En la China de Xi los movimientos en favor de la igualdad femenina son censurados. El gran líder abiertamente ha estado reviviendo ideas propias del confucianismo que impulsan a las mujeres a ser buenas esposas y madres y a abrazar la tarea de enseñar a sus familias a amar su país. Desde su ascenso al poder el divorcio se ha restringido imponiendo a la pareja en dificultades la obligación de un período de 30 días de buen entendimiento. La jerarquía entre el hombre y la mujer es un principio que aún encuentra espacio en el ánimo del gobierno y, así las cosas, no existe voluntad política para que la situación cambie.

Un hecho es cierto: en la medida en que una parte significativa de la sociedad china ha avanzado hacia el modernismo del Tercer Milenio, la emancipación femenina ha pasado a ser, para sus defensores, un tema de tanta importancia como los valores democráticos. Hasta entonces la opresión de la mujer y el patriarcado imperante no permitía que ellas fueran reconocidas como sujetos en la esfera pública.

Con la nueva generación de dirigentes otro escenario comienza a despuntar. Hoy existe una mayor conciencia de las políticas discriminatorias que les atañen y la motivación a combatirla es mayor. El gobierno y las instituciones avanzan en el sentido de un reconocimiento de la paridad, pero no tanto por convicción sino porque en el seno de los movimientos feministas juveniles hay cólera e insatisfacción.

El movimiento Me Too en China, nacido en Internet, consiguió desde 2018 ganar apoyo entre los jóvenes, pero tampoco pudo promover avances de significación. Peor que eso, cinco feministas de avanzada fueron detenidas por intentar desarrollar una campaña en contra de los abusos sexuales.  Los señalamientos contra prominentes académicos, hombres de negocios y figuras de la TV terminaron muchas veces en acusaciones y juicios por difamación de sus víctimas.

Es así como recientemente la batalla por los derechos de las mujeres ha comenzado a migrar fuera de las fronteras del imperio chino dentro de un espíritu de protesta más llamativo que aspira a recoger frutos poniendo de relieve ante el mundo lo que no puede combatirse a nivel doméstico. En grandes ciudades como Nueva York se están presentando obras de teatro que ponen el acento en el tema apelando a la atención del público occidental sobre hechos como el conservatismo en el seno de las familias, las detenciones y el abuso de la policía china con las mujeres, las agresiones sexuales, la violencia doméstica, la falta de oportunidades a pesar de la mejor preparación académica de las mujeres. En pleno corazón de Manhattan se invita a las mujeres chinas a compartir con el público penosas experiencias que en su país de ninguna manera podrían explicitar.

Una cosa es buena y es que la mujer china es cada vez más consciente de la discriminación de la que es objeto y expresa su inconformidad través de las redes sociales, a pesar de la represión permanente orquestada desde el propio PC, que considera al feminismo una fuerza extraña y hostil. No existe una estructura capaz de liderar la lucha, allí el feminismo es el más débil de los movimientos sociales,pero el colectivo no ha podido ser asfixiado. Eso, en un contexto totalitario, tiene un enorme valor.


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