David Fincher pertenece a la camada de autores que debutan en el Hollywood posmoderno de los noventa, después de conquistar la fama en MTV.
Recuerden que, entre sus videos clips legendarios figura el que hizo para Madonna, Vogue.
Recientemente el director develó el poster de su nueva película, The Killer, que será estrenada en Netflix.
El afiche es sencillo y se adhiere a una tradición del género del “hitman” o del asesino serial, que el realizador viene puliendo desde su primera obra maestra, Seven.
En la imagen, un tropo del cine western y policial, Michael Fassbender nos apunta con una pistola automática, como el vaquero de la cinta clásica, Asalto y robo al tren, al culminar el cortometraje.
Aquel nos disparaba con su revólver y el proyeccionista tenía el derecho de ponerlo bien al principio o al desenlace de la función.
El nuevo “ejecutor” de Fincher porta un sombrero y un impermeable, evocando la estética noir de una cumbre de la tendencia: El samurái de Jean Pierre Melville, interpretado por un gélido Alain Delon con la determinación de un Ronin urbano.
Melville fue el padrino de la nueva ola francesa, y de hecho, con su look de “Samurái” aparece en una de las escenas irónicas de Sin aliento de Godard, quien falleció el año pasado.
The Killer parece un remake de Melville en tributo a Godard y sus revisiones de la serie negra, con una notable diferencia.
Godard usaba el humor y la deconstrucción, para honrar el legado del cine americano de gangsters, respondiéndole a la cultura de papá, nacionalista y académica de los franceses.
Por su parte, el arma de Fincher es la reconstrucción excelsa y sofisticada, que puede pasar por homenaje, cuando en realidad te sacude y subvierte la memoria, apelando a un aparente ejercicio de la pura nostalgia.
Hay una sutil intervención de color y de un filtro de pintura, que compone un primer plano, cercano a ser medio, con una ligera inclinación en contrapicado, elevando al personaje a la categoría de un hombre prepotente, que se siente superior.
Fincher lleva tiempo en el estudio de las personalidades dobles y múltiples, en obras maestras como Zodiac y El Club de la Lucha, en series como Mindhunter.
El francotirador de Fincher rememora a los vengadores de los setenta, como el Dirty Harry de Don Sieguel, amado por Tarantino.
A su vez el demiurgo, trabaja el tema del eclipse de los dioses de la meca, como metáfora de la crisis del sueño americano.
Verbigracia, los retratos desesperados de Mank y The Game, en su juego por ilustrar el caos de un mundo sumido en la plena simulación de todo.
La paleta verde tampoco es casual. Anticipa un diálogo con las inteligencias del mal, con los políticamente incorrectos, con las normalizadas bestias salvajes que pueblan la selva de concreto del cineasta.
Un zoológico de cazadores, dragones tatuados y especies contaminadas por la fiebre del poder, por los siete pecados capitales.
Por eso, Michael Fassbender guarda un extraño parentesco con el perfil de Arnie Hammer, un actor cancelado por su pasado oscuro. Fincher lo encumbró en Social Network, por cierto.
Ausente por sus acusaciones, su demonio o espíritu resucitan en un guiño subliminal del afiche. Es una percepción que tengo.
Y saben que Fincher no se anda con rodeos: inmortalizó a Kevin Spacey, antes de ser procesado y luego exculpado por sus denuncias.
De modo que el director es de los que utiliza el cine para confrontarte con tus pesadillas, con tu subconsciente, con lo que ocultas y reprimes, bajo un manto de buenismo.
Puedes ponerle la etiqueta que quieras. Pero es un cine a contracorriente de las tendencias moralistas en boga.
Menudo dilema que se avizora para el Oscar 2023: ¿Fincher o Nolan? ¿Fincher o Gerwig? ¿Fincher o Scorsese?
Mínimo que los nominen a los cuatro.
Y todavía no vemos la nueva de Michael Mann.
Gracias a Dios que estamos vivos.
Hay cine de calidad para rato.
Y el 2023 es un año fantástico para el séptimo arte que apreciamos.