Eleanor Roosevelt, pionera del comité que dio origen a la declaración de los derechos humanos, siempre destacaba que “la declaración otorga derechos para toda la humanidad”. Las secuelas de la Segunda Guerra Mundial y la matanza de los nazis fueron razones de peso más que suficientes para que las naciones que salieron triunfantes se entendieran para establecer instancias que se abocaran a prevenir acontecimientos tan deplorables como esos. Por tales motivos surge la idea de crear las Naciones Unidas y la paz.
Comienza así la tarea de redactar leyes que sirvieran de circuito protector de los derechos humanos, lo cual requeriría de por lo menos 20 años de ardua investigación, redacción de borradores y consolidación de consensos. Hasta que llegó el día 10 de diciembre de 1948 y definitivamente se adopta ese histórico pliego de alcance universal. El documento contenía 30 derechos, todos apuntaban a buscar ese mundo mejor y más pacífico.
La señora bachelet, quien recientemente visitó Venezuela, conoce muy bien esa teoría. Es de suponer que debe estar al tanto, ahora más que pisó tierra venezolana, que desde los tiempos de Chávez y ahora con Maduro, en nuestro país todos los venezolanos no somos libres e iguales. Porque en mi país hay discriminación, ellos han dividido a Venezuela y fragmentado la sociedad, nos han excluido a los disidentes del régimen calificándonos de escuálidos, apátridas u oligarcas. Defender pensamientos propios y ejercer el derecho de promover ideas es para esa satrapía un delito. No hay derecho a la vida porque operan grupos armados que matan impunemente.
En Venezuela millones de ciudadanos son esclavos de un plan absurdo y por oponerte a ese modelo eres torturado, te persiguen e impiden tu derecho de desplazarte libremente. Por eso han secuestrado las oficinas de trámites de documentos de identidad, con la perversa intención de controlar los movimientos de los venezolanos. La justicia no funciona, no hay debidos procesos, los jueces son marionetas de la narcotiranía. El derecho a la democracia lo hacen añicos con los fraudes electorales. La seguridad social es una quimera, los derechos de los trabajadores se esfumaron en medio de la consigna “patria, socialismo o muerte”. La comida y las medicinas, así como los derechos a la recreación y a la educación, dejaron de ser una posibilidad, aunque estén previstos en la Constitución Nacional. La crisis provocada por ese esquema comunista hunde a los venezolanos en una catástrofe humanitaria descomunal.
La verdad es que en ese hermoso país, Venezuela, no hay un orden que haga posible disfrutar de todos esos derechos y libertades escritos en la declaración universal. Desgraciadamente lo que reina es el caos y los códigos de arbitrariedades que les sirven a los capos que se empeñan en usurpar los poderes públicos. Por eso, hoy más que nunca, requerimos de la solidaridad efectiva de la comunidad internacional, un frente de apoyo vital a la lucha que damos los venezolanos con la firme disposición de sacar de los puestos de comando a esos grupos mafiosos que hacen todo lo contrario a esa solemne Declaración de los Derechos Humanos.