“Mi hermano cree que es una gallina; no lo llevamos al psiquiatra… porque necesitamos los huevos”.
Woody Allen
Yuval Noah Harari explica en sus magistrales obras que la mayor parte de nuestra realidad son realmente entelequias útiles para el constructo que es el mundo moderno. Dice Harari que los animales viven en un mundo real de ríos, árboles, piedras, montañas, mares, etc. y que nosotros, además de ese mundo real, hemos construido otro imaginario, de estados, monedas, ambiciones y miedos, entre otras.
Ahora que el encierro nos obliga al teletrabajo y a otras formas de interacción remota, entramos con mayor fuerza en ese mundo imaginario que los smartphones nos ponen en la palma de la mano. Este aparato es el gran vehículo con el que nos damos hoy los bienes sociales, que son cada vez más virtuales y menos materiales.
En una época de desmaterialización de los bienes, ya no queremos tener, queremos usar. Ya no aspiramos a tener un televisor, o tener un teléfono, o tener una filmadora, o una grabadora, o una cinta métrica, o un termómetro, o un largo etcétera: queremos usar esos servicios y lo hacemos a través de apps que se descargan -casi siempre- gratuitamente en nuestro smartphone. Esto significa también que ya no se necesitan fábricas que hagan o ensamblen televisores, radios o cámaras, porque no necesitamos el aparato físico cuando tenemos el uso o beneficio, a través del teléfono inteligente.
Dicen los teóricos de la nueva tecnología 5G, que pronto tampoco necesitaremos el smartphone, ya que la información se proyectará en múltiples superficies inteligentes -o no- y los sistemas de Internet de las cosas (Internet of things) captarán nuestros deseos -verbalizados o no- por lo cual los accesorios materiales serán cada vez más pequeños y hasta subcutáneos.
Todo esto aumenta el campo del mundo imaginario y nos desconecta aún más del mundo real. Ello también genera una enorme dependencia en esos constructos mentales que creemos que son la realidad. Tanto es así, que casi todos somos víctimas de ansiedad y hasta de ataques de pánico, si nuestro smartphone se queda sin carga o si salimos sin él.
Aún cuando hagamos conciencia de todo esto, nos negamos a desconectarnos de esa realidad virtual porque ella está construida para dar satisfacción a necesidades fundamentales, que -aunque se basan en instintos primarios- muchas veces son creadas con la misma artificialidad que la solución.
Recuerdo que cuando activé mi primer smartphone, mi hijo mayor, Milton III, me envió un mensaje de texto que decía: “Bienvenido al mundo del aparato que acerca a los que están lejos y aleja a los que están cerca”. Creo que al momento de escribirlo, mi hijo no imaginaba todo lo que eso significaría veinticinco años después.
Si algún lector tuvo la experiencia de los circos con animales -cosa que ya nuestros hijos y nietos no verán- recordará haber visto a enormes elefantes afuera del circo, amarrados de una pata con un anillo, una cadena y una estaca en la tierra. El elefante apenas se movía en el espacio que le daba el radio de la cadena. Si pensamos bien, el enorme animal tenía suficiente fuerza en esa pata para arrancar la estaca e irse, pero no lo hacía; y es válido preguntarse por qué.
Cuando el elefante está en sus primeros meses de edad, el entrenador le fija en una pata un anillo con dientes que le pueden causar dolor si hace fuerza contra ellos. Ese anillo dentado es asido con una cuerda gruesa o cadena y ésta es fijada a tierra con una gran estaca. Para arrancar la estaca, el elefantito debería hacer mucha fuerza y, cuando lo intenta, no consigue sacarla de la tierra, pero sí se provoca mucho dolor. Esto lo hace algunas veces más, hasta que comprende que no tiene la fuerza para arrancarla y que intentarlo le produce sufrimiento. El elefante crece, pero cree firmemente que no puede arrancar la estaca y que si trata de hacerlo sufrirá innecesariamente. Nunca más lo vuelve a intentar.
Nosotros crecimos pensando en lo indispensable del dinero, de la fuerza, del poder, de estar conectados y de muchas otras formas de someternos al orden social. Conforme fuimos haciendo el constructo más complejo, nos alejamos de lo verdadero y esencial. En este proceso de codificación y de creación de entelequias, nos acercamos a otras virtualidades y nos alejamos de otras tantas virtudes; pero llegó un código biológico -invisible a simple vista- llamado virus y nos obligó a ver lo realmente importante, lo realmente vital y lo que le da significado a nuestra vida.
Dicen que para cambiar un hábito se requiere practicar el nuevo por lo menos durante cuatro a seis semanas. Cualquiera que diga que el recogimiento mundial será de corta duración, se engaña. No volveremos a la normalidad en varios meses y estoy convencido de que será una nueva normalidad –lo que llaman new normal– ya que indefectiblemente vamos a haber cambiado nuestros hábitos y nuestra visión del mundo.
Como plantea la teoría dialéctica, nuestra tesis ha chocado con una antítesis y se producirá una síntesis. No vamos a volver a la era analógica, ni a la Edad de Piedra; eventualmente vamos a salir y rehacer nuestras vidas, solo que lo haremos con una nueva conciencia, porque sabremos que hemos arrancado la estaca y que nuestros hermanos no están para poner huevos.
Milton Cohen-Henriquez Sasso