OPINIÓN

Los días más oscuros del madurismo

por Froilán Barrios Froilán Barrios

En realidad, desconocemos si en la gestión de Maduro pudiera reconocerse algún momento de legitimidad, cuando desde el inicio de su mandato en 2013 solo hubo sombras y dudas en torno al camino trazado por poderes públicos cómplices en su ascenso al poder, los cuales no han escatimado toda suerte de estratagemas para mantenerlo como mandatario nacional hasta el sol de hoy.

De esta manera, desde el interregno creado en diciembre 2012 hasta la cuestionada muerte de Hugo Chávez el 5 de marzo de 2013, cuando fue encumbrado como presidente encargado después del proceso electoral fraudulento de abril de aquel mismo año, una tramoya técnica del CNE que tejió un manto de dudas entre la población sobre la legalidad y legitimidad del mandatario.

Aun así, sobrevivió gracias a la genuflexión del candidato opositor, quien reconoció bajo chantaje el fallido acto para “evitar una matanza”, al respaldo incondicional de las Fuerzas Armadas y del conjunto de instituciones públicas, lo que generó el desencanto popular al ver cómo se escapaba una vez más la liebre. Así, ungido bajo la “sombra del guerrero” fallecido como garantía, dio continuidad al chavismo gobernante.

Incluso, su escaso carisma y conocimiento de la gestión pública, hacían pronosticar que no culminaría el mal habido mandato. Lo transcurrido hasta hoy es historia trajinada traducida en el drama más agudo que haya sufrido pueblo alguno de la región, quizás como epílogo de la estafa histórica que sufriera primero con la Revolución cubana derivada en la dictadura castrista y luego con el socialismo del siglo XXI derivado en el autoritarismo chavista y la tiranía madurista.

Ambas dictaduras sueñan con la eternidad en el poder amparados por el “manto sagrado de la Revolución” y la protección de sus aliados internacionales del eje del mal, hasta que sus pueblos decidan salir de ellos “por las buenas o por las malas”, como les encanta vociferar desde sus tribunas al sentirse amenazados.

Podemos afirmar ante ese furor que se observa en las entrañas de la conciencia nacional, olfatear la oportunidad de presenciar un posible desenlace, luego de un cuarto de siglo de retroceso en todos los órdenes de la vida nacional. Circunstancias que no deben derivar en triunfalismo exacerbado al creer que el mandado ya está hecho y solo queda a Maduro y su séquito hacer maletas.

Por el contrario, es cuando las salas situacionales de La Habana y Miraflores operan con la ayuda internacional para impedir el cambio a toda costa, siendo capaces de recurrir a todo su arsenal ideológico, jurídico y financiero para fabricar diferentes escenarios con el objetivo de impedir unas elecciones competitivas que los desalojen del poder.

El primer escenario es la judicialización de los candidatos, a todas luces un tanto agotado al colárseles la figura de Edmundo González de intachable carrera profesional, aun así, no es de extrañar su facilidad de fabricar expedientes aprendidos en las escuelas de la KGB, la Stasi y el G2 cubano.

El segundo escenario es utilizar las sanciones como argumento para suspender las elecciones, un tanto mediatizado por la flexibilidad reciente en la apertura de licitaciones petroleras autorizadas por la UE y la administración Biden.

Un tercer escenario es manipular el conflicto del Esequibo como argumento de librar un conflicto bélico en «defensa de la patria» que nos condicione en función del interés nacional frente a “las garras del imperio” y suspender el proceso electoral hasta nuevo aviso.

Finalmente, otro cuadro situacional es el fraude electoral ya en marcha al excluir el CNE del voto a más de 7 millones de electores en la diáspora, y el control del proceso electoral mediante el uso abusivo del ejercito nacional, para luego presentar un resultado semejante al referéndum del Esequibo donde por arte de magia votaron 10 millones de electores ficticios.

Estos escenarios y la posible combinación de ellos en pleno proceso de generación de un ambiente de crispación y persecución a la ciudadanía, utilizando el Seniat, las fuerzas represivas para amedrentar al ciudadano, quien definitivamente perdió el miedo a la tiranía.

Todo lo descrito presagia que los tiempos de la transición determinan el declive definitivo del madurismo en el poder, apuntado por escenarios probables que signan el camino de salida al peor gobierno de nuestra historia republicana.