Para variar, estoy viendo a Camilo en CNN. Me encanta. El tema del programa giraba sobre el expresidente y líder mundial Álvaro Uribe y su arresto domiciliario. Tenía dos invitados, una senadora del partido de Uribe y un profesor de leyes y abogado.
Me molesta mucho cuando la gente «aún» trata a los abogados o jueces como «dioses», a pesar de la mala fama de la justicia. Casi igualmente sucede con los políticos, que son los más odiados mundialmente.
Me encanta la serie española La casa de papel. Y hasta yo me preguntaba: ¿Por qué? ¿Qué pasa en el mundo que estamos amando a los que infringen la ley, siempre y cuando acaben con los políticos, las dizque instituciones y expongan las injusticias, las mentiras y engaños a los que estamos siendo sometidos los habitantes del planeta Tierra?
El abogado intentaba parecer imparcial, pero se le olvidó que la televisión es una radiografía del alma. No me convenció, y no le creí, pues nunca creo a quien no me convence. A quien no sea congruente, aunque sea la Suprema Corte, no hay que creerle.
Las Supremas Cortes las componen hombres y mujeres que no son ni pueden ser totalmente independientes. Todos tenemos preferencias políticas, religiosas y, tristemente, todos tenemos intereses. Cada vez más personas se dejan llevar por todo esto a la hora de actuar, porque persiguen sus intereses. Los valores se han perdido. O, mejor dicho, casi ni existen. El dinero y la manipulación de los partidos y políticos casi siempre son los que ganan, no necesariamente el inocente o lo justo.
No veo razón para que Álvaro Uribe esté preso, mientras los guerrilleros, narcotraficantes y asesinos de las FARC anden sueltos o refugiados por el narcorrégimen de Maduro en Venezuela.
El colmo fue el cierre de la entrevista, cuando Camilo preguntó algo que se está comentando: ¿Creen ustedes que Cuba tiene que ver con esto? Hasta un niño de cinco años diría: «Claro que sí». Ellos tienen mucho que ver con los guerrilleros, con el desastre de Venezuela, el narcotráfico y un gran etcétera. El famoso profesor saltó y defendió a los jueces de la Suprema, como si hablara de Jesús. Lo siento. Yo no creo en nadie hasta que me demuestre lo contrario.
No resolveremos este caos que nos arropa ignorando lo que sucede y oyendo ese discurso desfasado y poco congruente del profesor. ¿En qué mundo vive que no se da cuenta de lo que pasa a su alrededor? Su discurso se parece a lo que yo creía cuando era adolescente, que la justicia social, la verdad, la equidad, las leyes y el respeto por los demás algún día se lograrían. He luchado por educar y enseñar a la gente que ese camino nos está llevando al infierno que ya estamos viviendo.
Como dice Mafalda: «Paren el mundo que me quiero bajar».
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