Sumar mi nombre a los de Gabriel García Márquez, Ramón J. Velásquez, Rafael Tudela y Rafael Cadenas, designados cada uno en su ocasión miembros honorarios del Caracas Press Club, significa para mí un honor inestimable porque a todo lo largo de mi vida he tratado de mantener una discreción, un bajo perfil, un ego controlado. Es lo que explica la sorpresa que me produce este reconocimiento que hace de mí Álvaro Benavides.
Reconozco que he pasado buena parte de mi vida tratando de encajar en este país marcado por altibajos que producen angustia y desconcierto. Aprecio al régimen democrático por mas imperfecto que sea su comportamiento. Él hace posible mirar a los ojos del vecino de casa y encontrar que en su mirada hay satisfacción y deseos de vivir.
Pero siento que se mantiene aún viva la penosa tradición del mandatario feroz y autoritario; el temor, incluso en tiempos democráticos, de que algún ambicioso militar se sacuda el aburrimiento del cuartel y decida entrar a juro al Palacio y gobernar a su propio capricho.
También sé que existe en el ánima venezolana un rechazo al autoritarismo, al poder político usurpador. No logra a veces expresarlo por temor a quedar relleno de balas o perdigones disparados con clara intención criminal por la Guardia Nacional o por cualquiera otra de las armas a las órdenes del sátrapa de turno.
Pero existen amables recodos en la ingobernable Caracas, lugares de sombra y seductora armonía que sostienen a toda costa y en medio de feroces apremios una exigente altivez intelectual.
Uno de estos lugares es el Caracas Press Club que acaba de hacerme Miembro Honorario. Se dice y resulta fácil, pero no lo es cuando se mencionan los cuatro nombres irrepetibles que han conocido semejante honor.
Yo vengo a ser el quinto gracias a la disposición de Álvaro Benavides, quien propuso mi nombre ante los fervorosos miembros del club que no vacilaron en aceptarme. Groucho Marx habría dicho que no podía pertenecer a un club que lo tuviera a él como miembro. ¡Pero no es ese mi caso!
La vez que traté de decirle a mi mujer Belén que Bolívar sostenía que los honores no se buscan, pero que tampoco se declinan, me interrumpió con ferocidad animal asfixiada por la vulgaridad bolivariana y por el absurdo empeño de Hugo Chávez de hacer del Libertador un heroico personaje del régimen militar autoritario: «¡No me nombres a ese Bolívar que me cae gordo!», gritó; lo que no dejaba de ser una grave desconsideración porque al morir, desencantado, después de un largo y atormentado viaje por el Magdalena arrastrando su fracaso, Bolívar pesaba apenas 38 kilos de aniquilado dolor.
Pero tenía razón y lo sostengo ahora: un honor como el que me hace el Press Club de Caracas no se busca pero tampoco se declina. Es posible que el homenaje busque reafirmar la certeza de que he llegado a los noventa años con mente abierta, disposición a enderezar las distorsiones del país y glorificar los pasos de sus periodistas a lo largo del tiempo.