La ya prolongada existencia de un mercado paralelo de dólares en Venezuela ha marcado una profunda perturbación en la estructura económica del país, generando un impacto negativo tanto en la vida de los consumidores como en la actividad empresarial y adicionalmente, en la propia estructura del gobierno.
La diferencia entre el precio oficial del dólar, fijado por decisión gubernamental, y el precio de venta paralelo no solo desdibuja la realidad económica del país, sino que también complica de manera compleja el día a día de los venezolanos.
Para colmo la mencionada diferencia se encuentra en un nivel elevado en el momento actual, exacerbando las irregularidades y molestias que acarrean las disparidades en este asunto.
Los consumidores del país son, sin duda, los más perjudicados por esta situación. El hecho de que en el territorio nacional circulen de manera simultánea las dos monedas, no hace sino forzar una accidentada convivencia entre ambas, donde quienes terminan por perder son los ciudadanos.
Cuando el gobierno establece un tipo de cambio oficial, este a menudo no refleja la realidad del mercado. Si el precio oficial del dólar es significativamente menor que el del paralelo, numerosos productos atados a este tipo de cambio se vuelven inalcanzables para la mayoría.
Esta brecha se siente especialmente cuando los consumidores se ven obligados a pagar. Es allí cuando el diferencial cambiario impacta directamente en los bolsillos de todos. Surgen los desacuerdos, las fricciones, las molestias y finalmente las ineludibles pérdidas que debe arrastrar consigo el consumidor final.
Lamentablemente, esto está sucediendo cada vez que es necesario adquirir productos básicos, desde alimentos hasta medicinas. Esta dependencia aumenta el costo de vida y genera una brecha entre quienes pueden permitirse el lujo de estas transacciones y quienes no. Así, se perpetúa una desigualdad social que pretendía corregirse, pero que sigue allí y que no va a cambiar hasta que se aborden las causas estructurales, una de las cuales es un mercado de divisas distorsionado y una convivencia de monedas nacida más de la necesidad que de la planificación.
Los empresarios, por su parte, enfrentan un entorno sumamente complicado. La diferencia entre el tipo de cambio oficial y el paralelo crea una distorsión en los costos asociados a cualquier producto, desde la materia prima y los insumos para la producción hasta el transporte y comercialización del mismo.
Las empresas que importan materias primas o productos terminados deben operar bajo un modelo económico en el que los precios no son predecibles. Esto hace que la planificación financiera y la inversión se conviertan en un ejercicio de adivinación.
Muchos emprendedores y empresarios se ven forzados a hacer verdaderas maromas financieras que deben ser trasladados finalmente al consumidor, para poder mantener sus operaciones.
Esto no solo aumenta sus costos, sino también la incertidumbre en el entorno de negocios, lo que resulta en una reducción de la inversión y, en consecuencia, de la creación de empleos. El resultado es una economía estancada que no puede ofrecer oportunidades a su población.
La existencia de un mercado paralelo también plantea un desafío considerable para el gobierno. Manejar una economía atípica, con permanentes cambios y sobresaltos, es agotador y extenuante. Roba energía al crecimiento e impide planificar a corto, mediano y largo plazo. A medida que más crece la complejidad de la situación, más se erosiona la capacidad del gobierno para implementar medidas efectivas que estabilicen la economía.
Además, el gobierno pierde ingresos significativos a través de las incontables inexactitudes que suceden en una economía que se desenvuelve de esa manera. La falta de regulación y control sobre las transacciones cotidianas en este entorno incierto significan que una parte importante de la economía evade contribuciones que son vitales para el sostenimiento del aparato estatal.
La situación actual requiere un enfoque integral que aborde no solo la diferencia entre los tipos de cambio, sino también las causas estructurales que han llevado a esta crisis. La solución no es sencilla y requiere de un consenso político y social que priorice el bienestar de la población.
Es fundamental que el gobierno establezca políticas que fomenten la confianza en la economía. Esto podría comenzar por un ajuste real del tipo de cambio oficial, políticas fiscales que incentiven la inversión y la producción, así como un esfuerzo por estabilizar la inflación. Solo así se podrá disminuir la dependencia del dólar, los saltos en su paridad y mejorar así la calidad de vida de los venezolanos.