Xi Jinping, máximo jerarca de la República Popular China, realizó, a principios de mes, una significativa gira por Europa, en la que no perdió la oportunidad para transmitir una serie de mensajes, para que queden bien claros.
La primera escala de su gira fue en Francia, algo significativo dada la dura posición anti rusa y de apoyo a Ucrania adoptada por el gobierno de Macron. El telón de fondo de las conversaciones con Xi es el resuelto apoyo chino a la guerra de agresión rusa y la profundización de la cooperación entre ambos países.
Esto supone una seria amenaza que preocupa a quienes estudian el funcionamiento del poder en las relaciones internacionales. El peligro que representa la consolidación de un vasto bloque geográfico continuo, con recursos naturales casi ilimitados y significativa riqueza económica, no debe nunca subestimarse. La paz perpetua y el fin de las guerras son ilusiones, meras quimeras. La realidad del poder es que este busca acrecentarse en todos los ámbitos, máxime si se origina en países funcionalmente leninistas como China o satrapías como la rusa.
En otros aspectos concretos de política, Xi responde a las críticas sobre la invasión de productos chinos y a la deliberada generación de sobre oferta de productos, señalando que se trata de sus ventajas comparativas. Es decir, China no tiene ningún escrúpulo en que el comercio internacional devenga en una suma cero en la que ellos se lleven todo el beneficio.
También hubo escalas en Belgrado y Budapest. En la primera se evocó la vez en que la fuerza aérea de Estados Unidos, en 1999, bombardeó la Embajada de China. Era la época de Clinton quien convirtió a la incorporación de China al orden internacional uno de sus grandes objetivos políticos, por lo que es impensable que fuese un acto deliberado. Serbia reciente aún la intervención de la OTAN que frustró sus ambiciones maximalistas luego de la sangrienta disolución de Yugoslavia en la última década del siglo pasado.
En Budapest la dinámica fue algo distinta. Orban se ha convertido en un odiado personaje de las élites atlánticas, criticando duramente a Bruselas (entiéndase a la UE), pero también convirtiéndose en acólito o aparente partidario de Putin.
En simultáneo, Xi mantiene una agresiva retórica en contra de Taiwán, telegrafiando al mundo que en pocos años estarían listos para una invasión a toda escala, plazo que podría acortarse. Es decir, Taiwán subsiste hasta que Pekín decida lo contrario.
Esto nos lleva al concepto chino de Tianxia que se traduce todo bajo el cielo. Este concepto alude al sometimiento al Emperador Chino y a incluir a otros pueblos que acepten su protección civilizadora. No apunta necesariamente a un designio bélico pero sí a uno de sumisión, de vasallaje. Quienes rechazan el vasallaje son bárbaros, con los que no se mantiene relación.
Esta concepción filosófica, profundamente enraizada en la mente china, es la razón por la cual ciertas inversiones chinas, por ejemplo, realizadas por medio de entes estatales, causan preocupación. Es razonable percibirlas como cabezas de puente de un propósito ulterior, cuya realización podrá no ser inmediata y dependiente de las condiciones geopolíticas – por ejemplo, la capacidad de Estados Unidos de ser un contrapeso efectivo a estas desbordadas ambiciones.
Xi ha hecho de esta antigua concepción filosófica china el centro de un anclaje programático. En ese orden de ideas, China se aproximará a todos los temas de agenda internacional como asuntos de Suma Cero: Todo el beneficio para nosotros, como contraprestación al enorme beneficio de acceder a la influencia benéfica y civilizadora (modernamente, su inmenso mercado) del dominio de su Emperador.
En otras palabras, acostúmbrese a obedecer, vasallos.
Artículo publicado en el diario El Reporte de Perú