Estos últimos diez días han sido un balde de agua fría para el Reino Unido: su economía, su sistema financiero y el bienestar de la ciudadanía están de pronto en riesgo. Pero con una respuesta rápida y coordinada, las autoridades todavía pueden remediar la situación.
El viernes pasado, la agencia Standard & Poor’s colocó la calificación crediticia AA del Reino Unido en su «lista de vigilancia con implicaciones negativas» (lo que en la práctica es una amenaza de degradación), porque se teme que el paquete de rebaja impositiva no financiada propuesto por el nuevo gobierno (el «minipresupuesto») aumente la carga de deuda del país. La degradación se volverá más probable si «el crecimiento económico resulta más débil como resultado de un ulterior deterioro del entorno económico o si el costo de endeudamiento del gobierno aumenta más de lo esperado, impulsado por las fuerzas del mercado y por el ajuste de la política monetaria».
La medida de S&P no tendrá un efecto material sobre el acceso del Reino Unido a crédito, pero para el gobierno de la primera ministra Liz Truss supone otro hecho embarazoso (junto con una volatilidad extraordinaria del costo de endeudamiento y una reprimenda del Fondo Monetario Internacional). Debilita aún más tres pilares del bienestar del Reino Unido: la credibilidad de sus políticas, el desempeño económico y la solidez de los mercados financieros.
La decisión de S&P no fue la única consecuencia del anuncio del minipresupuesto dado el 23 de septiembre por el ministro de hacienda Kwasi Kwarteng. El plan asustó a los mercados financieros y provocó un derrumbe de la libra, al dar señales de que Kwarteng tiene intención de pisar a fondo el acelerador del estímulo, al mismo tiempo que el Banco de Inglaterra (BOE) pisa el freno. De hecho, apenas dos días antes, el BOE había decidido aumentar la tasa de política monetaria de 1,75% a 2,25% (su mayor nivel desde la crisis financiera global de 2008) y señaló que puede haber más aumentos.
La contradicción entre políticas se profundizó unos días después, cuando el economista principal del BOE advirtió de que el plan del gobierno iba a exigir una «respuesta monetaria significativa». Pero al día siguiente (28 de septiembre), el BOE se vio obligado a anunciar un programa de 2 semanas de duración para la compra de 65.000 millones de libras (73.000 millones de dólares) de bonos con vencimiento largo, con el objetivo de recuperar la estabilidad financiera y evitar una debacle en el sector previsional.
De modo que el riesgo de un accidente en los mercados financieros complicó en gran medida la ya de por sí difícil tarea que tiene el BOE de hallar el equilibrio justo entre combatir la inflación y minimizar el daño a la actividad económica: de pronto también estaba en juego la estabilidad financiera. Y el gobierno debilitó aún más la credibilidad de las políticas del Reino Unido porque llevó adelante sus medidas presupuestarias eludiendo el marco institucional establecido; por ejemplo, sin la debida consulta a la Oficina de Responsabilidad Presupuestaria y otros organismos.
Las consecuencias adversas para la economía comenzaron a verse de inmediato en el mercado de financiación inmobiliaria, un sector que es importante no solo en términos económicos, sino también sociales y psicológicos. Se produjeron al mismo tiempo un encarecimiento de las hipotecas y problemas con su disponibilidad. Sumado a los aumentos de precio del gas y la energía del primero de octubre, esto no puede sino erosionar aún más la confianza de hogares y empresas, a pesar de las medidas implementadas para evitar otros incrementos similares por algún tiempo.
El torbellino que se adueñó de los mercados financieros del Reino Unido los tres días que siguieron al anuncio del minipresupuesto era algo inimaginable apenas un día antes. Pero no es nada en comparación con la intervención del BOE el 28 de septiembre.
Incluso en modo de emergencia, los bancos centrales prefieren esperar al fin de semana, o por lo menos al final de la sesión de operaciones, antes de anunciar cambios de política bruscos. Esto les permite dar un contexto a la decisión y presentar información de respaldo, con lo que se mitiga la posibilidad de una sobrerreacción drástica de los mercados.
Pero al parecer el BOE no tuvo esta chance, ya que anunció el programa de compra de bonos a las 11:00 de la mañana de un miércoles. Esta jugada audaz e histórica fue la respuesta obligada a los trastornos inmediatos en el sector previsional y al temor de derrames disruptivos en otras partes del sector financiero y en la economía real.
La mala noticia es evidente: el bienestar económico del Reino Unido y su estabilidad financiera están en peligro. Si las autoridades siguen por esta senda, los más perjudicados serán los segmentos más vulnerables de la población, que ya están sufriendo una crisis de costo de vida, inseguridad de ingresos y aumento de costos financieros.
La buena noticia es que la situación admite solución. Para ello, el gobierno debería adelantar la publicación de las próximas previsiones de la Oficina de Responsabilidad Presupuestaria (prevista para el 23 de noviembre), y aprovecharlo como una oportunidad para posponer la rebaja de impuestos no financiada, proveer un contenido analítico más sólido a su plan de crecimiento y conseguirle más apoyo institucional. El gobierno también debería evitar recortes de gasto que debiliten el potencial de crecimiento del país y tengan un efecto perjudicial sobre los servicios públicos. Por su parte, el Comité de Política Monetaria del BOE debería reunirse antes de la próxima cita agendada (3 de noviembre) y volver a subir los tipos de interés.
Ambas acciones deben ir acompañadas de medidas selectivas que protejan a los segmentos más vulnerables de la población, además de un refuerzo de la supervisión prudencial del sector financiero extrabancario y una mejora de la coordinación global de políticas (en especial colaboración con Estados Unidos). Para reducir el temor al costo político de una modificación significativa del minipresupuesto, el cambio de rumbo se puede presentar como una respuesta a la inestabilidad de los mercados externos (la cual abunda) y a señales de que la economía mundial se está desacelerando más rápido de lo que muchos esperaban.
Tras diez difíciles días que sacudieron al Reino Unido, las autoridades británicas tienen una oportunidad para barajar y dar de nuevo. Si no lo hacen, en lo inmediato habrá un deterioro de los desequilibrios económicos, financieros y entre políticas, que exigirá más adelante un ajuste más costoso y complicado.
Traducción: Esteban Flamini
Mohamed A. El-Erian, rector del Queens’ College en la Universidad de Cambridge, es profesor en la Escuela Wharton de la Universidad de Pensilvania y autor de The Only Game in Town: Central Banks, Instability, and Avoiding the Next Collapse (Random House, 2016).
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