- La tragedia venezolana es real y una de sus dimensiones es la del relato que prevalece sobre la naturaleza de la tragedia, sus causas y sus devastadores efectos de largo plazo. La forma en la que se ve es un efecto de poder y el relato que se cuenta es constitutivo del poder. No hay poder sin un cuento que lo instaure y soporte.
- Pinochet vistió su dictadura en la lucha contra el comunismo; Fidel, la suya, en su lucha contra el imperialismo; Chávez inicialmente lanzado en contra de la corrupción y “las cúpulas podridas”, luego por el socialismo del siglo XXI; Pérez Jiménez con el Nuevo Ideal Nacional construido con cemento armado. Por su parte, Kennedy hacia América Latina atavió su política como la Alianza para el Progreso; George W. Bush se vio obligado a adoptar como tema central la lucha contra el terrorismo; Rómulo Betancourt fue el instaurador de la democracia; Caldera I el pacificador; CAP I el de la Gran Venezuela lanzada hacia el primer mundo; como ejemplos tomados arbitrariamente. Siempre hay un relato como elemento de despliegue del poder. Para las buenas y malas causas.
- No se trata de un punto de vista o de una opinión sino de la construcción de un proceso concreto que carga su historia a cuestas. La mayoría de los venezolanos y la mayor parte del mundo vieron el período de 40 años de 1958 a 1998 como el de la instauración y desarrollo –no exento de crisis- de la democracia en Venezuela; la lucha de Chávez desde los socavones donde conspiraba hasta su victoria electoral, con el paso por el golpe de Estado, fue el de desmantelar la idea de la existencia de una democracia funcional. Utilizó sus fallas y crisis como un ingrediente esencial para su cuento: panda de corruptos, ladrones incorregibles, ajenos a los intereses del “pooeblo”; lo que engarzó con estados de ánimo de sectores de la población y ayudó a embarcar a trozos significativos de la clase media y de los ricos locales, también hastiados de la democracia que los había hecho ricos o que les había permitido serlo.
- El relato fue el rompehielos que abrió camino al nuevo poder chavista y el nuevo poder chavista trabajó para imponerlo como visión de la sociedad. Con la ayuda de la red internacional que se constituyó para el socialismo del siglo XXI, el Foro de Sao Paulo, y carretadas de miles de millones de dólares, Chávez se convirtió en el campeón de los pobres. Después de su muerte y sin tanta plata, la cosa no pintaba demasiado bien. Maduro, sin el liderazgo de Chávez, se sentó sobre las bayonetas, la represión, pero con un esfuerzo esencial en mantener aunque remendado, el cuento redentor que a su autor le funcionó tan bien.
- Las fuerzas democráticas, al carecer de liderazgo intelectual sólido (sólo con liderazgos electorales circunstanciales o el más reciente y desfalleciente de Guaidó), no tuvo este asunto claro y, al parecer, no lo tiene. Comete el error de pensar que hacer propaganda o decir una consigna sin concordancia con hechos sólidos, puede sustituir o combatir el cuento del chavo-madurismo con éxito. Y no es así.
- Dentro del país, la realidad ha disuelto el cuento de Maduro: el hambre y la miseria; el imperio de los grupos armados que van desde las bandas criminales hasta el ELN y las FARC, con paso rasante por los colectivos; y la ferocidad de la pandemia. El relato se articula con los hechos de una manera compleja y termina siendo parte de “los hechos”, pero no los sustituye y menos puede instalarse en contradicción con ellos. Sin embargo, en el plano internacional Maduro tiene una situación distinta: goza de algunos apoyos poderosos como el de Rusia y China, aparte de las sanguijuelas conocidas y de la dirección política cubana; pero, sobre todo, goza de la “neutralidad benevolente” de muchas democracias que consideran su régimen un desastre pero con cierta legitimidad, sea por la ocupación de facto del poder o porque tiene su Asamblea recientemente “electa” o su Tribunal Supremo instalado y otros órganos del poder público; porque, en fin de cuentas, es quien levanta el teléfono en Miraflores.
- En cambio el relato democrático ha sido errático, tanto que algunos compraron el de Chávez (nadie se había ocupado de los pobres, los programas sociales rojos son “buenos”, la verdad es que todo era corrupción, etc.). El intento encabezado por Guaidó, prometía. Era la llegada de la bienaventuranza con el cese de la usurpación y su retahíla. Era una promesa redentora con fuerza en la calle, tenía legitimidad y poder. Se había creado una situación de dos poderes enfrentados: el de la calle y el de Miraflores.
- Guaidó y su entorno tiraron en la cuneta su criatura, confundieron a propios y ajenos. El dislate monumental de la entrada de la ayuda humanitaria el 23 de febrero de 2019, la mamarrachada del 30 de abril, y las negociaciones con las cuales ganó tiempo el régimen, acabaron con la promesa y el poder; queda una legitimidad evanescente porque carece de poder y porque no es capaz de insertarse en un relato nuevo, prominente y atractivo.
- Otro relato se abre paso: la corporación criminal ha desbordado las fronteras, sacrifica al pueblo, se extiende provocadoramente y hay que detenerla. Pero esto es otra historia.