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Los hiperrevolucionados…, la inversión y un parecer

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Podría ser el término. Hiperrevolucionar sería similar al nefasto hiperventilar. O disímil por completo a lo que en verdad es crecer. Crecer, en definitiva, es avanzar para ir pareciéndose a uno mismo. Esa es la realidad. Los primeros, los denominados ‘Uno’, no están creciendo ni nada similar; están obligados a parecerse a algo premeditado, así que su progresión es artificiosa, torpe, gris e hipócrita. O hacen cosas extrañísimas como recibir a los Briks en una pista rusa con una repostería junto a unas ‘bellas damas’, servidas ambas en unas bandejas donde todo debe parecer muy ‘apetecible’. De sobra lo pilló y entendió el de Sudáfrica con un irónico: «¡Wow… Very, very nice…!» Si esto fuera una pintura, o un lienzo, estaría algo más clara la narración.  En este collage de arriba vemos a la Gioconda, pero está virada y no como se la puede contemplar en Florencia; aquí no está en espejo como solía hacer da Vinci, así que pasa a mirarnos de reojo, irónica, serena, y diciendo: «—¿Me veis bien ahora, o todavía no? Yo sí. Os miro, os veo, y también os observo».

Si lo que viviéramos fuera un lienzo, nos estaría sucediendo lo mismo que a ella. Considerada extraña durante varios siglos, y al recibirla en espejo, nuestros hemisferios, instintivamente, chillan al verla. Observan algo anómalo, y hasta misterioso y difícil de desentrañar. Necesita reordenarse. Lo visual, en este momento, es sumamente importante, si es que alguien se aventura a mirar. Lo de escuchar…, de momento está casi perdido. Pero, por el contrario, si nos apoyamos en lo pictórico, el Impresionismo muestra una estructura perfecta que narra solo con colores; es matemática absoluta y es el resultado de un cálculo, del peso que tienen los matices y la colocación en su ‘santo’ lugar, en un lienzo de Van Gogh; tienen su lógica. Ahí se quedan. Pesan lo justo, y generan así una fidelísima realidad, sin fugas, sin puntos ni aparte, sin zonas oscuras. Es diáfano. Se corresponde con una generación necesitada de respirar y ver con claridad lo máximo posible, apartando las líneas que demarcan o atosigan, quedándose con el interior, que en verdad está describiendo. En el Impresionismo hasta las noches se ven. De eso se trata. En Venezuela hay una noche cerrada junto a un eclipse dentro del coletazo de un huracán; esas son las pinceladas. Asomó ya un primer aviso cuando la yegua blanca del escudo fue virada en horizontal, como la Gioconda, y comenzó a cabalgar a izquierda. Y no es un mensaje cifrado, ni tampoco necesita de una máquina que alfabetice el enigma. Ahí está servido un melcochado dulce, hasta el empalago, en unas bandejas hiperrevolucionadas.  Las incuestionables. Las de la igualdad única, y única posible igualdad. Transmiten en espejo. Descabalgan la realidad.

El gesto y las palabras del director de este medio El Nacional, cuando recientemente habló en Madrid, dijeron lo peligroso que era cualquier alteración del Poder Judicial, delante de un micrófono y en la Castellana, muy cerca de uno de los más grandes espacios que alberga el Juzgado de Primera Instancia. Pero  muy pocos han escuchado, o más bien no se ‘hacen eco’. El hiperrevolucionado tampoco permite esto, atosiga al que habla, apaga lo que no le interesa, y coloca en aullido a sus manadas hacia una Luna que nadie ve, pues anda entre nubarrones o camina sus lejanías cotidianas. El aviso fue claro y certero desde Madrid, y contenía, con ternura y firmeza, un llamamiento a un país que está cobijando a un exilio, y que lo está protegiendo sin saber exactamente de qué.  Ese aviso decía lo mismo que la Gioconda, «—¿Lo ven?» Venezuela pareciera un lugar que crece como en espejo, hay unos colores por ahí, pesando, y nadie acierta a ver el lienzo al completo. Ya es grave, y de difícil comprensión, que la pintura esté mostrando una realidad y que la explicación no llegue o no se le permita avanzar; se queda en una especie de nada, cruzada de brazos sobre un  paisaje sobrenatural.

El hiperrevolucionado está siempre en aceleración paralizada, nada de lo que dice funciona; aún así, insiste en lo de acelerar, en acelerar la economía mundial, o arremete contra lo que se le ocurra desacelerar. Y además lo que dicen es contrario a lo que pretenden en este siglo XXI, pues la velocidad es altamente contaminante, más todavía si la máquina se desplaza a gran velocidad, aunque sea hacia ninguna parte; el consumo de combustible es mayor, y si carga con demasiado peso, más todavía, y si fricciona de forma excesiva, para qué continuar, si ya se sabe. Para qué insistir. Pero se muestra como Universo idílico, donde  lo de ser Activo, o estar accionando a todas horas, es hasta incluso una obligación; aprenda violín en tres semanas, sea un profesional capacitado en un año, o están embebidos en que la guerra es violenta e inadmisible… Pero el gesto violento, las palabras violentadas, y la violación de los derechos ¿no son el espejo de una guerra en sí, sin mostrar su verdadera apariencia?

Hay un inciso, sí. Ha llegado una nueva generación donde las creencias (lo cierto e incuestionable), las ideologías (lacerantes de la realidad), y las religiones (todas con sus crisis indescritas) han pasado a un lado, pesan pero no dibujan. Hay una generación que está asomando dispuesta a escuchar, a acercarse a quiénes han vivido los sucesos y no tienen intención de desordenarlos, pues ahí está clave, la orientación de cómo fue…, y señalan con nombre y apellidos a los que insisten y persisten en hiperrevolucionar. Un ejemplo es la entrevista a Aldo Duzdevich por los inquietos de Cabaret Voltaire, o la realizada a Elizabeth Burgos (por Amalia Pando y Edwin Cacho), amplias y profundas, que van despejando y en ayuda a toda una generación. Están reuniendo los coloridos circulitos y los triángulos del cubismo para acercar la Luna y para recalcular cómo de lejos han colocado al árbol, cómo de lejos está de su raíz. Están detectando cuál es la última y grave interferencia en la Historia (ya de por sí compleja), a la que los hiperrevolucionados visten y desnudan a su antojo para acomodarla, después, sobre otra bandeja. Década tras década.

Por lo mismo, Edmundo y Corina han sabido entender que el momento es este, y que existe una generación que detecta la inversión, escucha y se organiza. ¡El momento es  ahora! define perfectamente la acción de esperar, con cautela, llevando una velocidad medida, que es la que permite no ser arrastrados ni arrasados por esta corriente hiperrevolucionada. El ‘hoy’ se debe hacer ahora, no vale un después, porque de otra manera serán las generaciones inmediatas y futuras las que tendrán que pelear, y muy probablemente será a costa de mucho daño con su crueldad. Ya no les vale la hueca filosofía que insiste en afirmar que se puede hacer una tortilla sin romper los huevos. Servir semejante bandeja a una generación futura, es no ser generosos, no ser conscientes, es no avisar y es dejar que hiperrevolucionen el mundo al margen de su decisión. Conscientemente. Es no permitirles crecer para parecerse a sí mismos.

 

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