A Federico Rodríguez Márquez
La última edición de la encuesta Encovi, el retrato más fiel y riguroso de nuestra desgracia, acaba de aparecer y, para simplificar, como las anteriores, nos coloca entre los países más desventurados del planeta, cada vez más después de veinte años de rapiña, de despilfarro y de ineptitud gubernamental, chavista. Esa empresa, en un país en que la pandilla dirigente solo calla o miente, esto último en niveles demenciales, es capital para tener conciencia de la magnitud de lo que nos acontece. Esos números que recorren los diversos ángulos de nuestras vidas cotidianas son, extrañamente, tan hirientes y dolorosos, que parecen los personajes de una tragedia, suscitan el dolor y la ira con una desconcertante intensidad. Los niños que mueren, el hambre que duele, la pobreza de casi todos, la educación sin horizontes, la salud y la expectativa de vida derrumbándose, los servicios básicos rotos… La contundencia matemática hecha símbolo exclamativo de imágenes desoladoras, que “claman al cielo” dice el rector Virtuoso, a lo mejor con más fuerza que la mayoría de las palabras o las imágenes que las quieren representar. Yo no voy a comentarlas por falta de habilidades en esas áreas y lo penoso de desglosarlas racionalmente. Quiero sí saludar este admirable trabajo de las universidades (UCAB, UCV, USB) que se suma a otras asociaciones, organizaciones no gubernamentales y similares que desarrollan impecable oficio en áreas muy importantes de la vida nacional: la salud, la alimentación, los derechos humanos, los presos políticos, la libertad de expresión, el seguimiento de la corrupción… En buena medida han suplido carencias de nuestros partidos políticos.
Al terminar de leer este informe no pude dejar de pensar que semejante cuadro probablemente va a ser peor en la medida que el coronavirus nos atropelle, ya lo viene haciendo en la región que ha pasado a ser el epicentro mundial de la pandemia. ¿Cómo puede soportar tan poderoso enemigo un país tan devastado como el nuestro? Esa pregunta ya la hemos hecho varias veces. Y varias veces hemos señalado la irresponsabilidad del gobierno en dividir y enfrentar el país político, hasta límites realmente insólitos. Como es la elección del CNE o el robo de los partidos mayores de la oposición. Y no digamos ese dechado de indignidad democrática que son las amenazas de Padrino López para el que ose aspirar al poder que no sea de la pandilla. Por no hablar de la fractura de la Asamblea, a lo Chicago de Al Capone. Y un interminable etcétera. Las experiencias de la negativa del Fondo Monetario a prestar los 5.000 millones o el oro de las reservas de Londres deberían ser lecciones muy diáfanas de la necesidad de hacer uniones, ya hubo una experiencia exitosa, aunque sean puntuales y técnicas en busca de la ayuda exterior porque aquí no hay ni para agua y jabón en medianas cantidades. No digamos tampoco que toda la oposición está muy dispuesta a diálogos, pero es obvio que el que maneja el poder fáctico, sobre todas las armas, debería ser el llamado a poner en primer plano la sobrevivencia (iba a borrar la palabra, ¡pero no!) de la república y por ende el llamado a unificarse contra la pandemia.
Pero este es un gobierno que ha demostrado hasta la saciedad la indolencia y el atropello contra el pueblo. Lo que sí me parece algo más curioso es que los chicos de la mesita anden preparando elecciones como si tal cosa. Y en especial me parece reveladora la doble cara de Rafael Simón Jiménez, que salió al ruedo del CNE como un guapetón, proclamando su independencia inalienable de criterio y ofreciendo todas, más una, las condiciones que la oposición muy justamente reclama para que haya elecciones como Dios y la Constitución mandan. Y se ha tragado todas estas ruedas de molino posteriores a su nombramiento sin decir esta boca es mía. El camino se estrecha cada día, cada hora. (Jueves 9 de julio).