Ese nombre, lleno de cinismo, es el que adoptó una de las bandas criminales que con crueldad atacan a nuestra sociedad. Así deberíamos llamar a esa cofradía internacional que, con aires de moralina y actitudes de guardianes de la ética y la verdad, están demoliendo las bases mismas de la convivencia democrática. Nos permitiría esa saludable dosis de ese sarcasmo finamente calculado para desnudar a embaucadores.
Esta mafia, argolla o «confluencia» – término favorito de estos Destructores de insufrible huachafería – es de alcance global. El poder que gozan localmente es el reflejo del ascenso de su estrella. Conversamente, la contraofensiva que han provocado es también un fenómeno mundial, o al menos occidental. China, Rusia y el mundo islámico han sido resilientes frente a los ataques de este cogollo. Es más, el relativo alineamiento entre estos en contra de los países occidentales se potencia, en importante medida, por el dominio que Los Destructores han alcanzado internacionalmente.
El accionar del capítulo peruano de esta banda tiene características especiales que lo distinguen del resto. Es que, en el Perú, a partir del predominio mediático y de la formación de ONG que funcionan bajo la careta de un periodismo de investigación, se han posicionado en la Fiscalía. Desde esta institución, titular exclusiva de la acción penal, han actuado, destruyendo a sus rivales políticos como si fueran verdaderos enemigos de la patria cuya subsistencia es incompatible con la vida de la nación.
Los desaciertos de la señora Fujimori ciertamente han sido muchos, en especial a partir del 2016, pero es absolutamente inaceptable la instrumentalización de la acción penal para su neutralización política y pretender encerrarla por 30 años argumentando el carácter penal de aportes de campaña que cuando fueron hechos no eran delitos. Los Destructores pretendieron convertir a partidos políticos en organizaciones criminales, como esa banda violenta de la que toman su nombre.
¿Pero qué han logrado Los Destructores con todo esto? ¿Algo positivo para el país? ¿Crecimiento económico? ¿Gobernabilidad? ¿Paz social? No, nada de esto, pero sí lograron que Castillo y su banda de filo senderistas lleguen al poder.
Y ahora, que el Sumo Sacerdote del capítulo local de Los Destructores está siendo cuestionado por haber sido el supuesto titiritero del Ministerio Público, lo defienden de la misma manera que abogaban por Montesinos en 1998 o por Vizcarra en tiempos de pandemia.
Lo anterior es en el Perú, falta referirnos a Los Destructores en el resto del mundo.
Tanto en Europa como en Estados Unidos se han empeñado en destruir la idea del Estado Nación, muy a tono con el internacionalismo de los primeros marxistas que buscaban unir a las clases obreras de todos los países bajo la férula de una revolución mundial.
Quieren convencernos de que los hombres pueden convertirse en mujeres por su mero estado anímico y que es un derecho humano de adolescentes y niños tomar decisiones irreversibles que anulen su sexualidad natural, incluso contra la voluntad de sus padres y sin que estos se enteren.
Se resisten a la existencia de controles migratorios, mejor eliminemos las fronteras, eso sí que los recién llegados no se les atreva a instalarse cerca de ciertos barrios. Cuando el narcotráfico y los tratantes de personas aprovechan el caos resultante, a los ciudadanos que se quejan los acusan de racistas.
Se convierten en brazos propagandísticos de Hamas, organización que incinera bebés, asesina con sadismo y mantiene decenas de secuestradas reducidas a una esclavitud sexual permanente para beneficio de captores obesos y cobardes.
En Estados Unidos también se instrumentaliza al sistema de justicia para sacar a Trump de la carrera electoral. ¿Es que están tan obcecados que no se dan cuenta de lo que pasaría si logran su cometido en un país en el que hay tanta gente armada?
En medio de esta mezcla de teatro de lo trágico y absurdo, sucede algo gravísimo para la seguridad colectiva de todo el mundo occidental: Putin empieza a convencer a más gente que lo deben dejar salirse con la suya. La absoluta inapetencia de los demócratas en Estados Unidos por llegar a acuerdos sobre la seguridad en la frontera sur con México imposibilita cualquier acuerdo o consenso para continuar apoyando a Ucrania. Tampoco se lleva a cabo ninguna labor de persuasión, sólo se insulta.
Como la supervivencia de Ucrania no solo es reflejo de la valentía de sus soldados sino también del apoyo en pertrechos y logística, las posibilidades de un triunfo ruso crecen exponencialmente y con ello el que luego estalle una nueva guerra más al oeste. Es cuestión de tiempo.
La convivencia democrática en cualquier sociedad exige acuerdos mínimos entre los adversarios políticos. El más elemental es el de no encarcelar a tus rivales cuando tengas el poder, al menos por razones prácticas: Si lo haces tarde o temprano te devolverán el favor, y con vuelto. Una vez que eso ocurre el sistema está destruido, siendo muy difícil reconstruirlo.
Artículo publicado en el diario El Reporte de Perú