La Historia en una Silla (¿Quiénes fueron los Guzmán?) es un ensayo del periodista larense Héctor Mujica que describe la audacia política de Antonio Leocadio Guzmán y su hijo Antonio Guzmán Blanco. Sin calificarlos de maquiavélicos, se adelanta al describir un estilo político en acciones y discursos para acceder al poder y mantenerse en él, a extremos que a partir de 1830 y finales de ese siglo determinarán el destino republicano de Venezuela y como fantasmas encarnados han deambulado en los siglos XX y XXI. Manuel Rosales es un prototipo de ellos. De Antonio Leocadio le escribiría al Libertador su vicepresidente Francisco de Paula Santander, el 6 de enero de 1826: “Ha ido ante usted, el célebre redactor de Argos. Antonio Leocadio Guzmán, bicho de cuenta, atrevido, sedicioso y el que ha tenido a Caracas perturbada con sus papeles”… Pues bien, de humilde político de Santa Bárbara, alcalde trabajador de Maracaibo y gobernador del Zulia, sería candidato presidencial de oposición a Nicolás Maduro, para terminar reconociendo su derrota desde el Fuerte Tiuna, antes que el Consejo Nacional Electoral declarara, fugándose a Lima en un cinco estrellas, mientras Carlos Ortega sobrevivía con dignidad, para regresar negociando su libertad, usufructuando la confianza de los zulianos para vivir en concubinato con el régimen, a los fines de su impunidad, lo que ha sido denunciado por Juan Pablo Guanipa Villalobos de “contubernio” y al mismo estilo del chavismo ha reaccionado llamándole ¡Traidor! Días antes, Nicolás Maduro declaró que en “el país no habían persecuciones sino traidores”, expresión propia para descalificar al adversario sin mirarse en el espejo.
El calificativo de traidor no es fácil de endosar, requiere de ética, por lo que es bueno recordar que Guanipa Villalobos fue electo gobernador del estado Zulia en 2017, para lo cual debía juramentarse constitucionalmente ante el Consejo Legislativo de esa entidad, pero el régimen se impuso hacerlo por la Asamblea Nacional, que no fue aceptado por el mismo, siendo desconocido inmediatamente y en consecuencia, la voluntad del pueblo zuliano. Haberlo hecho, constituía una traición a sus electores, ganándose el prestigio de la Venezuela democrática, que reclama valores en su dirigencia, que da autoridad para expresar sus puntos de vista sobre la realidad nacional y es lo que ha hecho al denunciar el “contubernio” de Rosales con el régimen…
Manuel Rosales ha resultado imagen y semejanza de los Guzmán, sin ningún tipo de escrúpulos, con el agravante de que aquellos tuvieron formación intelectual para actuar en política con valentía, no con cobardía y remitámonos a 2008, cuando el presidente Chávez le acusó públicamente de enriquecimiento ilícito, asegurando que conspiraba en su contra:
“Tú me andas espiando, vigilando y conspirando contra mí, pero vamos a ver quién dura más en el mapa político venezolano. ¡Te voy a barrer del mapa político venezolano!, desgraciado, bandido, hampón, mafioso, corrupto y ladrón… Voy a meter preso a Manuel Rosales» Hoy podemos decir con el Quijote «Cosas veredes Sancho» y Maquiavelo sentenciando, que «el hombre olvida más rápido la muerte del padre que su patrimonio”.
De traidores y cobardes políticos venezolanos ha sido escrita la historia de Venezuela y del Marqués de Casa León a Rosales hay un largo trecho y sobre esos particulares, más patético no puede ser, el histórico reclamo del Esequibo, ya no solo, por el juego estratégico del entonces presidente Chávez y su canciller Maduro, ejecutor de la línea impuesta por Fidel Castro llamándonos «expansionistas» con relación a Guyana, para responder desde Georgetown (2004): «Venezuela le dará petróleo a Guyana, le condenará la deuda, le hará una carretera…y no va a mencionar el asunto del Esequibo» sino por la insólita utilización del asunto con la pretensión de mantenerse en el poder muy por encima del supremo interés de la República y en ello tiene la mano metida Manuel Rosales, con el descaro de considerar «insólito el silencio de la comunidad internacional» ante el reclamo territorial venezolano en Guyana, a lo que le interrogamos, ¿por qué no se lo preguntas a Cuba, Irán, Rusia y China? ¡Qué caradura! o carátula de farsante.
Al respecto, hay que ser descarado y perverso, para calificar a alguien de traidor, el más despreciable calificativo a un ser viviente, filosófico y teológicamente definido en la Biblia por el apóstol Mateo…»¿Qué me queréis dar y yo os entregaré? Y ellos le entregaron 30 piezas de plata. Y desde entonces buscaba oportunidad para entregarle”.
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