OPINIÓN

Los límites de su mundo

por José Tomás Esteves Arria José Tomás Esteves Arria

 

Ludwig Wittsgenstein | GETTY IMAGES

«La filosofía es una actividad: una batalla contra el encantamiento de nuestra inteligencia por medio del lenguaje».

Ludwig Wittsgenstein

 

El sueño de la razón produce monstruos.

Francisco Goya y Lucientes

 

El día 27 de julio de este año, José Azel, intelectual muy sólido, publicó en el Blog de Carlos Alberto Montaner un artículo titulado “Los límites del lenguaje político”. En este trabajo cita  ciertas investigaciones realizadas por algunos científicos sobre los chismes, donde hasta los evalúan positivamente. Lamentablemente, en este punto discrepamos totalmente con nuestro autor puesto que las redes están invadidas y penetradas por falsas noticias, fake news. Debemos recordarle a nuestro articulista que chisme es “algo que nos gusta de alguien que no nos gusta”.  Habitualmente el chisme o la comidilla es algo negativo sobre alguien que no nos simpatiza. Al menos un periódico o portal serio trata siempre de verificar las fuentes, tiene una reputación que perder, mientras que el twittero anónimo o apenas identificado tiene escasa nombradía o reputación, con sus excepciones por supuesto. Y la excepción podría ser Donald Trump, expulsado de Twitter por decir verdades o falsedades.

Sin embargo, una parte que nos agradó mucho del trabajo de Azel fue la exposición del gran debate entre Abraham Lincoln del Partido Republicano y Stephen Douglas del Partido Demócrata, el cual se publicaba en los periódicos. Así en los diarios a favor de la postura de Lincoln antiesclavista se presentaban correctamente los discursos corregidos y expurgados de errores, mientras que los periódicos a favor de la posición de Douglas, presentaban los alegatos de Lincoln con naturales errores de transcripción. En tal sentido, me recuerdo como si fuera ayer, de la campaña electoral en la que salió electo por segunda vez Carlos Andrés Pérez, que escogían en su publicidad las fotos donde salía mal enfocado su contendiente (hoy en día un político venido a menos) y a su vez en las respuestas de su contendiente presentaban en la prensa las fotos donde Pérez lucía mal. Lo que es igual no es trampa, diría un avezado analista.

Azel, además, expone también en su trabajo la inmensa importancia del lenguaje para las relaciones humanas, sean estas afectivas, de trabajo, y políticas. En este contexto, se me viene a la mente una ocasión en la que a un burócrata engreído, su superior directo, el presidente de la Comisión Nacional de Valores, le rechazó un memorándum puesto que aquel le había escrito a este jefe “exigiéndole” que llenara las vacantes a su cargo, y en su devolución le respondió simplemente que ese no era un lenguaje propio de un subalterno a un superior. Esto lo vi yo personalmente, nadie me lo contó. De igual modo, existe el análisis de contenido, en donde un estudio de un texto puede decirnos si el que lo escribió fue un sacerdote, un militar, un hombre de negocios o una persona cuasi analfabeta. Lo más interesante del lenguaje es que es producto de una evolución humana, de un grupo. Es un producto colectivo y evoluciona lentamente pero con tenacidad y paso firme. Los intentos de imponer por la fuerza un idioma han fracasado, en Irlanda no ha tenido mucho éxito la enseñanza del gaélico; mientras que el Israel moderno ha resucitado con mucho éxito el hebreo antiguo.

De igual forma, dentro de su argumentación, Azel saca a colación al gran Ludwig Wittsgenstein, filósofo austríaco, quien por cierto era primo de Friedrich von Hayek. Este pensador escribió un primer libro, El Tractatus Logico-Philosophicus, en el que plantea su afirmación más polémica: “Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo”.  Estando así las cosas, en una ocasión un joven venezolano que vivía en la ciudad británica de Brighton quería cortejar a una linda muchacha, pero no encontraba qué decirle, pues las groserías y las vulgaridades se habían instalado cómodamente en su vocabulario. ¿A qué demonios vendrá todo esto?, me dirán los lectores.

Yo les responderé: porque me viene a mi huidiza memoria el expresidente Chávez –ahora en la eternidad donde no nos molesta ni lo molestan–, que empleaba en sus largos y agotadores discursos un lenguaje procaz, sucio y ofensivo. Y al parecer apenas hubo una voz en disenso, que le replicó en una ocasión que “Acción Democrática no la destruía un aprendiz de dictador.”  Este fue el doctor Carlos Canache Mata, quien en lugar de continuar con la ofensiva se quedó loando la historia política de Rómulo Betancourt.

Análogamente, el gran error de la oposición fue haber intentado imitar a Chávez, en su populismo absurdo e indecente, y hasta le permitieron cambiar la Constitución de 1961, por ese adefesio que representa la Constitución “bolivariana” de 1999. También hubo un centro de investigaciones, que presta ahora servicios a la Federación Venezolana de Maestros, que realizó una encuesta confidencial para buscar la causa principal del notable éxito de Chávez en las barriadas caraqueñas, puesto que en casi dos años de gobierno no había diseñado sus planes sociales “regalos de cajas de comida, bonos, etc”, y lo que encontraron era que les agradaba el hombre de Sabaneta porque era bien feo, de pelo rizado como el desaparecido expresidente Joaquín Crespo, y bembón y grosero. El quid del asunto es tan cierto y verídico, que Chávez se apresuró a dibujar un Bolívar  grotesco, medio zambo para sustituir la iconografía tradicional del Libertador. ¡Cómo había descendido el lenguaje político en Venezuela donde el circo y la oferta de ganar sin esforzarse era el tema principal!

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De igual forma, en vista de que las grandes masas empobrecidas en Venezuela siempre han sabido muy poco de historia de Venezuela, Chávez se fundamentó en una doctrina “bolivariana” tergiversando y tomando lo que le parecía bueno y desechando el genuino pensamiento antidictatorial y liberal profundo del Libertador. Hasta le cambió el nombre oficial del país: “total, el ganador se llevaba todo”.  La ideología verdadera del chavismo fue la resurrección del “cesarismo democrático”: animar el resentimiento, la envidia y las bajas pasiones en contra de una Venezuela productiva, que miraba hacia el futuro. Más de 5 millones de venezolanos expatriados es el costo más elevado de esta revolución, especie de miserable milagro, donde ya nuestro país dejó de ser hasta país petrolero; y, por otra parte, generando toda clase de artimañas, se le impide exportar o producir alimentos en el país. Tiene la palabra el lenguaje positivo, constructivo y fecundo: ¡callad, por favor, quienes quieran extender la miseria para siempre en Venezuela, puesto que ya han hablado demasiado!