Mi súplica a intelectuales, científicos, artistas y humildes ciudadanos del mundo, cultos o iletrados, señala un camino donde todos tendremos que asumirnos soldados del Principio de Razón Suficiente. Solo la violencia conoce y se entiende con la libertad u opresión, de nosotros dependerá cómo aplicarla para curarnos la sarna que ulcera el corpus de la libertad.
Cuántas veces resucitarán, para morir linchados, hombres que nos vejarán e impondrán formas miserables de existencia, sin que la mayoría advierta y descarte (temprano) idolatrar a esos mortales o fábulas religiosas propias de la invención ociosa.
Nací libre, en el continente americano, y me identifico con quienes defienden mantenerse emancipados, prósperos, sin apego a doctrinas políticas enemigas del capitalismo, porque solo sirven para obedecer monsergas de terroristas. Soy propulsor incondicional de la propiedad privada y violencia legítima defensiva contra ladrones de diversa índole, abanderados de la paradisíaca y prometida ruina. En el norte, centro o sur debemos eliminar toda escoria que impida u obstaculice nuestra libertad y desarrollo científico-humanístico: el atraso al cual se condena a un pueblo es contracultural.
Ofende la inteligencia que el ser humano viva arreado como ganado vacuno, fustigado para que camine hacia mataderos, conducido a cualquier otro destino que su amo adventicio elija con propósitos confesables. En el curso del siglo XXI, con su historial de genialidades y guerras de exterminio masivo de gentes por causa de la insidiosa y enfermiza actitud de algunos individuos, que pujan por dominar a los apacibles, es intolerable mirar cómo lo peor del mundo pavonea ejércitos adoctrinados para eliminar poblaciones indefensas y apropiarse de tesoros.
Nada duele más en el alma de un ser pensante que mirar salvajes con mando sobre repúblicas socavar la dignidad de quienes formamos parte de instituciones universitarias, culturales, periodísticas, científicas, centros de atención médica u organizaciones que defienden nuestros inalienables derechos. Enardece escucharlos vociferar los vocablos patria y soberanía, porque son, metafóricamente, barriles en cuyo interior vertieron fetidez tantos infames cíclicamente resucitados pero que igual tuvimos que someterlos a escarnio público y pasarlos por las armas.
Alguna vez, fue pertinente discernir respecto a conceptos (hoy obsoletos) como patria y soberanía: dos conflagraciones mundiales diseminaron cadáveres y mostraron la inmensa capacidad destructiva de impenitentes, con millones de adherentes ilusionados, profesos de la nada, fatuos, ansiosos por celebrar el poder universal y la vida eterna imposibles. La Filosofía nunca ha disparado misiles, balas, bombas, empero iluminó y todavía lo hace, advierte equívocos: es linterna en la oscuridad del mundo, se mofa de teólogos por supercheros y desmonta la estulticia de autoproclamados profetas. Se le ha impedido reinar, cierto, pero la barbarie está vista para desaparecer.
@juescritor