alegre y bailable.
Su ricachá, que es como llaman los marcianos al chachachá, en todo caso, parece anunciar la llegada a la región de una sucesión de seres que parecieran extraterrestres o al menos en eso se van transformando a medida que avanza el tiempo. El poder deforma y genera mutaciones. Milicos rancios y políticos de medio pelo que, a un tiempo uno y a un tiempo otro, se han ido encargando de hacer política sin mayor preparación, salvo muy contadas excepciones que la historia reseña.
Copian sin pudor y al calco modelos en desuso que compran sin su dinero y los van pegando en el aire como quien hace una colcha de retazos, asesorados por vendedores de espejitos. Son expertos en prometer como el novio que busca casarse para después entrarle a piña a la señora. Han hecho infinidad de planes de gobierno para no cumplirlos o no los hacen e igualmente se hacen los locos, entonces comienzan a gobernar sin plan ni idea de cómo es que le entra el agua al coco y, cuando menos se acuerda, empiezan a notárseles tics y manías cada vez más inocultables.
Algunos han rodado sobre bolitas de naftalina, otros se han hartado de chocolate en plena rueda de prensa como signo de simpatía y acercamiento al pueblo, unos han cruzado charcos sin mojarse con saltos largos y elegantes. Hay quienes se han sacado la plancha en pleno hemiciclo para escarbarla hasta sacarle el trocito de carne mechada que les perturba la pose. Otros que hablan muy mal y se lo celebran sus adláteres. A unos y a otros le caracteriza un tufo a ropa húmeda vieja aromatizado con perfume caro que envuelve al señor sin corbata, porque él es radical e irreverente.
Se han pelado y se pelean entre ellos a navajazos porque unos defienden la derecha y otros la izquierda en un uso inveterado de esas categorías dualistas propias de quien padece de algún tipo de pensamiento exclusivamente binario donde no cabe la diversidad de nada, aunque la pregonen. Lo importante es defender cada cuál sus frentes y sus fondos -o mediofondos, mejor- y si no gustan sus principios, que nadie se preocupe porque siempre tienen otros.
Hace poco, unos artistas soñaron con buen humor con una isla a la que todos fueron a parar. Nos han hecho reír con la gracia de la ocurrencia. Los humoristas seguirán resonando como campanas, haciéndonos vibrar de carcajadas y aguzándonos el ingenio.
Los civiles en el mundo, que somos mayoría, como las vecinas y vecinos de este lado del planeta, proseguimos en nuestros afanes de ver cómo puede seguir quedando redonda la arepa, confiados en que esos políticos que se han escogido harán su trabajo y cumplirán sus promesas, pero cuando la brega nos da el chance de voltear hacia quienes habíamos confiado, el tiempo ha sido largo y ya los señores y nuevos amos del valle están haciendo de las suyas, armando ¡o desarmando más bien! lo que antes hicieron otros, así como lo que los ciudadanos y ciudadanas habíamos avanzado ¡y entonces todo se vuelve como el cuento de nunca empezar! Parecen herederos de Boves, la bestia a caballo o hijos de Aguirre, el tirano. Y, los más contemporáneos, de Putin. Como si fuesen hijos suyos hacen y deshacen impunemente, aunque más es lo que deshacen, lo que embroman, lo que destruyen…
Lo de la isla sería una posibilidad para llevarles. Pero que la isla sea de plástico, el mismo que han producido ellos en la aceptación de generar industrias contaminantes, barricadas de odio, ríos contaminados, minas exfoliadas, esperanzas caídas, expropiaciones a punta de imposición, generando odios y mucha violencia…
Son bestias o al menos han sido bestiales en sus procederes para el pueblo, para el bien común y lo que han dejado es una estela del tufo de los zorrillos.
¡Ah, malhaya un mundo decente, caray!
¿¡Serán marcianos!?
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