OPINIÓN

Los Inmorales

por Víctor Andrés Belaunde Gutiérrez Víctor Andrés Belaunde Gutiérrez

Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor

Ignorante, sabio o chorro, pretencioso estafador

Todo es igual, nada es mejor

Lo mismo un burro que un gran profesor

No hay aplaza’os, ¿qué va a haber? Ni escalafón

Los inmorales nos han iguala’o

Si uno vive en la impostura y otro afana en su ambición

Da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos

Caradura o polizón

– Extracto de la letra del tango “Cambalache” de Enrique Santos Discépolo

El domingo pasado, después de reflexionar sobre la figura de Kissinger, me detuve a pensar en el analfabetismo moral, una característica que definí como la incapacidad para identificar la crueldad y establecer escalas de maldad. La definición es limitada y quizás demasiado generosa, ya que se refiere a aquellos que no saben leer ni escribir. En su segundo significado, se refiere a aquellos ignorantes, sin cultura o profanos en alguna disciplina. Es decir, los analfabetos no saben, y generalmente no son culpables de su situación.

Mientras pensaba en este tema, también consideré la locura moral. El problema con los locos morales no es la falta de conocimiento, sino la enfermedad. Tanto la ignorancia como la enfermedad reducen la responsabilidad, al menos en el ámbito ético, de aquellos que viven con estas condiciones.

¿Cómo describir y definir a personas cuyo comportamiento parece contrario a la noción del bien y del mal, cuando aparentemente son cultas, bien formadas y funcionales, al menos en apariencia?

Veamos algunos ejemplos:

A partir de mayo de 1980, Perú sufrió los ataques de Sendero Luminoso, cuya crueldad y sed de sangre cobraron la vida de 30,000 peruanos (no utilizo las cifras de la CVR porque nadie sabe de dónde salieron). El Estado, a través de sus fuerzas policiales primero y luego de sus fuerzas armadas, lo enfrentó, a un costo terrible, incluyendo vidas inocentes.

Entonces, ¿cómo es posible que destacadas personalidades peruanas pongan en el mismo plano la respuesta del Estado, a través de la policía y el ejército, al accionar criminal de Sendero Luminoso?

¿Es comparable la decisión de un joven oficial del ejército o de la marina, patrullando una zona remota de la serranía, a gran altitud o emboscado en algún pueblo, que resulta en la muerte de inocentes, con la del terrorista que mata a sangre fría y que lo habría acribillado junto con la tropa a su cargo?

Los miembros del IDL piensan que sí y no ceden en su empeño de perseguirlos, con Gorriti a la cabeza. Ponen todo su celo y empeño en ello, sin misericordia.

Pienso en el caso de muchos miembros de nuestra clase media y alta burguesía que durante el peor periodo de violencia (1980-1992) nunca arriesgaron su pellejo pero juzgan desde lo alto. En aquel entonces, tomaban café o bebían cerveza, filosofando sobre los temas de moda, pero nunca patrullaron un camino desolado de los Andes, con el terror en las venas de sufrir una emboscada en cualquier momento y desaparecer para siempre en algún frío despeñadero.

¿Con qué derecho juzgan?

Recuerdo las últimas elecciones. Fingían equidistancia como si Keiko Fujimori fuese indistinguible de los brazos legales del Partido Comunista del Perú Militarizado, es decir, los remanentes de Sendero Luminoso. Cualquier cosa era preferible a su triunfo.

Después, con Castillo en Palacio, señalaban que la vacancia por incapacidad moral no era tal cosa, lo que implicaba dejarlo en el poder. Si fracasaron en su propósito fue por la torpeza de Castillo, nada más.

¿Cómo es posible que quienes se oponían a la destitución por medios constitucionales de Castillo ahora clamen por un acortamiento del mandato presidencial?

Pienso en los odios atávicos que despierta Fujimori. Cuando disolvió el Congreso en abril de 1992, era yo un recién ingresado a la universidad y debo haber sido el único de la clase que se declaró contrario al rompimiento del orden constitucional. El apoyo que recibió Fujimori fue casi unánime. Raro era el que criticaba, salvo uno que otro contreras como este servidor.

Hoy, sus opositores de antaño aplauden su liberación y exigen al Estado que defienda los fueros nacionales frente a una corte internacional que pretende inmiscuirse en el destino final de Fujimori, que ya estuvo 16 años preso. Sin embargo, antiguos acólitos y portadores de pliegos de su régimen, o que miraban al costado cuando se denunciaba a Montesinos o cobraban consultorías por medio del PNUD, demandan su prisión y reencarcelamiento. Anticipan todo tipo de tragedias si ello no ocurre, mintiendo en un vano intento de asustarnos para imponer su voluntad.

Vaya inconsistencia.

Amigos lectores, cada uno podrá formarse su propio juicio. Quizá las personas que se comportan así sufran alguna forma de narcisismo patológico, en cuyo caso padecerían alguna variedad de locura moral.

O quizá solo sean inmorales, llenos de ambición y nada más.


Artículo publicado en el diario El Reporte de Perú