OPINIÓN

Los comunicados de salud en la era de la desinformación

por William A. Haseltine William A. Haseltine

Como reconoció recientemente la directora de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés), Rochelle Walensky, la mala comunicación y los mensajes deficientes que se transmitieron durante la pandemia de COVID-19 mermaron la confianza de la gente en las agencias e instituciones de salud. Esto, a su vez, causó problemas bien conocidos como la reticencia a la vacunación, el incumplimiento de las recomendaciones de usar tapabocas y otras medidas de protección, y desinformación general sobre el virus y la forma en que se transmite.

Según una encuesta llevada a cabo en 2021 por la Fundación Robert Wood Johnson y la Escuela de Salud Pública T.H. Chan de Harvard, solo 52% de los estadounidenses confía ampliamente en los CDC, y solo 37% tiene amplia confianza en los Institutos Nacionales de la Administración de Alimentos y Medicamentos. A los departamentos de salud estatales les va un poquito mejor. Solo 41% de los estadounidenses confía en ellos (y 44%, en los departamentos locales de salud). La misma encuesta indica que las calificaciones positivas del sistema de salud pública cayeron del 43% al 34% entre 2009 y 2021.

Claramente, las agencias de salud pública deben recuperar la confianza del público, no solo para combatir crisis como las de la COVID-19 y la viruela del mono, sino también para abordar una gama más amplia de los problemas de salud vigentes. Este proceso debe comenzar con el compromiso de involucrar a la comunidad, asociarse con otros sectores (como los de vivienda y educación), comunicar eficazmente en todos los niveles, y mantener transparencia e integridad en la toma de decisiones.

Los funcionarios de salud pública a menudo deben basar sus recomendaciones en datos incompletos. A medida que mejoran los datos, también lo hacen las recomendaciones. Sin embargo, en un equivocado esfuerzo por transmitir autoridad, raramente son transparentes sobre los matices y la naturaleza incierta de lo que comunican.

Un ejemplo perfecto fueron los primeros comunicados sobre la transmisión del SARS-CoV-2. Los CDC señalaron categóricamente que el coronavirus se difundía a través de las superficies y no del aire, en vez de reconocer que la transmisión aérea aún era una posibilidad firme. Este enfoque causó confusión y sembró desconfianza porque los CDC finalmente tuvieron que cambiar sus consejos (algo que debieron haber previsto). Después de reconocer que el SARS-CoV-2 se difundía en gotitas, finalmente aceptó también que lo hacía mediante los aerosoles.

Como demuestra este ejemplo, a menudo se confunde la credibilidad con la infalibilidad, lo que lleva a que los funcionarios de salud pública puedan demorar en admitir sus errores, lo que socava aún más su credibilidad. La transparencia es fundamental, especialmente en un momento en que quienes propagan desinformación en línea aprovechan cada oportunidad disponible para desacreditarlos. La comunicación exitosa sobre la salud no gana credibilidad debido a la ausencia de cambios, sino por su eficacia.

Otra piedra angular de la comunicación sana es la claridad. Los funcionarios de salud pública deben explicar cómo se vinculan los datos y las recomendaciones con el día a día de la gente. Que la información sea correcta o no sigue siendo discutible si la gente no entiende qué se está comunicando.

En este caso, los funcionarios estadounidenses fracasaron nuevamente en sus comunicaciones cuando no aclararon que medían la eficacia de las vacunas contra la COVID-19 según la cantidad de hospitalizaciones y no de contagios. La gente creyó que las vacunas evitarían la transmisión y el contagio, pero cuando aparecieron las variantes delta y ómicron y se disparó la cantidad de casos el resultado fue la desconfianza y que la gente se cansó de las dosis de refuerzo. Al 3 de agosto solo el 32% de los estadounidenses había recibido su primera dosis de refuerzo.

En este caso, los funcionarios de salud pública podrían haber usado el ejemplo de la vacuna Salk contra la polio para hacer entender a la gente que una vacuna no necesariamente tiene que evitar el contagio o la transmisión por completo para erradicar la enfermedad. O podrían haber enfatizado el grado en que las vacunas reducen la carga sobre los hospitales.

Desafortunadamente, parece que no aprendimos de las lecciones que nos dejó la historia. Muchos funcionarios de salud pública cometen un grave error al estigmatizar a la viruela del mono como una enfermedad que solo constituye un riesgo para los homosexuales, los bisexuales y otros hombres que tienen sexo con hombres. Sin embargo, aunque es cierto que esa población sufrió el brote actual de manera desproporcionada, la viruela del mono se puede transmitir en cualquier situación en que haya contacto físico y lesiones cutáneas.

Cuando describen a la viruela del mono como una enfermedad de transmisión sexual, los funcionarios de salud pública pueden transmitir a la gente la falsa sensación de que no corre riesgo. Si eso ocurre, quienes podrían estar contagiados no se harían análisis para comprobarlo y, por lo tanto, no se aislarían cuando corresponde. La situación no es muy diferente de los primeros (e incorrectos) comunicados que informaban que el VIH/SIDA únicamente se difundía en las poblaciones homosexuales.

En términos más amplios, es más probable que la gente entienda mejor y crea en los mensajes de salud pública cuando provienen de personas confiables en sus comunidades. A menudo el mensajero tan importante como el mensaje, especialmente en las comunidades donde el racismo estructural y los traumas históricos llevan a que la gente desconfíe de las autoridades médicas.

En vez de emitir declaraciones autoritarias y suponer que les prestarán atención, los funcionarios de salud pública deben pensar en sus mensajes como parte de una conversación inclusiva. Deben buscar voceros y defensores confiables de la comunidad (como líderes religiosos, administradores de refugios y directores de bancos de alimentos) para que colaboren en la difusión de los comunicados y la llegada a las poblaciones que puedan ser vulnerables a las disparidades de salud.

Otro enfoque exitoso es el que usaron por primera los Consejos de Planificación de Servicios de Salud Ryan White para el VIH/Sida. Son grupos de la comunidad nombrados por los funcionarios locales, cuyos miembros representaban al público en general, a gente con VIH, a los proveedores de servicios financiados por el Departamento de Salud y Servicios Humanos, y a otras organizaciones de salud y servicio social. Los miembros de los Consejos de Planificación trabajaron conjuntamente para identificar las necesidades de atención de los enfermos de VIH. Luego determinaron cuáles serán los servicios prioritarios y el financiamiento que recibiría cada uno. Este modelo inclusivo de toma de decisiones se podría aplicar de manera más amplia a la planificación y asignación de recursos para la salud pública.

El clima actual de «hechos alternativos» y desinformación desenfrenada plantea muchos desafíos para la comunicación eficaz de salud pública. Pero si aprendemos de los errores del pasado, creamos mensajes claros e inclusivos y buscamos a las personas adecuadas para que los transmitan, podemos comenzar con el difícil pero necesario proceso de recuperar la confianza en las agencias de salud pública antes de la próxima crisis.


Traducción al español por Ant-Translation

William A. Haseltine, científico, emprendedor de biotecnología y experto en enfermedades infecciosas, es presidente y director del grupo de expertos en salud ACCESS Health International.

 Copyright: Project Syndicate, 2022.

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