OPINIÓN

Los fantasmas económicos

por Andy Otero Andy Otero

Ilustración: Javier Otero

El otro día conversaba acerca de mi artículo anterior con un gran amigo economista que vive en Caracas. “Estás equivocado”, comenzó muy simpático como siempre. “Tus cálculos pueden estar correctos, pero yo me refiero a la premisa de mayor peso que utilizas en tu fórmula. Venezuela, simplemente, es un país de 3 millones de habitantes, no de 28 millones”. Y continuó diciendo: “Fíjate que si calculas el PIB per cápita 2021 usando la proyección del FMI de 42.500 millones en el numerador pero 3 millones de habitantes en el denominador, obtienes un sano PIB de 14.000 dólares per cápita; por lo que, hasta tomando en cuenta todas las carencias del país, hay sectores empresariales y de negocios que no solo sobreviven en el caos, sino que se enriquecen con la actividad económica existente”.

Me quedé tan sorprendido que solo pude preguntar: “Y los otros 25 millones de venezolanos, ¿dónde los dejas?”. La respuesta de mi amigo no se hizo esperar: “No existen, son fantasmas económicos”. El término me pareció un poco fuerte y peor aun, poco realista. Así que aproveché para devolverle el jab: “Ahora el que está equivocado eres tú, no es posible que 88% de la población no tenga ningún efecto en el PIB”. Inmediatamente me interrumpió y continuó con tono sarcástico: “OK, tratemos de analizar la situación objetivamente. ¿Me puedes decir cuántos contribuyentes activos tiene el Seniat en Venezuela?”, me preguntó retóricamente, por lo que encogí los hombros con la certeza de que él ya tenía la respuesta. Así que, cambiando el tono, continuó suavemente: “Pues 3 millones más o menos. Lo que nos indica que esos 25 millones de fantasmas económicos no contribuyen ni un solo centavo en impuestos directos y ni siquiera los captura el IVA porque comercian con bienes en la economía informal y reciben dádivas gubernamentales como los bonos patria y las cada vez más escasas bolsitas CLAP”.

La verdad es que no sé si el número de contribuyentes que mencionó era correcto, pero no me importó mucho porque pensé que ya lo tenía vencido en la discusión. “Tengo que conceder que tu argumento suena válido hasta el momento, pero ¿qué me dices entonces del peso en la economía que genera esa gran masa económicamente improductiva?”, pregunté agresivamente, y él, sin perder la sonrisa ripostó: “Estudios serios indican que los venezolanos perdieron 11 kilos de peso en promedio el último año y que muchos han perdido la dentadura. Enfermedades erradicadas hace 100 años están regresando; falla el agua; energía eléctrica y gasolina racionadas, líneas de teléfono robadas, el peor Internet de América; completa ausencia de salud y seguridad en las barriadas populares donde vive casi 90% de los venezolanos. ¿Tengo que seguir?, ni siquiera mencioné al virus de m…!”. Y con los ojos aguados agregó: “Para ser una carga, el pueblo tendría que estar recibiendo bienes y servicios tangibles. La realidad es que ahora solo reciben miserables pagos llenos de ceros que no valen nada, a través de las tarjetas de racionamiento y control social implementadas por el gobierno chavista con ayuda de  los chinos. Por lo tanto, los fantasmas económicos ni contribuyen a la economía ni la frenan, son irrelevantes…”.

Ya no aguanté más la cantaleta y le dije que tenía otra llamada para dejar el tema de ese tamaño.

La situación me pareció muy fuerte y triste, por lo que decidí conversar con un amigo alto ejecutivo de una de las pocas multinacionales que todavía opera en Venezuela.

“Este es un país de 5 millones de habitantes activos económicamente”, comenzó diciendo. Esto me recordó mi conversación anterior, por lo que repliqué con ánimo retador: “Fuentes bien informadas (o sea, mi amigo economista) dicen que más bien son 3 millones  de habitantes productivos y que los otros 25 millones son fantasmas de la economía”. Al oír esto, pensó un momento y comentó seriamente: “No lo había visto de esa manera. En los análisis internos hacemos una inferencia financiera al respecto. La manera más sencilla de explicártelo es que internamente pensamos que la masa de 25 millones de la que hablas tiene un impacto en la economía y una demanda equivalente a 2 millones de consumidores, que si los sumas a los 3 millones que acertadamente mencionaron tus fuentes, nos dan las 5 millones personas económicamente activas que utilizamos para nuestros cálculos”.

Las dos conversaciones me hicieron reflexionar mucho. Por un lado, ahora entiendo un poco mejor por qué tantos amigos y familiares con posibilidad de vivir donde quieran, han decidido continuar sus vidas en Venezuela. Pero no solo la geografía privilegiada y el gentilicio humano son suficientes para sellar los lazos de permanencia en un país, porque todos sabemos que amor con hambre no dura. Aquellos que han sabido capear el temporal y adaptar sus vidas económicas han creado un universo paralelo de 3 o 5 millones de humanos productivos con un poder adquisitivo importante. Por el otro, hay más de 20 millones de almas en pena que malviven en un universo paralelo de miseria, violencia y castrochavismo.

Creo que ya le quedó claro a todo el mundo que el gobierno títere solo sirve para mantenerse en el poder y que la seudooposición ya claudicó en su lucha; por lo que parece que a los venezolanos productivos les va a quedar la tarea de tender puentes entre universos para salvar al país de un deterioro social todavía mayor. Recuerdo al gran venezolano don Eugenio Mendoza Goiticoa, quien activamente guio a su importante grupo empresarial a la vanguardia de la responsabilidad social corporativa en una Venezuela llena de retos. Estoy seguro de que en el país quedan muchos líderes éticos, capaces de innovar y convertirse en antifrágiles para contrarrestar los más terribles escenarios. La resiliencia de los venezolanos está comprobada. Pero para triunfar no podemos olvidar a las millones de almas en pena, embrujadas por un poder desconocido que vive en los símbolos de lo oculto que pululan hasta en los devaluados billetes castrochavistas.

“El llanero es del tamaño del compromiso que se le presente”

Proverbio venezolano