Muy incoherente luce hoy, ante América Latina y el mundo, el mandatario brasileño, Lula da Silva, electo democráticamente en su país, por una mayoría inocultable de votos de los ciudadanos brasileños y a quien, sin ningún remilgo, le entregaron el poder que le correspondía al ganar, sin que eso significara una fractura honda, insondable, política y social. De hecho, ahí está al frente de la poderosa nación, de gran influencia. Respetado y ¿querido? Bueno…
Lula, luego de dos llamadas telefónicas que posteriormente pudimos entender por donde venían, digo luego para referir la conciencia de la no aceptación en Venezuela de la realidad electoral, señaló, palabras mas o menos, que quien pierde se va y entrega, porque así es la democracia, alternabilidad en el manejo del Estado. Y, posteriormente a las dos llamadas telefónicas privadas, se vio en la obligación moral de comunicarle al mundo su percepción de lo que ocurriría días después con sus vecinos del norte, con nosotros.
Es más, Luiz expresó de muy buen modo su estupor, y lo compartió moralmente con el mundo, ante la manifestación grotesca, ante el ofrecimiento de un baño de sangre y una guerra civil, nada menos. Pero consumado el baño de sangre por la evitación del derecho humano a la protesta en Venezuela, con cara de portugués de abasto al que le quieren hacer una jugada con la cuenta menuda de unas lochas, sonríe y deja pasar. Se espanta ante el anuncio, ante la verbalización del horror, pero no se abisma, no se inmuta, ante el cumplimiento en acción cruenta, ante la materialización de lo verbalizado.
¿Recibe órdenes foráneas Lula? El paso de una posición a otra, pendular e inmediata, en cuestión de días, parece obedecer a otro tipo de telefonazo en incomprensible lengua extranjera, hasta para los brasileños. En la Organización de Estados Americanos, Brasil se abstuvo, esgrimiendo baladíes argumentos, cuando faltó un solo voto para la condena y la exigencia de transparencia continental en el conteo de los votos en Venezuela. Sólo tenía que alzar la mano el representante del gran país suramericano, con la moral en alto. Pero no.
Inocultables, además de la catajarra de votos desconocidos desde el poder, son también los conciudadanos muertos, los heridos, los presos, los desaparecidos, el dolor de sus familiares y el de toda una población que protesta la burla infame, tanto como la flagrante violación de los derechos humanos, atacados por darle a una olla, niños, adultos mayores, habitantes indefensos. ¿La salsa de tomate salpicó a Lula? Esperamos mucho más de él. Por su inocultable importancia. Y agradecemos las posiciones de otros países hermanos, más empáticos con nuestra realidad.
Perdonen la digresión, pero también resulta inocultable el aniversario de El Nacional, un medio fundamental en la cultura, el periodismo, la información y la opinión en Venezuela.