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Los malos y los buenos

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Quantum mutatis ab illo

Virgilio, La Eneida

En estos días un famoso articulista de fama mundial, Moisés Naím, publicó en varios periódicos del mundo un artículo mediante el cual nos explica que según la OCDE (Organización de Cooperación y Desarrollo Económico), las grandes multinacionales han podido “evitar” impuestos que van desde los 100 millones de dólares a los 240 millones cada año, es decir, del 4% al 10% de los impuestos totales que pagan las más grandes empresas multinacionales había caído a la mitad entre 1985 y 2018. Siguiendo a nuestro articulista, en el año 2017, que es el último período para el cual existirían datos confiables, las multinacionales colocaron 40% de sus ganancias en paraísos fiscales donde pagan poco o nada de impuestos. Aquí no nos dice en absoluto el articulista cuáles son los paraísos fiscales, ni si están considerados en esta lista Panamá e Irlanda (uno de los países de más elevado producto interno bruto per cápita.

También, nos relata que Estados Unidos logró en un acuerdo que 132 países se comprometieran a cobrar la tasa mínima global. Los países que participan del acuerdo representan más de 90% de la economía global, lo cual hace que la posibilidad que tenían las empresas de evitar impuestos moviendo sus ganancias a países con menos impuestos va a ser más limitada. Esto es, alaba la cartelización de la economía en lo fiscal. Molesta, de sobremanera que Irlanda les cobra a Google y a otra empresa una tasa de 12,5%. Pero se le quedó en el tintero que, el gobierno de Joe Biden había propuesto un mínimo impositivo de 21%, una cifra mucho más alta de lo que habían estimado los países europeos. Esto es, cada vez más los ingresos tributarios provienen de fuentes intangibles como patentes de medicamentos, software y otros servicios digitales que han migrado a tributar a paraísos fiscales.

A todo este respecto, Chris Edwards, director de Estudios de Políticas Tributarias del Instituto Cato en Estados Unidos, ha argumentado que de la misma manera que la competencia entre empresas promueve la eficiencia, la competencia tributaria genera beneficios favorables a la eficiencia entre países. «La competencia fiscal entre países es algo bueno, no es malo, como afirma la secretaria del Tesoro de Estados Unidos». Sin una efectiva competencia internacional, los gobiernos se transforman fácilmente en monopolios. Hasta cierto punto, la competencia fiscal reduce el poder monopolístico de los gobiernos». El caso es que Biden va a aumentar a 28% la tasa a las empresas para financiar su “grandioso” plan de infraestrestructura. Sin un mínimo global, Estados Unidos podría quedar en desventaja con respecto a otras economías importantes que tienen tasas impositivas menores. Aparentemente, lo que está haciendo la Casa Blanca, como plantean algunos expertos es jugar billar a dos bandas: un alza dentro de sus fronteras y otra fuera de ellas. Los impuestos corporativos en los 27 países que forman la Unión Europea varían enormemente desde 9% en Hungría y 12,5% en Irlanda, a 31,5% en Portugal o 32% en Francia. En nuestra América Latina la presión fiscal llega a 23,1%.

La historia tributaria de Estados Unidos al parecer ha sido una montaña rusa. Cuando el impuesto a los ingresos (impuesto sobre la renta) fue introducido en 1913, la estructura de sus tasas variaba entre un mínimo de 1% a un máximo de 7%. Luego, en la llamada década del crecimiento, de los años cincuenta la tasa máxima del impuesto sobre ingresos alcanzó ¡92%! confiscatoria, prácticamente. Así, cuando John F. Kennedy alcanzó la presidencia de Estados Unidos bajó la tasa máxima a 70%. En 1969, la legislación rebajó la tasa del impuesto sobre el ingreso para salarios a 70%. Cuando Ronald Reagan fue nombrado presidente en 1981, las tasas impositivas sobre el ingreso se encontraban entre 14% y 70%. De esta forma, Reagan contribuyó a promulgar en 1984 la ley que cambió la estructura impositiva entre un rango de 11% a 50% y provocó una oleada de crecimiento y optimismo en la economía norteamericana. También la administración de Bill Clinton, quien llevó al tesoro norteamericano a un superávit, logró crecimiento sin endeudamiento e inflación, y con indicadores mejores que los de las administraciones Reagan-Bush. Algo distinto al keynesianismo vulgar que está ejecutando la administración Biden tan alabada por Naím, que ya montó a la inflación a 4%.

Por otra parte, las reducciones impositivas se han colado en el mundo menos desarrollado, en una época la India llegó a tener una tasa máxima de impuesto sobre ingresos de 80% que fue reducida en el gobierno de Indira Gandhi a 77%. El querido Chile en 1975 llegó a tener una tasa máxima de impuesto sobre ingresos de 58%. En Venezuela en un año relativamente bueno como 1965, se les cobraba a las empresas 45%  en el máximo de impuesto sobre la renta.

Al parecer los malos son las grandes multinacionales como Google, Amazon, Microsoft, Apple y Facebook. Estas empresas no surgieron como grandes oligopolios favorecidos por protecciones arancelarias, o políticas industriales ad hoc; se levantaron porque dejaron satisfechos a los consumidores y elevaron la productividad a nivel internacional, no solo localmente. También han creado empleos y generan una cultura gerencial y de productividad como lo hicieron en una época las transnacionales del petróleo en Venezuela. Ahora resulta, que son los malos de la película. Naím alaba a Biden, “está contra la desigualdad”. Quantum mutatis ab illo, ¡Cuán cambiado de lo que era antes! Cuando fue ministro de Fomento, yo lo alabé públicamente como articulista en Reporte Diario de la Economía, porque hizo cambios estructurales en ese ministerio en favor de una nueva economía que intentaba el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez.

 

 

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