La celebración de los 100 años de la fundación del Colegio San Ignacio de Loyola muestra la capacidad de un grupo humano de diferentes generaciones esparcidos en el mundo de mantener una identidad y compromiso común alrededor del lema de San Ignacio: “En todo amar y servir”. Este ejemplo se vuelve especialmente relevante para la gran diáspora venezolana, la cual tiene el desafío de mantener la identidad nacional de Venezuela entre los ciudadanos que están dentro y fuera del país. Para que de esta manera, el momento en que haya un cambio social, se pueda reconstruir esta nación.
Los jesuitas se han caracterizado por mantener una visión híbrida entre los valores religiosos y su praxis transformadora en el mundo secular, económico-político, así como en las ciencias y humanidades. Desde la “Fórmula del Instituto”, el documento fundacional de la Compañía de Jesús, la búsqueda del “bien común” tiene un rol central. El concepto del bien común, como lo plantea Platón en La República, trasciende el beneficio individual por la felicidad de toda la sociedad: “No fundamos el Estado con la mirada puesta en que una sola clase fuera excepcionalmente feliz, sino en que lo fuera al máximo toda la sociedad”. Aristóteles y aún Santo Tomás de Aquino, en la Edad Media, extienden este concepto como una forma de trascender a una dimensión divina. Sobre esta base e influidos por los primeros compañeros de San Ignacio formados en la Universidad de París, la búsqueda del bien común se constituye en uno de los pilares de la misión de la Compañía de Jesús. Desde esta perspectiva, se puede entender el rol tan importante que los jesuitas han jugado en muchos países del mundo, especialmente en Latinoamérica, al fundar colegios como el San Ignacio que han preparado líderes no solo en el ámbito político sino también en el mundo empresarial, social y científico. Según el empresario Xavier Luján “la impronta del Colegio San Ignacio en sus alumnos es única, no mejor ni peor, pero sí particular. Como empresario, padre de familia o ciudadano, siempre trato de ser consecuente con la guía general que dejó San Ignacio: en todo amar y servir; es difícil pero cuando se logra, otorga grandes satisfacciones”
En el caso del San Ignacio, parte de esta formación ocurre en las clases formales, pero uno de los principales mecanismos que los jesuitas usan para llevar a cabo su misión educativa es a través de las instituciones colegiales en la que los estudiantes tienen una gran autonomía para organizarse y definir sus propios objetivos y planes. El San Ignacio crea un experimento social con sus diferentes instituciones donde el Centro de Estudiantes (CESI) atrae a quienes tienen mayor interés en el tema político, el Centro de Excursionista Loyola (CEL) y los deportes a quienes tienen un interés particular similar a lo que sucede en la empresa privada y la Banda de Guerra que detrás de su lema de “Disciplina, honor y sacrificio” junto con la sólida formación académica del colegio desarrolla las cuatro virtudes cardinales requeridas en todo líder según Platón: prudencia, fortaleza, justicia y templanza. El líder empresarial Eugenio Mendoza considera que “la banda de guerra fue un posgrado en liderazgo a nivel de bachillerato”. Según he confirmado con otros exalumnos, como el abogado y empresario Fernando López Brito, los valores aprendidos en el San Ignacio, en la Banda y en el CEL, nos motivaron a balancear una búsqueda continua de mayor conocimiento junto con una preocupación por el desarrollo del potencial humano tanto a nivel personal como social acorde con el lema del CEL: Excelsior.
Los jesuitas, junto con un grupo dedicado de profesores, dejan que los estudiantes se organicen, cometan errores y reinventen la manera de lograr el bien común según las necesidades de cada época. En la celebración de los 100 años de fundación del San Ignacio y los 75 años de la fundación de la Banda, una gran cantidad de exalumnos de diferentes generaciones y dispersos en todo el mundo se han juntado con los estudiantes, padres y profesores para revivir estas instituciones, y para agradecer y reconocer la huella que la Compañía de Jesús ha dejado en Venezuela y en el mundo. Este experimento social se convierte en una llama más de esperanza al mostrar que es posible que un grupo humano disperso en el mundo pueda unirse para refundar una nación libre y orientada a la búsqueda del bien común.