OPINIÓN

Los gamines dominicales

por Rafael Rattia Rafael Rattia

Hoy domingo parece que el día amanece más temprano que los recientes días transcurridos de la semana que muere hoy con sus tristezas y dolores que no me dejaron disfrutar de los días calurosos que ya no volverán nunca más a ser lo que fueron. Antes de que salga el sol me alisto para ir a encontrarme con el resto de la pandilla de gamines que desertamos de la escuela. Somos un grupo más o menos homogéneo, compacto me gusta decir. Los domingos nos congregamos en la placita contigua al parque que da a la universidad.

Cada uno de nosotros lleva su morral tricolor de “trabajo”. Sí, trabajo, porque lo que hacemos durante toda la mañana del domingo es, luego de desayunar a la salida de la panadería “La bomba” todos nos lanzamos en cambote a las calles a hurgar y escarbar entre los promontorios de basura que adornan la larga avenida que cruza la ciudad de norte a sur.

José, tiene 12 años, al parecer es el líder del pequeño grupo. Seguido de Juan Andrés, de escasos 11 añitos pero con brazos fuertes y ágiles fogueado en trabajos de ayudante de jardinería ayudando a su padrastro que limpia y desmaleza frentes de casas ubicadas en zonas alejadas del sector, en urbanismos privados. Chemané, es el catirito de ojos claros y avispadito que tiene un rostro amarillento como el que le ha dado hepatitis; también Chemané tiene 11 años pero  a diferencia del resto de la pandilla fuma y eventualmente bebe alcohol. Hoy trajo dentro del morral una botellita de plástico de agua mineral pero llena de ron blanco para compartir con los que quieran beber y fumar. Chamamé tiene la voz un poco ronca como el que se está desarrollando, más bien grave, cualquiera que lo escuche sin mirarlo creerá que la voz pertenece a un joven de más de 20 años.

Son las 6:30 de la mañana, ya todos hemos comido trozos de pan canilla con queso y jugo y nos incorporamos a las faenas de recorrer los más o menos 2000 basureros que desde el viernes los negocios apilan al frente de los mismos. José traza las breves orientaciones que van a regir nuestro comportamiento. Parece mentira pero entre nosotros hay una especie de código de conducta, unas reglas no escritas pero precisas. Ejemplo de ello, el que consiga “algo” es de él y es deber de cada uno de nosotros respetar la “posesión” del objeto “encontrado”. Todos vamos armados con cuchillos, navajas y Chemané que lleva consigo en su morral un “chopo” o arma de fabricación casera. Es un arma de fabricación artesanal que Chemané aprendió a fabricar viendo a los amigos de su padrastro. Entre nosotros existe un sentimiento de solidaridad muy arraigado y fuerte, pues, desde que nos unimos como grupo lo primero que asimilamos fue el sentimiento de unión como pandilla. Ya llevamos unos 5 o 6 años que adoptamos el vagabundeo dominical hurgando en los basureros de la ciudad.

Yo uso una gorra de visera para el sol y me tapo el rostro cuando veo a algún profesor o maestro de la escuela a la cual asisto más por la escudilla con arroz y caraotas que por los conocimientos que imparten en la escuela.

Volviendo al código de ética o de conducta que guía nuestros pasos por las peligrosas calles de la ciudad abandonada por la mano de Dios y del Diablo, existe un ítem que consiste en no maltratar a los animales (perros y gatos) que se acercan a los vertederos de basura en busca de un trozo de alimento o desechos entre las bolsas de plástico que lanzan los dueños de los negocios, abastos, charcuterías y demás negocios similares. Somos adolescentes y hacemos nuestro “trabajo” con disciplina y sin descanso, salvo un paréntesis que hacemos cerca del mediodía bajo unas 1.000 matas de mango que le llamamos “el mangozal”. Ahí bajo la sombra de las grandes matas de mango con una brisa que no cesa nunca nos echamos al suelo a beber agua, unos a fumar y Chemané a tomar unos sorbos de ron blanco. En una esquina del mangozal habilitamos un rincón para guardar alguna “caleta” de objetos que consideramos no debemos llevar con nosotros a nuestras casas.

Me gustó el día en que Chemané se negó a darle de fumar y beber al niño Agustín, quien tiene sólo 9 añitos y le encanta remedar y hacer lo que hacen los otros miembros de la pandilla un poquito mayores que él. Recuerdo que Chemané le dijo a Agustín:

-No señor, usted es muy “culocagao” todavía y además no tiene edad para beber.

Agustín insistió un par de veces inútilmente y Chemané lo cortó en seco dándole un “coscorrón” en la mollera a Agustín. Y dijo, rematando con una frase definitiva: -Y no se hable más del asunto y sanseacabó.