El pasado martes, en el Centro Cultural Chacao, celebramos cuatro décadas de la ordenación episcopal de nuestro Arzobispo Metropolitano, Su Eminencia Reverendísima Baltazar Enrique cardenal Porras Cardozo. Viejo amigo y reverenciado Pastor, quien antes de estas posiciones de preeminencia cumplió largos años de servicio en la ciudad que hace 300 años fundaron mis mayores, en pleno corazón del Llano venezolano: la Villa de Todos los Santos de Calabozo. Así que estas palabras en su merecido homenaje, son las de un calaboceño de Caracas, tanto como él es un caraqueño de Calabozo.
El acto que se prolongó por más de cuatro horas rompió, podría decirse, el esquema y el modelo que detalle más, detalle menos, suele caracterizar eventos de esa naturaleza. Un magnífico programa musical, lleno de sorpresas para mí. Huáscar Barradas fue una verdadera revelación, un acabado virtuoso de la flauta, con la cual ha aproximado, con éxito y audacia, compases novedosos a viejas y amadas obras de nuestro folklore y en general al estro popular de nuestro pueblo.
La Orquesta Sinfónica Juvenil de Chacao y la siempre amada y querida Billo’s Caracas Boys, se turnaron y no pocas veces se mezclaron en esa explosión de alegría y cariño sincero y espontáneo, que fue el 40 aniversario episcopal de nuestro cardenal, y en ello consiste, a mi juicio, lo esencial y trascendente de ese encuentro. Que no se agota en el éxito social y en la afluencia numerosa, sino que debe ser apreciado con más rigor y profundidad, en el estado de ánimo y el valor afectivo de un conjunto humano y un hombre que no es líder porque nadie lo haya designado como tal, sino que ha trajinado sin vacilación, en 79 años de vida bien vivida, los no siempre acogedores trancos que la existencia le ha impuesto –y él, como buen pastor, no ha esquivado– en este país difícil y áspero al cual no ha fallado y que ama profundamente. Ese es el secreto, los verdaderos liderazgos: no se crean en laboratorios de opinión, en think tanks, ni salen del sombrero de copa o pumpá de un mago de feria, se crean codo a codo en la faena dura del vivir.
¿Y cómo no festejar esos 40 años? ¿Cómo no unirse a la celebración de una vida pastoral tan abundante? La obra que no descansa en hacer el cardenal Porras ha dejado y por muchos años dejará una impronta de trascendencia histórica difícil de ignorar, no solo en lo religioso, sino en lo histórico, en lo político y lo que es más importante, en lo social. Pocos venezolanos han hecho tanto como él por nuestra Iglesia, que en el caso de Venezuela, es lo mismo que nombrar a la nación. Su aporte al país merece el aplauso, no solo de auditorio, sino del alma. Y eso finalmente es lo que se ha hecho en esta semana jubilar.
Esa tarde asistimos a la comunión de un pueblo con su líder, el que ese mismo pueblo eligió en el largo decantar de su existencia, con total naturalidad, como quien respira. Dios siempre sabe obrar con los pastores que elige en el seno de su Iglesia. Baltazar Enrique viene a ser al corazón de este país lo que una vez don Cecilio Acosta exclamó de Baralt: “abeja querida de todas las flores”.
Ni endosos, ni primarias, ni encuestas. Peso específico, estudio, esfuerzos, sensibilidad plena, empatía genuina. De esos materiales nobles “fuera de comercio”, está hecho este líder transido de una fuerte ambición, incansable y siempre renovada, la de seguir sirviendo.
¡Dios lo bendiga y proteja siempre querido amigo!
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