OPINIÓN

Los desafíos del periodismo en el exilio en Cuba, Nicaragua y Venezuela

por Carlos F. Chamorro Carlos F. Chamorro

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Éstos son los titulares de algunas de las principales investigaciones periodísticas que en las últimas semanas hemos publicado en CONFIDENCIAL, el medio de comunicación independiente que fundé hace 28 años en Nicaragua, y que ahora dirijo desde el exilio en Costa Rica. Nuestra redacción fue asaltada dos veces por la Policía, sin orden judicial, después que en 2018 estallara una ola de protestas sociales que desató una violenta represión contra los derechos humanos. En 2021, el medio de comunicación fue ilegalmente confiscado por la dictadura de Daniel Ortega.

Todos nuestros periodistas se vieron obligados a salir al exilio para seguir haciendo periodismo en libertad, y nuestras fuentes informativas independientes se encuentran perseguidas y amenazadas. Sin embargo, las noticias que seguimos publicando sobre la corrupción pública, las pugnas en el interior del régimen, las purgas de altos funcionarios, el éxodo masivo de casi el 10% de la población, y la utilización de Nicaragua como trampolín para la exportación ilegal de migrantes a Estados Unidos, son historias de las que nadie se entera en la prensa oficial. Nuestras audiencias, dentro y fuera de Nicaragua, opositoras o partidarias del régimen, tienen una alternativa de información al margen de la censura, que también le ofrece periodismo de calidad a las audiencias internacionales.

Detrás de cada una de estas investigaciones está el talento de jóvenes periodistas que no se someten a la censura y la autocensura y, sobre todo, la confianza que mantienen las fuentes informativas, entre ellas los servidores públicos —civiles y militares— en la prensa independiente en el exilio.

La historia se repite en Cuba y en Venezuela. El periodismo independiente que se ejerce desde el exilio representa un espejo de los nubarrones que amenazan a la prensa en América Latina, y también es un ejemplo de resistencia del buen periodismo. Ahí donde ha colapsado el Estado de derecho, y donde la sociedad civil también está bajo acoso o al borde de su extinción, la única defensa de la prensa independiente radica en su propia credibilidad.

En estos tres países, las dictaduras han criminalizado la libertad de prensa y la libertad de expresión, al extremo de que los periodistas no pueden identificarse como tales y deben omitir las firmas de sus notas para evitar ser detenidos. En Nicaragua, el periodista Víctor Ticay estuvo 17 meses preso, condenado por el presunto delito de “conspiración” por haber transmitido las imágenes de una procesión religiosa en su cuenta de Facebook. En Cuba y Venezuela hay decenas de periodistas presos, acusados de “terrorismo” o “incitación al odio” por informar sobre las protestas sociales o el fraude electoral, y por opinar en sus redes sociales. Mientras, el Estado ejerce distintas formas de censura directa e indirecta, incluyendo el bloqueo de Internet para impedir el acceso a los medios independientes. A pesar de estas restricciones extremas, la prensa independiente sobrevive a través de un ecosistema que tiene como soporte el periodismo en el exilio.

La Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) concedió este año el “Gran Premio a la Libertad de Prensa 2024”, su más alta distinción, al Periodismo en el Exilio “en homenaje a colegas y medios de comunicación latinoamericanos que de manera creciente son forzados a desplazarse o a emigrar debido a la violencia, las amenazas y la persecución de grupos criminales, funcionarios corruptos y Gobiernos autoritarios”.

La SIP ha documentado un aumento creciente en el número de periodistas exiliados, “principalmente de países como Nicaragua, Venezuela, Guatemala, Cuba, Ecuador, y de desplazados internamente en México y Colombia. El fenómeno también incluye a las redacciones de Cuba, Nicaragua y Venezuela, algunas de los cuales tienen sus operaciones en el exterior debido a que son víctimas de persecución sistemática”.

Los desafíos para seguir haciendo periodismo en el exilio son monumentales. El más urgente es brindarle seguridad a periodistas y colaboradores, que se encuentran bajo riesgo, y a las fuentes informativas, que se comunican a través de canales seguros. El más complejo es lograr la sostenibilidad económica de las redacciones en el exilio.

Mi colega Luz Mely Reyes, directora de Efecto Cocuyo de Venezuela, aboga por identificar “países de acogida que brinden una protección especial” a los periodistas exiliados para que puedan continuar haciendo su trabajo, mientras que Carlos Manuel Álvarez, director de El Estornudo de Cuba, propone la creación de nuevas “redes de apoyo” y formas de financiamiento internacional para la prensa en exilio, que “dejó de ser algo transitorio”.

En efecto, bajo el Estado policial de los regímenes autoritarios la prensa en el exilio es ahora una condición permanente. La embestida de las dictaduras contra la prensa también plantea un desafío a la comunidad internacional: es imperativo preservar la última reserva de todas las libertades.

 

Artículo publicado en el diario Confidencial de Nicaragua