Jamás los dirigentes políticos y de los grandes sectores económicos y sociales de entonces, como también quienes decidieron tal suerte, pudieron avizorar el gran daño que a la institucionalidad del país le ocasionó el “derrocamiento” de Carlos Andrés Pérez. Qué caro le ha salido a Venezuela el que no se haya tenido la visión de que aquel arrebato traería consigo las consecuencias de la erosión en las bases de la evolución y desarrollo de los principios republicanos. Fue un ardid contra todo un sistema democrático, imperfecto pero perfectible, que hoy como atajo forma parte del lado oscuro de la historia.
No se trató de un golpe de Estado o una insurrección contra un Somoza o un Batista, se trató sí de una argucia generada contra un demócrata histórico que durante toda su vida luchó y actuó con gran dedicación por el bienestar de los venezolanos y el fortalecimiento de sus instituciones a las que respetó incluso cuando fueron mal utilizadas en su contra. Con él, depuesto y luego fallecido, se fue el último de los grandes líderes que marcaban el rumbo del país. El suceso que determinó tal futuro fue todo un esperpento jurídico y político que podemos resumir en la inconstitucional decisión de la extinta CSJ y en el arbitrario pronunciamiento del también extinto Congreso Nacional.
La conspiración fue planificada por tirios y troyanos, por los de adentro y los de afuera, también por parte de quienes manejaron el talonario de las facturas con criterio estratégico; con un cálculo político o económico que solo ha dado rédito a quienes poco importan las desastrosas consecuencias que tienen pegada contra la pared a la gran mayoría de venezolanos afectados en sus derechos y en su porvenir.
Veamos en retrospectiva la parte gruesa del asunto, a título enumerativo: El oportunista e irresponsable pronunciamiento que tiempo atrás hizo Caldera sobre los sucesos golpistas del 92, su patético mandato en contubernio con esos golpistas y su sobreseimiento, fue el precedente que dio cabida a la reinserción del militarismo en el país. Los Notables y la buena pro que la bancada de AD le dio al descabezamiento de CAP marcaron el declive de la organización política más importante que haya tenido el país y de los partidos en general. La sinvergüenzura de darle luz verde a una constituyente en abierta violación del texto constitucional de entonces, que generó la caída y mesa limpia de las instituciones públicas comenzando por el máximo tribunal y también la Fiscalía y con ello la desaparición del Poder Legislativo bicameral, suprimiendo el natural contrapeso de esa institución que entre otras consecuencias, trajo la eliminación del control del poder civil sobre el militar, así como la forma legiferante de legislar. La eliminación del conveniente financiamiento público de los partidos políticos dejándolos en situación de minusvalía frente al partido del régimen que se nutre de recursos mal habidos. La desaparición de la descentralización que ha significado un gran retroceso en la perfectibilidad del sistema democrático. El déficit en niveles asistenciales, educativos, culturales y tecnológicos. El desastre económico y el incremento exponencial de la pobreza. La persecución, detención y tortura de dirigentes políticos, estudiantiles, militares, gremiales y sociales. La aparición de los desplazados, que fueron aventados por un régimen deambulan por el mundo; todo esto, entre otras circunstancias.
Esta involución debería llevarnos sin duda alguna a la introspección. A revisar esta brutal experiencia en profundidad y, por supuesto, asumirla como una lección aprendida. Autoflagelarnos o flagelar a aquellos quienes durante todo este proceso han corregido, rectificado y con sus acciones se están enfrentando a un régimen que los deslumbró en sus inicios, no son opciones. Se equivocaron cuando creyeron que semejante linchamiento de CAP fortalecería a la democracia, pero todo lo sucedido desde entonces que ha acabado sistemáticamente con los cánones democráticos e institucionales, les llevó no solo a marcar distancia sino que ahora encaran al régimen.
Es más cuestionable el proceder de aquellos quienes aún no han aprendido la lección y más aún, por antihistórica, la de aquellos que adversaron inicialmente al régimen y por muchos años han mantenido con él una relación de complicidad. Son irrecuperables como diría Natalio Vega, el Hombre de la Etiqueta.
@vabolivar